Por Raúl Chamorro Mena
Verona. 17-VIII-2019. Arena. La traviata (Giuseppe Verdi). Lisette Oropesa (Violetta Valery), Vittorio Grigolo (Alfredo Germont), Leo Nucci (Giorgio Germont), Clarissa Leonardi (Flora Bervoix), Daniela Mazzucato (Annina), Marcello Nardis (Gastone), Nicoló Ceriani (Barone Douphol), Alessandro Spina (Dottore Grenvil), Max René Cossoti (Giuseppe). Elena Andreoudi, primera bailarina. Orquesta y coro de la Arena de Verona. Dirección musical: Daniel Oren. Dirección de escena y escenografía: Franco Zeffirelli. Director de escena y escenógrafo colaboradores: Massimo Luconi y Carlo Centolavigna.
«All' Arena di Verona si torna ai kolossal». Así se expresaba la que fuera estupenda soprano Cecilia Gasdia a los pocos meses de asumir en Enero de 2018 la dirección del Festival de la Arena de Verona sumido en una importante crisis económica y artística. La Gasdia pretende recuperar las señas de identidad que han hecho grande y prestigioso internacionalmente al Festival. En primer lugar, la espectacularidad de las puestas en escena, pues para eso se dispone de un escenario enorme en el marco incomparable del antiguo anfiteatro romano situado en la Piazza Brá de la hermosa ciudad. Minimalismo, extraños Konzept, feísmo e incomprensibles dramaturgias paralelas no tienen sentido aquí. Un golpe muy duro fue la Aida del centenario del Festival encargada a La fura dels baus que costó mucho dinero, mientras el público le daba la espalda y llenaba las funciones en que se reponía, a cargo de Gianfranco de Bosio, la puesta en escena inaugural de 1913 que compartió la celebración del centenario con el montaje de la fura. En segundo lugar, la Gasdia se ha propuesto recuperar los mejores repartos, los grandes cantantes de cada época que siempre pisaron este escenario único. No resulta vano recordar, que en la Arena de Verona se produjo el debut italiano de una jovencísima Maria Callas allá por 1947 o que en el período en que Corelli cantaba en el MET de Nueva York a Italia sólo regresaba a Verona, además de Parma y Macerata.
Plácido Domingo debutó en Italia en la Arena en un memorable Don Carlo con Caballé, Cossotto, Cappuccilli y dirección de Inbal. En fin, cualquiera que de un paseo alrededor del recinto podrá observar cartelloni de funciones arenianas pretéritas con repartos espléndidos. En esa línea, la que es gran diva operística actual, Anna Netrebko, ha participado en el Festival 2019 en unas funciones de Il Trovatore y los repartos han aumentado en interés con esa combinación de cantantes prestigiosos y talentos jóvenes que busca la Gasdia. Alguien que de voces, sabe, por supuesto. El público está respondiendo y llenó el enorme anfiteatro en la función que aquí se reseña. En esa línea expresada se sitúa también, cómo no, la invitación al recientemente fallecido Franco Zeffirelli para que llevara a cabo la puesta en escena de Traviata que siempre soñó y que sólo permite un escenario como la Arena, la casa de Violetta con todas sus dependencias. Además de su espectacularidad, está escenografía posibilita, por ejemplo, que en el momento que Violetta se encuentra indispuesta en el primer acto suba a la estancia del piso de arriba para reponerse, donde Alfredo le sigue ("voi qui?"exclama la protagonista) por lo que se consigue ese aislamiento de ambos y la intimidad en la declaración de amor, mientras la fiesta sigue en el salón de abajo. El montaje comienza con el cortejo fúnebre de Violetta y ni que decir tiene, que la escena de la fiesta en casa de Flora resultó fastuosa (el decorado fue recibido por el público con una fuerte ovación) con unas vistosas coreografías y una buena actuación de la bailarina griega Elena Andreoudi, aunque sobró el estallido de confetti. En los extremos del escenario unos palcos nos recuerdan que Traviata es un monumento al melodrama, como esta producción es una especie de testamento y colofón a la longeva y gloriosa carrera de Franco Zeffirelli, último representante del genuino romanticismo en la escena operística, maestro de la espectacularidad y el movimiento de masas.
El reparto combinaba la pujante juventud de Lisette Oropesa y Vittorio Grigolo con la veteranía de Leo Nucci, cantante muy querido por el público de Verona.
Oropesa fue una Violetta notable en el primer acto, en el que acreditó una buena coloratura y desahogo en la franja aguda y sobreaguda - por supuesto que finalizó en las alturas el «Sempre libera»-, pero resulta demasiado ligera (no es una voz «areniana» desde luego) para los otros dos. Sin duda que mostró en todo momento su canto de escuela, control e impecable legato, pero le faltan acentos, profundidad, variedad e incisividad en el fraseo. Su expresión fue siempre sincera, pero carece de temperamento y personalidad para este emblema de los papeles operísticos. Oropesa subrayó la fragilidad, inocencia y carácter de víctima que la puesta en escena de Zeffirelli atribuye a Violetta, si bien sabemos que Verdi no compartía esa visión y llegó a afirmar: «Una puttana deve essere sempre puttana».
Leo Nucci a sus 77 años presenta un timbre muy erosionado, leñoso, sin armónicos en centro y grave, mientras conserva algo de brillo en la zona alta, pero teatralmente se impone. Es un «viejo zorro» que sabe acentuar y demuestra sus muchos años haciendo ópera. Los ataques con portamento son ya constantes, pero resultó sugestivo comprobar cómo Nucci aún es capaz de rematar las frases en el aria «Di Provenza» robando fiato de dónde parece no hay. Pensaba que ya no podría, pero aún sube corriendo por la gradinata a saludar al público al término de la representación. Vittorio Grigolo posee una voz tenoril estupenda, muy bella, de gran calidad y seducción tímbrica. Si estudiara y adquiriera un remate técnico y una compostura como fraseador e intérprete sería el amo en el actual panorama. Efusivo, lanzado, siempre concitato (encendido, arrebatado), pero de canto descuidado y sin dar ni una oportunidad al canto íntimo, reposado, bien torneado. Valiente, se encaramó al Do sobreagudo a la conclusión de la cabaletta «Oh mio rimorso». Entre los secundarios citar a la veterana Daniela Mazzucato que demostró un estado vocal todavía aceptable.
En el foso nuevamente el actual Daniel Oren analítico, pero supo mantener el pulso dramático en el dúo Violetta-Germont, clímax de la obra. Magistralmente balanceado el concertante, en el que se oyó todo, y con una inexorable progresión. Estupendo, asimismo, el preludio del tercer acto con el que creó una emotiva atmósfera de desolación. Sin embargo, exasperaron tempi letárgicos en «Un dí felice» y «Parigi o cara». Tampoco me entusiasmó el bis del Brindis con palmas del público tipo concierto de año nuevo, que promovieron un desbocado Grigolo (que semigenuflexo besó el escenario) y Oren después de los saludos finales, pero uno asume y entiende que entre audiencia tan amplia hay mucho sector popular, público sencillo y entusiasta. Verdi siempre se preocupó por gustar al público y por eso se interesaba habitualmente por la asistencia y cómo iba la venta de localidades.
Foto: Ennevi
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