Crítica de la ópera Arabella de Richard Strauss en la Semperoper de Dresde, bajo al dirección musical de David Afkham
Arabella, también en su casa
Por José Amador Morales
Dresde, 5-IV-2023. Dresden Semperoper. Richard Strauss: Arabella. Ópera en tres actos con libreto de Hugo von Hofmannsthal. Jaquelyn Wagner (Arabella), Nikola Hillebrand (Zdenka), Kurt Rydl (Conde Waldner), Christa Mayer (Condesa Adelaide), Bo Skovhus (Mandryka), Pavol Brezlik (Matteo), Joseph Dennis (Conde Elemér), Sebastian Wartig (Conde Dominik), Martin-Jan Nijhof (Conde Lamoral), Daniela Fally (Fiakermilli), Petra Lang (Una echadora de cartas). Sächsische Staatsopernchor Dresden (André Kellinghaus, director del coro). Sächsische Staatskapelle Dresden. David Afkham, director musical. Florentine Klepper, director de escena.
Richard Strauss y Hugo von Hofmannsthal pretendieron repetir con Arabella el éxito conjunto de Der Rosenkavalier veinte años antrás pero terminó siendo el último trabajo conjunto de los dos artistas. El estreno del 1 de julio de 1931 en la Semperoper de Dresde estuvo lastrado por demasiados malos presagios, los mismos que se cernían sobre el propio país y, a la postre, sobre Europa. El libretista había muerto dos años antes, a poco de completar la revisión del texto de la ópera, impactado por el suicidio de su hijo. Además, coincidiendo con el estreno, el partido nazi de Hitler se hizo con el poder por lo cual, tanto Alfred Reucker, el legendario director general de la Semperoper desde 1921 y el director de orquesta Fritz Busch, a quien se le habían confiado las primeras representaciones, fueron destituidos.
En cualquier caso la producción de Arabella que nos ocupa traslada la acción a la Viena de los años previos a la Primera Guerra Mundial. La conocida propuesta escénica de Florentine Klepper que viera la luz en un Festival de Pascua de Salzbugo hace casi una década, funciona principalmente por saber reflejar con fidelidad el espíritu de la receta de Strauss-Hofmannsthal, esto es, una historia de amor en un entorno de lo que literariamente se suele calificar de decadencia social y moral (en realidad lucha de clases). Klepper ayuda sin complicaciones a seguir la trama dentro de un realismo sin excesos adornado puntualmente con cierto simbolismo, caso de las escenas paralelas con personajes que desdoblan a los principales mostrando ensoñaciones o deseos ocultos de los mismos así como de objetos significativos asociados a ellos (el oso, las cartas, el ascensor…).
Musicalmente David Afkham aumentó aún más su gran éxito obtenido con el mismo título en Madrid hace tan solo dos meses revalidando su particular sintonía con el universo straussiano. Valiéndose del sonido maravilloso y de la precisión espectacular de la Staatskapelle Dresde, la batuta de Afkham insufló una vitalidad y un fraseo refinado de gran calado expresivo, manteniendo un sorprendente equilibrio entre los aspectos dramáticos y líricos de la obra, entre solistas y tutti y entre voces y foso.
Jaquelyn Wagner fue una Arabella muy elegante, con una voz de timbre agradable, algo falto de brillo y por momentos en exceso ligero pero con gran proyección y dominadora del fraseo straussiano. Sobre el escenario, optó por una plausible visión más humilde, bisoña y frágil del personaje que por acentuar aspectos de un carácter más maduro y arrojado del mismo, dentro de una actuación más bien apocada. A su lado una musicalísima Nikola Hillebrand triunfó con una estupenda Zdenka, personaje que le permitió dar salida a sus grandes recursos como cantante-actriz en mayor medida que la Sophie en el Der Rosenkavalier de dos días antes, un rol con indudablemente menos freudiano y con menores claroscuros. Zdenka, en su inconformismo, es la que impulsa activamente la trama y Hillebrand supo plasmarlo de forma admirable tanto en su canto como en su recreación sobre el escenario.
Por su parte, el veterano Bo Skovhus hizo lo que pudo con un Mandryka que está en las antipodas de sus posibilidades actuales. Su voz es ya demasiado tremolante y nasal y sus esfuerzos apenas lograron insuflar una parte de la abundante nobleza que le reserva la partitura. El barítono danés sí demostró sus dotes como actor, ofreciendo un Mandryka un tanto maduro que no eludió una ajustada dosis de comicidad. Más veterano aún es Kurt Rydl quien bordó de principio a fin un Conde Waldner desbordado por las consecuencias de su adicción, sí, pero también padre sensible y preocupado por su familia. La materia prima un tanto destemplada adolecía de un fiato mermado y unos registros extremos erosionados que compensaba con una rotundidad y proyección vocal aún importantes, particularmente en el centro. El que fuera aceptable cantante italiano dos días antes sobre el mismo escenario, Pavol Brezlik, menguó en este Matteo de voz en exceso pequeña, clara y de escasa entidad tímbrica que no logró levantar un personaje forzado en lo canoro y desdibujado en lo actoral. Muy convincente de nuevo Christa Mayer como Condesa Adelaide y la correcta, si bien algo discreta, Fiakermilli de Daniela Fally. Petra Lang, que hasta la pandemia hacía de la Isolda wagneriana el centro de su carrera, ofreció aquí una meritoria actuación como echadora de cartas.
Fotos: Semperoper Dresden
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