Critica: Barenboim dirige Wagner y Elgar en el Palau de Barcelona

LOS ECOS BRITÁNICOS DEL WAGNERIANISMO

Por Alejandro Martínez

Barcelona. 06/07/2015. Palau de la Musica Catalana. Wagner: fragmentos de Parsifal y Los maestros cantores de Nuremberg. Elgar: Sinfonía no. 1. Staatskapelle Berlín. Dirección musical: Daniel Barenboim.

   A decir verdad lejos han quedado ya esos esos tiempos en los que la Filarmónica de Berlin y la Filarmónica de Viena eran dos referencias sin parangón posible. No sólo formaciones como la Orquesta del Concertgebouw o la Filarmónica de Múnich rinden a un nivel parangonable. También algunas de las orquestas de foso más consolidadas de Alemania se desempeñan actualmente con un oficio y una personalidad sobresalientes. Este es el caso, sin la menor duda, de la centenaria Staatskapelle de Berlín, cuyos orígenes se remontan ni más ni menos que a finales del siglo XVI. La formación ha consumado su extraordinaria maduración ya en manos de su actual director titular, Daniel Barenboim, que ha modelado la orquesta con mimo hasta convertirla en un preciso y preciado mecanismo de relojería, con un sonido propio y genuino, de un color levemente sombreado, entreverado de bronce y caoba.

   Barenboim se presentaba en el Palau de la Música de Barcelona con dos programas distintos, el segundo de ellos dedicado a Verdi y junto con el Orfeón Catalán. En el concierto que nos ocupa, la primera parte estaba vertebrada por obras de Wagner. En concreto, por el preludio y los encantamientos de Viernes Santo de Parsifal y la obertura de Los maestros cantores de Nuremberg. La hondura y firmeza, aunada con una inusitada naturalidad, con la que Barenboim desgrana esta música sólo están a la alcance de los más grandes. Con un gesto austero decidido y nítido, Barenboim implantó un silencio memorable en la sala del Palau, redoblando la intensidad de esta música.

   Para la segunda parte Barenboim recuperaba una obra infrecuente aunque muy querida para él, la Sinfonía no. 1 de Elgar. Es curioso, también una sinfonía de Elgar, la No. 2, es una de las obras de más queridas del flamante nuevo director titular de la Filarmónica de Berlín, Kirill Petrenko. Barenboim tuvo desde sus inicios una proximidad muy particular con la obra de Elgar, cuyo concierto para violonchelo interpretó y grabó junto a su primera esposa, la extraordinaria y desaparecida Jacqueline du Pré. En el caso de esta sinfonía No. 2 estamos ante una obra épica y compleja, que Barenboim dirigió de memoria, con voluntarismo y entrega, con verdadero aplomo en el gesto. La sinfonía como tal no ha gozado de demasiada pervivencia, como de hecho trasluce su escasa e infrecuente presencia en la discografía (Barenboim y la Staatskapelle la acaban de registrar para Decca). Un hecho que contrasta sin embargo con el gran éxito que cosechó en su estreno en diciembre de 1908, con el alemán Hans Richter a la batuta, a quien precisamente Elgar había dedicado la partitura. Richter, como bien recuerda Xavier Cester en las notas al programa, había inaugurado en 1876 el foso del Festspielhaus de Bayreuth con el primer ciclo completo del Anillo wagneriano. No por causalidad hay mucho de Wagner en los cimientos del sinfonismo británico que supusieron estas obras de Elgar. Sea como fuere, volviendo a la versión expuesta con Barenboim y su Staatskapelle, nos quedamos con su genial capacidad para distinguir planos y subrayar dinámicas, jugando al mismo tiempo con el color y las intensidades. A destacar todo ello en un monumental Larghetto. La obra adolece de un cierta falta de coherente interna, como en una eterna sucesión de motivos que no terminan de encontrar una resolución clara. En este sentido, si se nos permite el aserto, cabría decir que la versión encabezada por Barenboim estuvo si cabe incluso por encima del atractivo mismo de la obra, que es una joya compleja y recóndita, poco evidente.

Foto: A. Bofill