Director de sublime dignidad estética
Por José Antonio Cantón
Granada, 11-VII-21. Palacio de Carlos V de la Alhambra. LXX Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Orchestre de Paris. Solista: Daniel Lozakovich (violín). Director: Klaus Mäkelä. Obras de Max Bruch, Antonin Dvořák y Maurice Ravel.
Era muy esperada la última intervención de Klaus Mäkelä como director residente del Festival con la Orchestre de Paris, de la que será titular próximamente, interpretando un programa en el que no podía faltar la música francesa. Es así que fue Le tombeau de Couperin de Ravel la obra con la que se iniciaba el concierto, quedando de inmediato presente en la resonancia del recinto ese particular sentido idiomático que de manera natural respiran las orquestas con la música de sus nacionales. A esa autenticidad se sumaba la deslumbrante calidad del director asumiendo y favoreciendo ese plus que le venía dado, sacando lo mejor de cada profesor como sumando imprescindible en la consecución de la mejor respuesta de conjunto.
Encontrando necesario realzar la constante y repetida cabriola que sustenta el Preludio de esta característica obra «raveliana», el maestro hizo énfasis en ir descubriendo esa doble vertiente impresionista y neoclásica que caracteriza el pensamiento musical del compositor. Con clara determinación, estimuló al oboe a que asumiera la responsabilidad de guiar su contrapuntístico y dialogante discurso implementado con la gran transparencia de los vientos-madera, acentuando así en la percepción del oyente la especie de broma musical que encierra este primer movimiento. Reflejó con emocionalidad ese aire melancólico que contiene Forlane sin perder en momento alguno la iluminación sonora que desprendía de nuevo la mencionada sección instrumental, que asumía el mayor protagonismo en su desarrollo. Una etérea elegancia pastoril imprimió al Menuet llegando al momento cumbre en sentimiento con la aparente tristeza de la musette que le permitía extraer la mejor expresividad de la cuerda. Toda la tensión contenida en los movimientos anteriores, especialmente la del minueto, quedó desatada con el principio del Rigaudon final, para volver a un recogimiento sublime en la lectura de su pastoral central, que indicó con un grado de control cinético verdaderamente admirable. Terminaba así una asombrosa lectura de esta obra, quedando la sensación en el oyente de la enorme musicalidad de Mäkelä, maestro en convertir el detalle en pura substancia.
La brillante neerlandesa Janine Jansen, anunciada para esta velada, fue sustituida por el joven violinista sueco Daniel Lozakovich, actualmente una de las destacadas figuras emergentes con este instrumento. Se mantuvo la obra anunciada; el Concierto, op. 26 de Max Bruch. Asumió su protagonismo con gran destreza en esa especie de preludio lírico-rapsódico que abre el primer tiempo, para crear un llamativo contraste con el Adagio subsiguiente, antes de decaer su ejecución en el enérgico Allegro final, donde no terminó de integrarse plenamente en el diálogo con la orquesta. El director protegió tal inconveniencia usando oficio al presentar con determinación y eficacia los dos enunciados temáticos de su contenido. No cabe la menor duda de la capacidad técnica de este violinista, sólo hay que esperar que su musicalidad se acreciente con la experiencia, como se pudo traslucir en el exceso de academicismo dado a la página que abre la primera sonata de Bach que interpretó como bis, dando una sensación de fría asepsia expositiva que impedía que sus armónicos alcanzaran esa emoción que precisa el sutil sentido de improvisada introducción que posee esta contemplativa página.
El momento culminante de la noche vino propiciado por la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvořák, obra en la que se pudo disfrutar de las capacidades tanto del director como de la orquesta en la exposición de su sustancial lenguaje romántico. Pese a la inclemencia térmica que significaba tener que actuar con cerca de los treinta grados centígrados, con lo que ello supone para el mantenimiento de la afinación de los instrumentos, como ocasionalmente se pudo percibir en los timbales, Mäkelä superó los adversos elementos de temperatura ambiental y construyó una dirección tan modélica que era difícil pudiera tener respuesta proporcionada a tan alto grado de información que brotaba de todo su ser en movimiento, en el que cada detalle kinésico de sus evoluciones tiene sentido y razón de ser, resultado de un dominio técnico absoluto en la transmisión de las esencias musicales que contiene esta ejemplar creación sinfónica. El magnetismo de su carismática personalidad estética se apoderó del escenario haciéndose un solo elemento sonoro con la orquesta, que aceptaba complacida el impulso que significa tener un maestro que convierte en belleza los sentimientos que se pueden expresar a través de la música en un ejercicio de construcción que se manifiesta siempre más allá de los posibles límites expresivos.
La intensa ovación del público, que ocupaba el aforo completo del recinto carolino, dejaba constancia de la excelencia artística de este joven director, que se ha erigido indiscutiblemente en la gran figura de la presente edición del Festival.
Foto: Fermín Rodríguez
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