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Historia y Ópera: Don Sebastián de Portugal

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Autor: Javier del Olivo
29 de abril de 2015
Foto: D. Sebastián de Portugal

FELIPE II Y SUS CONTEMPORÁNEOS (I)

EL REY DON SEBASTIÁN DE PORTUGAL

Javier del Olivo

   La época de mayor esplendor del Imperio Español coincide con el reinado de Felipe II, aquel del que se decía que en sus dominios nunca se ponía el sol. Esta época de gloria política trajo consigo, como es lógico, el encono y la envidia de otras potencias europeas y la animadversión de pueblos y territorios que se sentían oprimidos por el dominio español. Todo esto provocó una reacción propagandística que mezclando hechos reales con invenciones malintencionadas crearon eso que se ha venido en llamar “la leyenda negra”. Más adelante nos centraremos en las consecuencias que la leyenda ha tenido en la visión operística del reinado de Felipe II y, sobre todo, hablaremos de  la obra más famosa que relata un episodio de este reinado: Don Carlos de Verdi. Pero antes haremos un repaso de otras óperas, no tan conocidas, pero centradas también en este periodo histórico y que tienen a Felipe como protagonista sin presencia escénica pero siempre manejando los hilos (para mal, claro) que gobiernan los destinos de los protagonistas. Por supuesto, en estas obras la leyenda negra sigue ensombreciendo la visión de todo lo español. Los estudios historiográficos no habían aún aclarado cuanto había de verdad o mentira en esa leyenda y a los autores decimonónicos (compositores y libretistas) les venía fenomenal esa mina de “malos” que eran el Rey Habsburgo y sus ministros.

   Esta actitud la vemos claramente en la primera ópera que vamos a analizar: Dom Sébastien, Roi de Portugal de Gaetano Donizetti con libreto de Eugéne Scribe y estrenada en París en 1843. Donizetti vivía ya en París y esta obra forma parte, por su duración y pretensiones artísticas,  de la tradición de la “Grand Ópera”, aunque su representación no haya perdurado dentro del llamado repertorio. Donizetti hizo algunos cambios para su estreno en Viena en 1845. De ahí surge la versión en italiano estrenada en La Scala en 1847. Aunque, como otras obras de Donizetti, ha sido recuperada a partir de la segunda mitad del s. XX, sus representaciones siguen siendo escasas aunque sí que se ha grabado tanto en su versión original en francés como en italiano.

Gaetano Donizetti

Gaetano Donizetti

   La figura de Don Sebastián I, apodado el Deseado, está rodeada de un halo de misterio. Era bisnieto del gran Manuel I, el Afortunado, y heredó un reino volcado al mar, a la aventura y al descubrimiento. Este espíritu mezclado con una espiritualidad exaltada y de cruzada hizo que desde muy joven su intención fuera cristianizar los territorios explorados por los navegantes portugueses y especialmente imponer el dominio luso en Marruecos. El historiador portugués  De Oliveira Marqués, en su Historia de Portugal, hace una descarnada descripción del joven monarca (subió al trono a los catorce años):  “Osado hasta los límites de la locura, no se interesaba por los planes estratégicos cuidadosos, de ataque o de retirada, que asimilaba al miedo o la cobardía. Despreciaba a los viejos y a los prudentes, y se rodeó de un núcleo de jóvenes aristócratas, casi tan locos e inmaduros como él. No aceptaba palabras de advertencia, ni encaraba la realidad y la verdad tales como eran. Sólo la adulación abría el camino hacia su intimidad”. (1) Duro alegato pero en el que,  con otras palabras, coinciden casi todas las fuentes consultadas. Esta irreflexión le llevo a planear una campaña para recuperar algunas plazas africanas e imponer su cristianización (Portugal fue un país muy comprometido con las reformas impulsadas por el Concilio de Trento y con su espíritu de evangelización de infieles). Intentó conseguir la ayuda de su tío Felipe II, que le fue negada, pero sí que recibió el apoyo papal en forma de un contingente armado al mando de Sir Thomas Stukeley, que moriría en la misma batalla. También consiguió préstamos de banqueros alemanes a cambio de la exclusividad en la venta de la pimienta (preciada especia que traían los barcos portugueses de Oriente). La expedición fue mal planeada y en el verano de 1578 se internó en pleno desierto para enfrentarse a un ejército que le doblaba en número. Un dato indicativo sobre el carácter de los expedicionarios, y que resaltan los historiadores, es el séquito, compuesto de esclavos y servidores, que llevaba este ejercito para que los nobles se sintieran cómodos en África y que lastró gravemente los movimientos bélicos. El 4 de agosto, en plena canícula, el ejercito portugués fue aniquilado por las fuerzas musulmanas en Alcazarquivir. Aunque hay unanimidad en constatar que el Rey murió en el campo de batalla, no la hay tanta en si se pudo identificar y recuperar el cadáver o sí quedó entre los otros miles que fueron enterrados allí. Después de la batalla algunos supervivientes llegaron al puesto amigo de Arcila y fingieron que el Rey iba con ellos para que les dieran refugio. Ese hecho hizo que se propagara el rumor de que el Rey no había muerto. Ahí empezó a surgir la leyenda de que el rey Sebastián, que no había muerto en África sino que estaba oculto, volvería para salvar a Portugal del yugo español. Es lo que se ha venido en llamar sebastianismo y que es una corriente muy interesante que entronca con ideas místicas, de salvación y regeneración que tuvieron mucha vigencia en Portugal hasta principios del s. XX donde ya se confundieron con ideas patrióticas y de ensalzamiento de lo portugués. Incluso se considera a Fernando Pessoa el último sebastianista. Durante un tiempo, en los siglos XVI y XVII, fueron apareciendo falsos “sebastianes” que reivindicaban el trono luso, sobre todo mientras estuvo bajo el dominio español. El más conocido de los pretendientes fue Enrique de Espinosa,  el llamado “pastelero de Madrigal” que finalmente fue ejecutado y que dio pie también a novelas y obras de teatro, la más destacada “Traidor, inconfeso y mártir” de Zorrilla. Y ya que estamos de “falsos pretendientes” es inevitable pensar el “falso Dimitri” de Boris Godunov, tema que trataremos en otro artículo.

Batalla de Alcazarquivir

Batalla de Alcazarquivir

   La Historia nos dice que el tío de Sebastián, el Cardenal Enrique, lo sustituyó como rey, pero murió pronto y sin descendencia. Esto provocó luchas por el trono entre diversos pretendientes y aunque Antonio, prior de Crato, procedente de una rama ilegítima de los Avís, fue proclamado rey, su reinado sólo duro veinte días y fue al final Felipe II, hijo de Isabel de Portugal, quien se hizo con el reino apoyado en su ejército (al mando del Duque de Alba, que pronto veremos como protagonista de otra ópera) y parte de la nobleza portuguesa que pensaba salir beneficiada por la unión. No será hasta 1640, bajo el reinado de Felipe IV, con la llamada por unos (los lusistas) Guerra de Restauración y por otros (los más proclives a España) Revuelta Portuguesa, cuando Portugal volvió a ser un reino independiente.

Enrique de Portugal

Enrique de Portugal

   Los compositores y libretistas tienen predilección por personajes históricos con aura de aventureros. Y si estos tienen un final trágico, miel sobre hojuelas. Donizetti y Scribe no podían dejar pasar una historia tan truculenta como la del desgraciado rey portugués. Pero la visión que nos dan del monarca es completamente diferente a la relatada más arriba. En el primer acto vemos a Don Sebastián intentando partir hacia la cruzada animado por su tío y regente en su ausencia, Don Antonio, que planea, aprovechando esa circunstancia, entregar el reino al malvado Felipe II. También anda intrigando por allí Don Juan de Silva, el Gran Inquisidor. Aparecen pues ya al principio dos protagonistas de la leyenda negra, Felipe II y la Inquisición. La realidad fue muy otra. Don Enrique, que era como se llamaba el tío del rey y regente en su ausencia, era, además de Cardenal, el Gran Inquisidor y en todo momento intentó que su sobrino no emprendiera la temeraria empresa. Don Juan de Silva sí que fue, históricamente, el primer Inquisidor que tuvo Portugal, pero cincuenta años antes de los hechos que relata la ópera. Por supuesto tiene que aparecer una figura femenina. Don Sebastián libra a la morisca Zayda de la hoguera inquisitorial y eso le granjea la eterna gratitud de la joven. También aparece el poeta Camoens (éste sí coetáneo del Rey, pero que no tuvo ninguna participación en su expedición africana) que lanza unos agoreros presagios sobre el destino de la cruzada. Curiosamente, en el reinado de Juan III, abuelo de Don Sebastián, hubo un zapatero llamado Barrada que profetizó la llegada de un rey redentor de la humanidad, profecías muy extendidas en la época en otros países. Esta leyenda está en el origen del sebastianismo del que hablábamos antes pues muchos creyeron que era el desaparecido rey el que tendría ese papel redentor. En el acto II ya estamos en tierras moras donde la rescatada Zayda, hija de un jeque morisco, confiesa su amor por el rey lo que encoleriza a su prometido, otro de los dirigentes musulmanes. La derrota de los portugueses es un hecho y el Rey moribundo en medio de un campo de combatientes caídos es recogido por Zayda; ambos confiesan su amor, pero ella, ante la llegada de Abayaldos, el jeque despechado, oculta la identidad del monarca. Se ofrece a ser la esposa del musulmán a cambio de salvar la vida del anónimo cristiano.

Luis de Camoens

Luis de Camoens

   En el acto III, pasado un tiempo, y con Zayda y Abayaldos ya casados y en misión diplomática en Lisboa, se celebran las honras fúnebres por el rey muerto. Por allí anda Camoens que reconoce al monarca pero al proclamarlo en medio de los funerales hay gran confusión. El poeta huye y el rey es detenido por sus enemigos que le acusan de impostor (alusión a los distintos pretendientes que aparecieron en los años posteriores al desastre de Alcazarquivir). El acto IV (la ópera no es corta) transcurre en los calabozos de la Inquisición donde el libretista no ahorra sufrimiento a los protagonistas ni maldad a los torturadores. Ya en el último acto Don Sebastián renuncia al trono por el amor de Zayda con la que intenta huir por el balcón de una estancia del palacio real lisboeta ayudados por Camoens, pero son descubiertos en el descenso. Sus enemigos les disparan, mueren y Felipe II se anexiona Portugal. Camoens canta las desgracias del rey dando comienzo la leyenda del Rey Deseado. Como vemos, una vez más, la Ópera distorsiona la Historia a su conveniencia.

(1) A. H. De Oliveira Marqués. Historia de Portugal. Fondo de Cultura Económica. Mexico.1983

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