Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. Auditorio Nacional.23-II-2018. Temporada de abono de la Orquesta y Coro Nacionales de España (OCNE). Nicolas Hodges, piano. Director musical, David Afkham. Con secreto susurro: de los vínculos, concierto para piano y orquesta de Mauricio Sotelo. Sinfonía n.º 9 en re menor de Anton Bruckner.
En el concierto del pasado viernes, bajo el título de “Sotelo Concertante”, la Orquesta Nacional estrenó “Con secreto susurro: de los vínculos, concierto para piano y orquesta” último concierto del compositor Mauricio Sotelo. Compartía programa con una de las obras maestras de la Historia de la Música: la Sinfonía n° 9 en re menor de Anton Bruckner.
Se puede decir que la Novena sinfonía ha sido la protagonista completa del concierto. En su segunda parte por la propia interpretación de la obra. Y en la primera, porque ha sido una de las fuentes principales de inspiración del músico madrileño.
Sotelo, que a sus 56 años ha escrito conciertos de todo tipo –guitarra, flauta, saxofón o violín entre otros– compone un concierto para piano en tres movimientos interpretados sin solución de continuidad, que en cierto modo, podemos considerar una paráfrasis de la sinfonía bruckneriana. Las llamadas a temas de la obra, se suceden de principio a fin.
El primer movimiento, “Misterioso”, tiene una escritura bastante compleja. El piano se implica como un elemento más de la orquesta, busca sonoridades sugerentes y tímbricas atractivas, y el control rítmico es fundamental. En el segundo movimiento “Sostenuto”, compuesto más como un genuino concierto para piano, éste tiene una parte solista difícil, donde continúan las llamadas a temas de la Novena. Por último, el tercero “Scherzo (Bulería)” arranca con el piano tocando tema principal del Scherzo de la sinfonía bruckneriana. La bulería, desarrollada por el piano y uno de los tambores, tiene un atractivo innegable, que se va incrementando en un ostinato continuo y creciente, para terminar la obra con un acorde súbito, quedándonos la idea de haber sido interrumpido, como así fue la propia sinfonía del compositor austriaco.
La presencia como solista del pianista londinense aunque afincado en Alemania, Nicolas Hodges era toda una garantía. Paladín de la música contemporánea, ha sido dedicatario y ha estrenado obras de Elliott Carter, Salvatore Sciarrino o Beat Furrer, y en Madrid hemos podido verle en el pasado estrenar los Dialogues para piano y orquesta de Elliott Carter o el Concierto para piano de Cristobal Halftter. Su segura digitación, su asombroso virtuosismo y su excelente control del ritmo fueron las principales bazas de una gran ejecución. Igualmente destacable la labor de la orquesta, que lo dio todo y de David Afkham que con su proverbial sentido de la organización, y su habitual claridad de ideas, concertó con clarividencia y expuso la obra en toda su valía. El compositor, presente en la sala, acompañó a solista y director a recoger los aplausos con que el público premió el estreno.
En la segunda parte del concierto tuvimos una Novena de sensaciones agridulces. La obra no hay que descubrirla. El testamento musical de Anton Bruckner es una obra excepcional, grandiosa, de un lirismo arrollador. Con armonías aún más ricas que las de la monumental Octava, el de Ansfeldem, a través de la búsqueda del color y de las texturas “wagnerianas”, encuentra el camino al “más allá” –las disonancias que descubrimos en los movimientos extremos apunta directamente a la ruptura de la tonalidad, que culminarían en primera instancia Gustav Mahler, y ya sin tapujos, Arnold Schonberg–. Para un hombre de su edad, que ve cercano su final, y católico hasta la médula, la ruptura de la tradición que emanaba de Beethoven, le maniata y sus eternas dudas no le dejan terminar la obra. Pasa tiempo trabajando en el Finale pero no es capaz de terminarlo. Solo quedaron esbozos y la sensación de un final interrumpido.
En la versión de David Afkham hubo partes sobresalientes, como todo el Scherzo, donde la tremenda fuerza del tema inicial, esa danza salvaje, casi stravinskiana, y sus ostinatos fueron interpretados excelentemente. El Sr. Afkham tuvo un ritmo preciso y un gran control de planos sonoros. Cuerdas y maderas que lo tocaron primorosamente, repitieron en el segundo tema, de un lirismo exacerbado, que nos dio un pequeño respiro antes de la repetición de la danza. Todo el movimiento tuvo una gran fuerza expresiva y una claridad meridiana.
Sin embargo, tanto el Misterioso inicial, como el gran Adagio final, muy bien construidos, y ejecutados con un trazo finoy de manera bellísima, lamentablemente carecieron de vida y de tensión. En una obra donde hay tanto que contar, no vale solo con lirismo y belleza orquestal. Una gran parte del desasosiego y de la enorme lucha interior que maniataba a Bruckner, se quedaron en el tintero a pesar de la excelente respuesta orquestal. Bien es verdad que si hace diez o quince años, cuando la orquesta no pasaba por su mejor momento, hubiéramos asistido a una ejecución como ésta, hubiéramos salido encantados. Pero con el excelente nivel que tiene la orquesta en estos momentos, el listón debe y tiene que estar más alto.
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