Un Réquiem para un Festival de ópera
Por Víctor Sánchez
Parma, 2-X-2021.Teatro Regio. Verdi Festival 2021. Verdi, Réquiem. Maria Agresta, Elina Garanca, Antonio Poli, John Relyea. Orquesta Sinfónica Nacional de la RAI, Coro del Teatro Regio di Parma. Dirección musical: Daniele Gatti.
El año pasado en Italia, tras la interrupción por la pandemia que con tanta dureza se extendió en este país, muchos teatros reiniciaron su actividad con la interpretación del Réquiem de Verdi. Un homenaje a las numerosas víctimas y un símbolo de la lenta vuelta a la normalidad. Recordamos la interpretación en el Duomo de Milán de las formaciones de La Scala bajo la batuta de Riccardo Chailly, con tan solo las autoridades en una vacía catedral en septiembre de 2020. Zubin Mehta hizo lo mismo en el Maggio Musicale florentino y poco después también el Festival Verdi lo ofreció con la dirección de su titular Roberto Abbado al aire libre en el Parque Ducal de Parma. A pesar de ser una obra concebida para unos medios masivos se interpretó con formaciones reducidas, manteniendo la distancia entre los miembros del coro y la orquesta, ante un público controlado y reducido.
El Réquiem de Verdi es una obra especial. Nadie se pone de acuerdo si es música religiosa o profana. Verdi la concibió para la celebración del aniversario de Manzoni, estrenándola en 1874 en una función litúrgica en la iglesia de San Marcos de Milán a la que solo asistieron invitados y autoridades. Pero inmediatamente después, bajo el impulso del editor Ricordi, la obra se ofreció en forma de concierto en la mayoría de los teatros del mundo. Resultaba lógico no solo por el potencial de la obra sino porque se podía interpretar con los mismos medios que cualquiera de sus óperas. De hecho entre los cantantes del estreno estaban la soprano Teresa Stolz y la mezzo Maria Waldmann, las mismas que había protagonizado el estreno de Aida en la Scala dos años antes.
En realidad la confusión es falsa. El tema de la muerte y su sentido –o si se quiere sinsentido– está presente en todas las óperas de Verdi. A veces de forma brutal y trágica, como en Rigoletto o La forza del destino en su primera versión no dulcificada, y otras a modo de distante consuelo, como en la despedida de los amantes sepultados en Aida. El Réquiem no es que utilice un paradigma operístico sino que está concebido estéticamente desde idénticos parámetros que relacionan ambos géneros. Más en el caso de un Verdi que se consideraba agnóstico, profundamente crítico con la Iglesia como institución y escasamente creyente, para desesperación de su mujer. Sin embargo es en el Requiém donde mejor se deja ver todas estas caras de su sentido de lo trascendente, desde la brutal explosión del Dies Irae hasta el intenso lirismo del Lacrymosa o el desconcertante final (Libera Domine) iniciado con los gritos desesperados de la soprano. Verdi tampoco renuncia a desarrollar recursos de la música religiosa, con un cuidadísimo trabajo coral que va del arcaico estilo imitativo (elaborada fuga incluida en el Sanctus) a la expresividad homofónica de la nueva música religiosa de su época. Resulta así enormemente injusto acusarle de superficialidad y pensar que Verdi no comprendió el sentido religioso del texto del Réquiem. Lo cierto es que realizó una lectura personal lejos de cualquier dogma, con la que muchos pueden identificarse mejor que con otras lecturas musicales.
El Festival Verdi ha vuelto a programar el Requiém, esta vez dentro del Teatro Regio de Parma. Por cuestiones logísticas se ha mantenido en el fondo la escenografía de Un ballo in maschera de Graham Vick que se ofrece estos días, donde el coro se coloca en lo alto. Un efecto inesperado que realza el carácter casi litúrgico de la interpretación. Además, las agrupaciones vuelven a juntarse como en los tiempos previos a la pandemia con los profesores de la orquesta compartiendo atril, en una práctica cada vez más extendida que extrañamente aún no se hace en España, donde las orquestas siguen distanciando a sus músicos perdiendo el sentido de unidad tan necesario. Resulta sobrecogedor ver de nuevo los más 200 músicos llenando el escenario de Parma. Todo contribuyó a crear un marco de emoción.
Daniele Gatti dirigió el Réquiem sin partitura. Lo conoce bien y encuentra fácilmente la variedad de sus perfiles dramáticos. Manejó bien las grandes explosiones sonoras, pero también los momentos más líricos de los solistas y los casi inaudibles pianísimos. Su lectura podemos calificarla de expresionista, en el sentido literal del término, buscando la expresión sin descanso, lo que nos implica emocionalmente a todos: a los oyentes, pero también a los medios musicales que tiene enfrente. El coro del Teatro Regio mostró su ductilidad y buen hacer, con un sonido limpio y una claridad en todos los planos. Conoce en profundidad el repertorio verdiano y se siente a gusto en la mayor obra coral del compositor de Busseto. Igualmente la orquesta de la RAI aprovecha su conocimiento del mundo sinfónico para responder a la intensidad del pódium, demostrando que es una de la mejores orquestas italianas. Este Verdi de madurez es todo un juego de colores instrumentales, cuya orquestación nunca es trivial, algo que se olvida muchas veces, pero que queda en toda su desnudez en el Réquiem.
El concierto se completó con un cuarteto de solistas de gran nivel. Hay que destacar que el texto nunca se perdía, haciendo partir la intensidad de la expresión en las propias palabras. Excepcionales las voces femeninas, con una Elina Garanca que supo lucir su hermosa y pastosa voz, mientras Maria Agresta insistió en un lado más dramático buscando sus colores más graves; unidas ambas (como en el Recordare) nos trasportaban al cielo. Los cantantes masculinos, el tenor Antonio Poli y el bajo canadiense John Relyea, dentro de su calidad, forzaron en algunas ocasiones distorsionando el texto y las líneas melódicas, llevados por el impulso del director.
Sin duda una noche que fue muchas cosas: doloroso recuerdo de los que no están con nosotros, que un Réquiem como el de Verdi no consigue consolar, pero también la manifestación de la esperanza de seguir adelante al volver a sentir toda la trascendencia de la música. Así lo sintieron todos los asistentes, en un teatro con un aforo aún limitado (se podría decir exagerando un poco que casi había tantos sobre el escenario como en la sala) que aplaudió durante más de quince minutos. No era para menos, el Réquiem de Verdi nos traía de nuevo a la vida.
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