London Symphony Orchestra. Dir. Daniel Harding. Solistas: M. Diener, P. Seiffert, M. Salminen y Ch. Stotijn. Obras de Schubert y Wagner. Auditorio Nacional, 24/11/13
La London Symphony Orchestra regresaba una temporada más a los ciclos de Ibermusica. En la Serie Barbieri se presentaba con un programa sugerente, con una batuta con cada vez más avales y con voces de interés, aunque finalmente quedase todo por debajo de las expectativas. En la primera parte del concierto Harding expuso un Schubert un tanto caído de tensión, de un romanticismo más bien descafeinado, en exceso luminoso, transparente y expositivo. Es decir, falto en suma de tragedia y melancolía, sin esa teatralidad y sin el amplio fraseo que Schubert apetece. Cabe plantear un Schubert más ligero y luminoso, sí, pero si se mantiene intacto su corazón romántico empedernido, cosa que no sucedió con esta Sinfonía 'Inacabada'. La London Symphony respondió, eso sí, con marcada solvencia en las cuerdas, transitando con brillantez, por ejemplo, en los primeros compases del primer movimiento, desde un murmullo imperceptible a un incisivo crepitar. Los metales y las maderas no se antojaron tan brillantes como en otras ocasiones se han escuchado a esta formación. Tampoco Harding ofreció un balance de secciones demasiado logrado, no alcanzando una sonoridad tan empastada y compacta como para ser comunicativa.
Para la segunda parte del programa se ofreció el segundo acto de Tristan e Isolda, donde se contienen probablemente algunas de las páginas más bellas que jamás compusiera Wagner. Harding se nos volvió a parecer algo desbordado por la empresa, incapaz de mover esa masa de sonido con un sentido netamente teatral, no abundando así en la emoción transcendental que apunta esta música. Un trabajo, en suma, incompleto. En el apartado vocal, Matti Salminen se impuso sobre todo lo demás, brillando como lo más apreciable del concierto sin lugar a dudas. Demostró que, a pesar de los años, sigue siendo un rey Marke estremecedor, con esa forma de subrayar el texto, con esa cadencia tan teatral en su monólogo. Inmenso, pues, y conmovedor, por más que el timbre se muestre ya cansado y muy poco solvente para otros repertorios (recordemos su deficiente Felipe II de este verano en Salzburgo).
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