Por Raúl Chamorro Mena
Verona, 16-VIII-2019, Arena. Tosca (Giacomo Puccini). Saioa Hernández (Floria Tosca), Fabio Sartori (Mario Cavaradossi), Ambrogio Maestri (Barón Vitellio Scarpia), Krzysztof Bacyk (Cesare Angelotti), Biagio Pizzuti (Sagrestano), Roberto Covatta (Spoletta). Coro de voces blancas A. Li. Ve. Coro y Orquesta de la Arena de Verona. Dirección musical: Daniel Oren. Dirección de escena. escenografía y vestuario: Hugo de Ana.
La soprano madrileña Saioa Hernández ha sabido aprovechar la crisis de voces dramáticas para encontrar su sitio y asentarse con mucha fuerza en repertorio spinto y dramático italiano. Su participación en la apertura de temporada 2018-19 del Teatro alla Scala en un papel tan temible como Odabella de Attila significó una indudable afirmación internacional, pero resulta aún más asombroso y roza lo insólito, que esté contratada nada menos que para tres óperas de la temporada 2019-2020 del templo operístico milanés.
Hasta el momento y previamente a su intervención en la Gala homenaje a Caballé del pasado mes de Abril en el Liceo de Barcelona, sólo había escuchado a Hernández en el Teatro de la Zarzuela, concretamente los papeles de Aurora de La del soto el parral y Soleá de El gato Montés. Un papel tan emblemático como Tosca era, en principio, ideal para apreciar la actual situación vocal e interpretativa de una soprano que se ha convertido en todo un fenómeno de consolidación especialmente en los teatros italianos. Entre ellos, una plaza a conquistar era, sin duda, la Arena de Verona que reponía la producción de Tosca (sexta ópera más representada en el Festival donde ha comparecido en 112 ocasiones) de Hugo de Ana, que se estrenó allá por 2006 cuando tuve oportunidad de verla con un elenco formado por Fiorenza Cedolins, Marcelo Álvarez y Ruggero Raimondi. El montaje garantiza la espectacularidad que se espera en el inmenso escenario, que De Ana aprovecha colocando la colosal cabeza del ángel que preside el parapeto del romano Castel Sant'Angelo así como el brazo con la espada que sube o baja durante la representación. Quizás simboliza el inexorable destino final de la protagonista. No faltan golpes de efecto, que tan bien se adaptan a una obra maestra pródiga en los mismos, como el atronador cañonazo que anuncia la fuga de Angelotti, que asustó a buena parte del público, la entrada de Scarpia echando abajo la pintura de la Maddalena o ese curioso final con Tosca enarbolando la cruz encima de la cabeza del ángel en lugar de arrojarse al vacío. Muy vistoso y espectacular el final del primer acto, si bien en segundo y tercero el montaje se va diluyendo y se limita a dejar que funcione como un reloj el perfecto mecanismo dramático musical creado por Puccini y sus libretistas Illica y Giacosa con ese infalible ritmo cinematográfico y esa intensidad dramática que provee la unidad de lugar, tiempo y acción. Muy somero el movimiento escénico, que ni se propone superar el estatismo de los dos protagonistas masculinos.
Hay que subrayar que Saoia Hernández logró un buen triunfo y fue claramente la mejor del elenco. Su voz de lírica ancha con gran calidad, carne y plenitud en la zona centro-primer agudo presenta ahora un médium algo cargado y limitada ductilidad, pero el timbre es atractivo y el volumen generoso. El fraseo es más cuidado y musical - deja entrever su sustrato netamente lírico- que variado e incisivo y sin ser una cantante carismática atesora una comunicatividad, una especie de empatía con el público, que se apuntala con el positivo contacto con la voz, así como su compromiso y entrega sincera en escena. Portó con estilo y profesionalidad los suntuosos vestidos y hay que tener en cuenta que el del segundo acto pesa unos 4 kilos conforme me aseguró Fiorenza Cedolins con ocasión del estreno de este montaje hace 13 años. Más allá del pequeño incidente al atacar el agudo del clímax, Hernández demostró correcto legato en «Vissi d'arte» y aunque en la franja aguda extrema se abre algo el sonido, afrontó con valentía el Do sobreagudo "de la lama" en el último acto, además de lograr solventar con eficacia los graves, cargando pecho, pero no de manera excesiva y que pueda comprometer su organización vocal. El que firma, como madrileño y español, pero sobre todo amante de las buenas voces, se alegra de este meteórico asentamiento de Saioa Hernández en los teatros de la península, le desea continúe la progresión y que podamos verla en el Teatro Real, Liceo y demás teatros españoles.
Fabio Sartori tuvo un comienzo muy desafortunado con una emisión totalmente retrasada y calante. Muy deficiente, por tanto, fue su «Recondita armonia» y aunque se fue afianzando a lo largo de la función liberando un centro de cierto atractivo, los agudos no giran ni el sonido gana la debida expansión. Fraseo escasamente incisivo e imaginativo y nula efusión amorosa en un Cavaradossi envarado y de escaso interés. A diferencia de lo que ocurrió en 2006, en que Marcelo Álvarez bisó el Adiós a la vida ante el constante requerimiento de un público alborotado, esta vez Sartori bisó porque quiso y así poder incluir la «gesta» en su currículum. Ambrogio Maestri, barítono de medios demasiado líricos para el papel y cantante con deficiencias técnicas y sonidos apretados, estrangulados en la zona de paso y aguda, se vale de su físico imponente y sus indudables oficio y profesionalidad para firmar un Scarpia digno y cumplidor. Entre los correctos secundarios destacar la buena sonoridad que acreditó Krzysztof Bacyk como Angelotti.
En el podio del amplísimo foso se situó el director Areniano por antonomasia, Daniel Oren, que precisamente debutó en el festival con Tosca en 1984. Todo un espectáculo, como siempre, con su gesto ampuloso, saltos, gruñidos... Demostró, como no, ser un magnífico acompañante de voces y profundo conocedor del melodrama italiano y de una obra que ha dirigido cientos de veces. Sin embargo, aprecié una labor distinta a la de hace 13 años y en la línea de su Lucia di Lammermoor la temporada pasada en el Teatro Real. Parece que después de 40 años de carrera ha llegado la hora de ser más «analítico». Tempi lentos, acentuadísimo sentido del rubato, de modo que estira la orquesta hasta límites en que no puede evitar caídas de tensión, cuando siempre ha sido un un maestro muy teatral. Sin duda que pudieron escucharse momentos de gran belleza y eficacia dramática, así como audaces contrastes dinámicos, además de obtener un buen rendimiento de la orquesta, pero yo prefiero el Oren de antes. Notable el nutrido coro areniano dirigido por Vito Lombardi, con ese gran efecto logrado en el Te deum al distribuirse en ambos extremos del enorme escenario. A buen nivel también el coro de voces blancas con Paolo Facincani al frente. Indicar las mejoras que he detectado en el desarrollo de las funciones arenianas, los descansos son más cortos y ya no se produce el constante trasiego de mozos vendiendo bebidas, helados o panini a voz en grito. Las bebidas se venden en los diversos mostradores al efecto y los muchachos sólo vocean el programa, libreto y DVD de la ópera en cuestión.
Foto: Ennevi
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