Crítica de Pedro J. Lapeña Rey de la ópera Dálibor de Smetana en la Ópera Janacek de Bno
El año Smetana empieza con controversia
Por Pedro J. Lapeña Rey
Brno. 26-II-2024. Národní divadlo Brno. Dalibor (Bedřich Smetana/Josef Wenzig). Peter Berger (Dalibor), Csilla Boross (Milada), Tomasz Konieczny (Vladislav, rey de Bohemia), Daniel Kfelíř (Budivoj), David Szendiuch (Beneš), Jana Šrejma Kačírková (Jitka), Ondřej Koplík (Vitek), Kornél Mikecz (un juez). Orquesta y coro del Teatro Nacional Janáček de Brno. Director Musical: Tomáš Hanus. Dirección de escena: David Pountney.
Los años que terminan en 4, la República checa celebra su música y la memoria de sus compositores. Hasta 27 músicos, orquestas o teatros tienen un 4 en su nacimiento, puesta en marcha, muerte, etc. Son claros ejemplos Antonín Dvořák –murió en 1904–, Leoš Janáček –nació en 1854–, Josef Suk –en 1874 o Ervín Schulhoff –en 1894–. Pero el que se lleva la palma es el considerado padre de la música checa, Bedřich Smetana, que nació en 1824 y murió en 1884. Se cumple por tanto su bicentenario. Dos proyectos nacionales –Smetana200 y Year of Czech Music 2024- aglutinan cerca de 200 actividades y espectáculos diferentes. Praga, Brno y Ostrava acaparan los mas importantes, pero su música se va a interpretar por todo el país. En Brno, la capital de Moravia, el pasado día 2 de febrero se inauguró con la premier de Dalibor, su tercera ópera. Subía a sus tablas por primera vez en casi treinta años.
Como tantos otros en la segunda mitad del s. XIX –Moniuszko en Polonia, Erkel en Hungría o Pedrell y Bretón en España–, cuando la influencia aplastante de la Italia de Verdi o la Alemania de Wagner se extendía por todo el orbe musical, Smetana se había embarcado en crear una ópera nacional checa. La primera piedra la puso con “La novia vendida”, ópera ligera, cómica, y llena de danzas populares que tuvo una respuesta excelente del público. Pero no se quería conformar con eso. No quería abandonar la ópera grande. Quería una mayor amplitud de miras e integrarla en un contexto europeo más amplio. Y su respuesta fue Dalibor, un himno a la libertad y a la justicia con tintes de tragedia romántica de armas tomar, y con libreto en alemán de Josef Wenzig traducido al checo por Ervin Špindler, donde este caballero medieval, en venganza por la ejecución de su amigo Zdeněk, asalta el castillo de Ploskovice y mata al burgrave. Por ello acaba encarcelado en la torre del Castillo de Praga. En el juicio, delante del Rey de Bohemia, Milada, la hermana del burgrave se enamora de él mientras pide su ejecución, y decide liberarlo. El drama, musicalmente de tintes wagnerianos –Lohengrin o Tristan están ahí–, tiene de todo: exaltación del amor, deseo de venganza, intrigas políticas... En fin, casi una enmienda a la totalidad a La novia vendida. Además, se escuchó por primera vez con motivo de la colocación de la primera piedra del Teatro Nacional en Praga, lo que se vio como un emblema nacional. Que ese emblema tuviera una influencia wagneriana tan evidente, fue objeto en su momento de críticas considerables por el temor de que la ópera checa fuera absorbida por los extranjeros.
Más de siglo y medio después, la Ópera de Brno en coproducción con la Ópera Nacional de Gales, se han embarcado en una producción comandada por el británico Sir David Pountney, en la que éste, en vez de dedicarse a contarnos la historia, se plantea actualizarla a nuestros días dado que temas como los que trata son de estricta actualidad. Dalibor es un héroe o un criminal dependiendo desde que bando lo ves, las venganzas y las intrigas están a la orden del día, y la lucha contra la injusticia y el poder, o el poder del amor son temas eternos.
El lunes pasado, en la cena con unas amigas que habían venido a Viena desde España a ver a Carlos Álvarez en la horrorosa producción de Falstaff que la Staastoper ha estrenado esta temporada, comentábamos sobre como las direcciones de escena actuales desvirtúan las obras simplemente fijándose en una frase concreta del texto. No importa que en las otras doscientas páginas del libreto no haya ninguna conexión más. Da igual. No les hace falta más. Y en menos de 7 días, ya tenemos un nuevo ejemplo del que hablar. El Sr. Pountney nos ha obsequiado en el pasado con veladas de primer nivel. Por poner solo un par de ejemplos, ahí está su Jenufa para la Staatsoper de Viena que pudimos ver hace 20 años en la temporada de la ABAO en Bilbao y que se sigue reponiendo en Viena temporada tras temporada, o también La pasajera de Mieczysław Weinberg que por fin se va a poder ver este mes de marzo en el Teatro Real de Madrid y que el que suscribe reseñó hace unos años desde Florida.
Varias óperas de Janáček, Dvořák o Martinu han pasado también por sus manos de manera admirable. Sin embargo, aquí tampoco puede escapar a la maldición de la idea genial: comparar a Dalibor, un personaje atractivo, con carisma, y que realiza acciones criminales vistas como heroicas por sus partidarios, con la figura de Bobby Sands, el miembro del IRA que falleció en 1981 tras 66 días en huelga de hambre en el hospital de la cárcel donde estaba recluido. Sands, terroristas para los ingleses, un símbolo de la lucha por la libertad para los irlandeses, también era atractivo y tenía carisma. Así que ya tenemos el punto de unión con el Dalibor de Smetana y Wenzig. Aunque Sands fue miembro del IRA y fue acusado de un par de acciones terroristas, nunca se demostró su participación en ninguna muerte y consecuentemente nunca fue condenado por ello. Por tanto, tampoco se sabe que hubiera alguna hermana de un asesinado que se enamorara de él. Ni siquiera se sabe de ninguna mujer probritánica que lo hiciera y quisiera liberarle, ni que se enrolara en el IRA para ello. En fin, eso da igual. El Sr. Pountney ya tiene su mínimo punto de unión con la historia, y nosotros, en vez del drama romántico medieval en las montañas checas, tuvimos un escenario lleno de jóvenes irlandeses con fusiles y metralletas por las calles del Ulster. En vez de ejecutar a Dalibor a espada, le caen varios tiros con pistolas y fusiles. Pero ¿en realidad Sands no murió por una huelga de hambre? En fin, un despropósito más que añadir a la larga lista que llevamos en los últimos años.
En cualquier caso, no cabe duda de que David Pountney es uno de los grandes directores de escena de los últimos cincuenta años, y una vez te embarca en su ópera –lo repito, en su ópera, no en la de Smetana y Wenzig– el trabajo es de primer nivel. Aunque su dirección de actores es bastante precisa, deja libertad a los intérpretes y los envuelve en un simbolismo por momentos conmovedor, ayudado sin duda por la escenografía de Robert Innes Hopkins, concebida de manera muy plástica y visualmente muy atractiva en la mayor parte de las escenas. El amor de Dalibor por la música está presente en toda la función, y varios instrumentistas –el violín de Jiri Klecker, el arpa de Pavla Kopecká y el violonchelo de Lukáš Žufánek– suben al escenario para interpretar las escenas mas líricas a la vista de todos. El arpa frágil y bellísimo está presente cuando Milada canta sus alegatos. El violín dulce, melancólico y doliente interpretado por un cupido con un ala roja gigante lo está cuando Dalibor recuerda a su amigo Zdeněk. En el lado negativo, me sobraron escenas de su nueva historia, como las imágenes retransmitidas en directo por Jitka –la ahijada de Dalibor en el original y que aquí es una influencer además de terrorista– desde un teléfono móvil de la llegada de los miembros del IRA y que se proyectaban sobre el fondo del escenario – pero claro, eso no es una novedad, los telediarios ya nos mostraban los disturbios en la Irlanda del Norte de los 80– o los pequeños cortes que hubo en la obra y que entre otras cosas redujeron las dos pausas a una, trasladando el intermedio a la mitad del segundo acto, y dejando una primera parte con la trama del juicio, y una segunda con las escenas de la prisión.
Afortunadamente, el lado musical nos dio más alegrías que el escénico. Por un lado por la partitura en sí, y por otro por la notable respuesta del elenco. Smetana crea una obra muy atractiva llena de bellas melodías, armonías densas y complejas, donde combina la gran ópera wagneriana con el folklore bohemio. Está llena de momentos líricos espeluznantes y de escenas de claro tinte grandioso, todo ello con una orquestación colorida, rica y suntuosa.
Tanto Dalibor como Milada tienen una vasta tarea con arias y dúos hermosos, unos líricos o melancólicos, otros plenamente heroicos. Él no deja de recordarnos a un Lohengrin o incluso a un Tristán por su intensidad en escena, mientras que ella, a pesar de su supuesta fragilidad caracterizada por el arpa, también tiene páginas intensas de gran contenido dramático. El eslovaco Peter Berger fue un Dalibor admirable. Su voz es más lírica que dramática y su timbre siendo atractivo no es particularmente bello, pero la línea de canto es estimable, su emisión es sana, está liberada y bien proyectada, y tanto el registro central como el superior tienen fuste y entidad. Su Dalibor fue expresivo, carismático, lleno de acentos, impetuoso cuando defiende ante el rey su derecho a la venganza –amenaza incluso con masacrar a Praga– pero también lírico y melancólico cuando recuerda a Zdeněk o se junta con Milada. Ésta fue la soprano húngara Csilla Boross, una voz imponente, carnosa y brillante, muy bien emitida, al que el único pero que se le puede poner son algunos agudos abiertos y algo descontrolados. Su canto ora impetuoso -lleno de urgencia y desesperación-, ora matizado y siempre atento a la frase –lleno de fantasía y sentimiento tierno y amoroso–, fue de bella factura y su creación del personaje fue conmovedor.
El bajo-barítono polaco Tomasz Konieczný aportó sus consabidas virtudes –entrega, fraseo o volumen– y carencias –engolado y un tanto rudo– al personaje del rey Vladislav, indeciso y confuso, que no tiene claro si condenar o no a un caballero como Dalibor a pesar de su crimen y de sus amenazas. Excelente la Jitka de la joven soprano Jana Šrejma Kačírková, radiante, plena de energía, con una voz fresca y natural, bien emitida y proyectada. Su novio Vítek fue Ondřej Koplík, sonoro y entregado. A gran nivel David Szendiuch con una voz grave, rotunda y aterciopelada en el papel del carcelero Beneš. Daniel Kfelíř como el comandante de la guardia Budivoj, y Petr Karas como el juez completaron un notable elenco.
A los mandos de todo el entramado, el checo Tomáš Hanus, actual director de la Ópera Nacional de Gales, nos dio una lectura intensa, llena de lirismo y de carga dramática, pero que también supo contenerse, delinear momentos casi camerísticos, crear pura poesía sonora, y sacar una claridad meridiana y un sonido colorido y atractivo de la excelente orquesta del teatro. Su control del sonido ayudó a realzar las voces, y para ello, tapó la parte del foso donde se situaban los metales. Así ayudó a evitar que éstos se comieran a los cantantes. El coro también se mostró a un excelente nivel.
Una propuesta como esta no podía recibir una respuesta unánime del público y aunque los aplausos y los bravos fueron claramente mayoritarios, hubo pitos bastante sonoros nada mas bajar el telón, que se repitieron cuando Tomáš Hanus salió a saludar. Ante estos últimos pitos, el nivel de los bravos también ascendió y mucha parte del público se puso en pie. Ni el Sr. Pountney ni nadie de su equipo salió a saludar y no hubo discrepancias en cuanto al resto del reparto, con aprobación especial para la pareja protagonista y para Jana Šrejma Kačírková. En cualquier caso la controversia estuvo servida. Probablemente, dentro de unos años seguiremos hablando del Dalibor de Smetana y pocos recordarán al del Sr. Pountney.
Fotos: Teatro Janacek de Brno
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