David Afkham y Karem Gomyo protagonizan un concierto de temporada de la Orquesta y Coro Nacionales de España [OCNE] en el Auditorio Nacional de Música de Madrid
Sin Batiashvili, sin fantasía, sin emoción
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 20-V-2022, Auditorio Nacional. Temporada Orquesta y Coro Nacionales de España. Stilleben mit Orchester – Naturaleza muerta con orquesta (Elena Mendoza). Estreno absoluto. Concierto para violín y orquesta nº 1, op.77 (Dmitri Shostakovich), Karem Gomyo, violín. Sinfonía nº 4, op. 98 (Johannes Brahms). Orquesta Nacional de España. Dirección: David Afkham.
Una raíz barroca amalgama el programa de este concierto de la orquesta y coro nacionales de España, claramente comprometido por la cancelación por enfermedad de la excelente violinista Lisa Batiashvili. Entiendo que los dirigentes de la Orquesta Nacional se habrán afanado por conseguir una sustitución apropiada con la pléyade de violinistas de equiparable nivel –la mayoría femeninas- que tenemos hoy día en activo o bien intentarlo con la española María Dueñas, que sólo ha actuado una vez con la orquesta Nacional y por la vía de la sustitución. Tampoco está anunciada en la próxima temporada, mientras tiene dos citas con la Orquesta de RTVE. Algo sorprendente. Finalmente, la sustituta ha sido Karem Gomyo, una buena violinista, segura y con asentado respaldo técnico, pero lejos de la personalidad y excelencia de la Batiashivili.
La manifestación pictórica barroca, particularmente el género de la naturaleza muerta sirve de base para Stilleben mit orchester de la compositora Elena Mendoza, sevillana de nacimiento pero alemana de formación y manifestación musical. Estamos ante la única mujer en ganar el premio nacional de composición, actualmente catedrática de dicha disciplina y de música experimental en la Universidad de las artes de Berlín. Este encargo de la Orquesta Nacional de España demuestra la sólida técnica compositiva de la sevillana, ya que incorpora la sonoridad de esos objetos y utensilios propios de la vida cotidiana, en principio silenciosos, a la orquesta, -copas, vasos, rascadores, latas- algo que ya pudimos apreciar en su ópera La ciudad de las mentiras estrenada en el Teatro Real en 2017. En esta primera escucha la obra parece sobretodo un ejercicio técnico, una demostración de oficio con el afán de exploración tímbrica propia de las vanguardias de la música contemporánea, que alcanza su mejor momento en el final, en el que el sonido se desvancece con cierto aire enigmático. Impecable la interpretación de la ONE bajo la dirección de su titular David Afkham.
La passacaglia, forma de variación continúa de origen barroco, se encuentra presente tanto en el tercer movimiento del Concierto para violín nº 1 de Shostakovich como en el cuarto de la Sinfonía nº 4 de Brahms. El primer concierto para violín del genial músico ruso no se estrenó hasta siete años después de su creación al ser acusado Shostakovich, entre otros compositores, de formalismo burgués en el Decreto Andréi Zhdánov de 1948. La exigencia técnica, virtuosística y expresiva de esta magnífica composición no puede desligarse del dedicatario de la obra, el Titán David Oistrakh, uno de los más grandes violinistas del siglo XX. La japonesa Karen Gomyo asumió la sustitución de Lisa Batiashvili y aún quedando lejos del nivel de la georgiana ofreció una estimable interpretación basada en una sólida solvencia técnica y un sonido de apreciable presencia, aunque un punto duro, con una franja grave un tanto seca y avaro en cuanto a paleta de colores. La Gomyo delineó con corrección el nocturno, pero faltó una mayor atmósfera de misterio. En el segundo pudo apreciarse la destreza técnica de la violinista por encima de carga irónica del Scherzo. No faltó entrega a la Gomyo en la introducción de la Passacaglia, pero no logró el clímax e intensidad necesarias mediante un fraseo falto de variedad y contrastes. Lo mejor llegó con la peliaguda cadencia que colocó Shostakovich en este tercer movimiento, dedicada a la inagotable capacidad de Oistrakh, que fue solventada de forma notable por la violinista japonesa, fruto de una apreciable seguridad y respaldo técnico, que se impuso, asimismo, en la vertiginosa burlesque, por encima, al igual que en todo el concierto, de una mayor personalidad y dimensión expresivo-dramática. Lo mismo ocurrió con la dirección musical de Afkham, pulcra, pero falta de calor y una mayor implicación.
Johannes Brahms desarrolla magistralmente la técnica de la passaglia -con Juan Sebastián Bach como clara inspiración- en el último movimiento de su cuarta sinfonía, una piedra miliar indudable del género, mediante treinta variaciones genialmente entretejidas en dos secciones.
Desde el primer movimiento pudo apreciarse una versión por parte de Afkham y la Orquesta Nacional en la que predominó el aparato sonoro sobre la construcción, el vigor orquestal sobre la transparencia y la articulación. De tal modo que, a pesar de la buena prestación de la orquesta y notables intervenciones solistas como la del clarinete de Enrique Pérez Piquer y la flauta de Alvaro Octavio, faltaron vuelo y cantabilità al segundo movimiento, mientras el scherzo resultó embarullado. Poderío sonoro sin gama dinámica, ni fantasía, ni detalles; Pulso enérgico sin transiciones, sin contrastes, ni un mínimo de latido romántico; Todo ello dio como resultado una interpretación superficial, monótona, granítica, pesante y sin aristas.
Foto: Facebook OCNE
Compartir