Por Raúl Chamorro Mena
El terrible e inesperado fallecimiento de Daniela Dessì en la flor de la vida y en plena fase de madurez artística de su carrera, supone la desaparición de la voz de soprano más bella de los últimos 30 años, destacadísima representante del gran sopranismo italiano de estirpe tebaldiano. El que firma estas líneas escribe emocionado rememorando las numerosas ocasiones que pudo disfrutar de su arte en vivo. Desde aquella Desdemona en Madrid (Teatro de La Zarzuela) con Plácido Domingo en 1991 pasando por Tosca, Aida, Francesca da Rimini, Manon Lescaut, Madama Butterfly, Minnie, Liù, Maddalena de Coigny, Adriana Lecouvreur… -muchos de ellos presenciados en la citada capital de España y en el Liceo de Barcelona- hasta esa Fedora de marzo de 2015 en el Teatro Carlo Felice de Genova, que constituye la última vez que la ví actuar sobre un escenario.
Su bellísima voz de soprano lírica plena, de un esmalte fúlgido, el timbre homogéneo (esa uguaglianza que dicen los italianos), la emisión morbidísima y totalmente liberada, el legato de alta escuela, la capacidad para regular el sonido, para controlar las intensidades dinámicas se pasearon por los grandes escenarios mundiales desde su debut en 1980 con “La serva padrona” de Pergolesi en Savona.
Nacida en Genova en 1957, completó sus estudios en el Conservatorio de Parma y en la Accademia Chigiana de Siena. Su colaboración con Riccardo Muti en títulos como Don Carlo, Falstaff, el Réquiem Verdiano o Così fan tutte durante la titularidad del titán napolitano como director del Teatro alla Scala de Milán, fue fundamental en su carrera.
Su repertorio fue muy amplio con felices incursiones en el repertorio mozartiano e incluso el rossiniano y el barroco, pero fue la producción de la Giovane Scuola (Puccini y los llamados veristas), además de los papeles del Verdi maduro propios de soprano lírica con cuerpo o lírico-spinto y de carácter más bien devoto o abnegado como Desdemona, Elisabetta de Valois o Maria Boccanegra -ideales para sus condiciones de gran vocalista- junto a la protagonista de Aida, en los que brilló especialmente. A pesar de que su temperamento no fue particularmente aguerrido, conforme avanzó su carrera y a la par de cierta desconfianza en los ascensos al agudo y a algunas cancelaciones y comportamientos un tanto caprichosos, fue creciendo en la faceta interpretativa, sobretodo apoyada en una articulación impecable y unos acentos cada vez más incisivos. Prueba de ello fue la ejemplar y memorable interpetación del aria “La mamma morta” de Andrea Chénier que ofreció en el Teatro Real en 2010.
¡Hasta siempre Danielina y gracias por tantas estupendas noches de ópera!
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