Crítica del recital ofrecido por el pianista rumano Daniel Ciobanu en el Festival «Rafael Orozco» de Córdoba.
Vibrante emocionalidad
Por José Antonio Cantón
Córdoba, 11-XI-2021. Conservatorio Superior de Música. XIX Festival de Piano «Rafael Orozco» de Córdoba. Recital de Daniel Ciobanu. Obras de Frédéric Chopin/Marc-André Hamelin, Dan Dediu, Georges Enescu, Franz Liszt, Modest Mussorgsky, Sergei Prokofiev y Constantin Silvestri.
Uno de los recitales programados en el Festival que venía precedido de gran expectación era el que ha protagonizado el pianista rumano Daniel Ciobanu, cuya fama saltó en el Concurso Arthur Rubinstein de Tel Aviv de 2017 con la obtención del segundo premio y el correspondiente que otorga el público. Su presentación en Córdoba ha sido con un repertorio muy atractivo en el que se ha podido apreciar la riqueza de su técnica aplicada a una excitante emotividad en el tratamiento expositivo, siempre al límite de los cánones propuestos por los autores pero sin perder un ápice de esa recreativa musicalidad que distingue a los intérpretes que tienen y pueden aportar nuevas ideas en el tratamiento de las obras.
Fue llamativo que, de principio, iniciara su actuación con una obra corta, extremadamente virtuosística y de impactante percepción para el oyente como es la sexta y última pieza, titulada Bacchanale, de la Suite nº 3, op. 6 nº 1 del director y compositor rumano Constantin Silvestri. Sirvió para demostrar el impresionante y variado mecanismo que posee este pianista reafirmado con la obra siguiente, Carrillon Nocturne, séptimo y último número de la Suite nº 3, op. 18, «Impromptus» de Georges Enescu con la que llegó a un altísimo grado de virtuosismo sonoro debido en gran medida a su variado modo de pulsar y a la sugestiva forma de activar el pedal, que dejaban una fascinante sensación cristalina en el sonido, convirtiéndose en uno de los momentos más significativos de su recital por su enorme capacidad de evocar los cantos y melismas litúrgicos ortodoxos que contiene esta pieza que parecen estar detrás de su inspiración, lo que la convierte en una creación pianística verdaderamente mágica.
La fascinación continuó con Cuadros de una exposición de Modest Mussorgsky que realizó con dos inquietudes fundamentales; serenar el tempo, permitiendo que el oyente deguste en su imaginación cada cuadro, y servirse de la riqueza armónica que contiene cada uno de ellos, sacando el máximo partido de las posibilidades polifónicas del instrumento. Es el caso de su magistral ejecución del octavo episodio en el que se describen las catacumbas, donde el piano adquirió casi la monumentalidad de un órgano subterráneo activado por entes de ultratumba. La enorme agilidad de sus manos se hizo más que patente en el Ballet de los polluelos en sus cascarones y en los lamentos del pobre judío Schmuyle contenido en el sexto número. Dentro de su inquietud expositiva se agradece que pausara con acierto el tránsito entre cada cuadro acrecentando así el progresivo interés descriptivo de la composición, que tuvo su cenit en la expansión que dio a La gran puerta de Kiev haciendo todo un alarde de gradación dinámica.
Tras un breve intermedio, quiso empezar la segunda parte de su actuación con una obra de gran vitalidad como la que desprende Le vent du Transylvanie, perteneciente a Levantiques, op. 64 del compositor rumano Dan Dediu, que sorprendió por un instante de zapateado central que contrastaba con sus sonidos en algunos momentos «messiaenescos» y de impulsivas ráfagas.
La interpretación que hizo de la Rapsodia húngara nº 12 de Franz Liszt puede encuadrarse dentro de los cánones que pide esta obra. Cambiando de expresividad según su distribución temática, expresó el ingenio de Liszt determinando con claridad sentimientos de melancolía y desarrolló sus acrobacias al teclado brillantemente y con convicción antes de la stretta final que, por su intensidad casi agresiva llevó a provocar algunas inconveniencias de sonoridad en el instrumento.
Como ejemplo del temperamento transgresor de Daniel Ciobanu, reflejado a lo largo de todo su recital por la manera de entender cada obra, tocó una versión del Vals del minuto, op. 64 nº 1 de Frédéric Chopin que ha realizado Marc André Hamelin realzando toda una concentrada serie de ingeniosas aportaciones pianísticas brillantes, virtuosas y también irrespetuosas que sólo pueden entenderse desde la impresionante capacidad técnica y fantasía musical de este enorme pianista franco-canadiense.
El momento estelar del recital vino propiciado por los cinco Sarcasmos que contiene el Op. 17 de Serge Prokofiev. Los desajustes del piano pasaban más desapercibidos ante la ostensible agresividad sonora y complejidad armónica que encierran el primero, tercero y quinto. Ciobanu concentró su expresividad en la extraña lírica del segundo y el último, y en el enajenante pasmo que supone el cuarto. La actuación fue ejemplar en temperamento, exposición y comunicación dejando la impresión de que de tener mejores condiciones el piano el recital hubiera alcanzado con toda seguridad un mayor grado de brillantez, ya que la madurez de recreación que posee este pianista, envuelta siempre en una vibrante emocionalidad, no deja a nadie indiferente.
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