Hagen Quartett concluye su ciclo Shostakóvich en el Wiener Konzerthaus interpretando los cuartetos números 13, 14 y 15
Estremecedor
Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena. Konzerthaus. 3-VI-2022. Hagen Quartett. Cuartetos de cuerdas nº 13 en si bemol menor, Op. 138; nº 14 en fa sostenido mayor, Op. 142, y nº 15 en mi bemol menor, Op. 144 de Dmitri Shostakovich.
El pasado mes de febrero reseñamos el concierto central del ciclo Shostakovich del Cuarteto Hagen que se ha programado esta temporada en el Konzerthaus de Viena. Terminábamos haciéndonos eco del éxito clamoroso del concierto, punto intermedio de lo que prometía ser un ciclo histórico en la ciudad, 28 años después del que en 1994 hizo el Cuarteto Borodin.
El ciclo ha llegado a su fin este viernes 3 de junio con los tres últimos. Si el ciclo completo es una especie de autobiografía de sus estados de ánimo, desde que en 1936 entró en el punto de mira de las autoridades soviéticas, éstos últimos los podemos considerar una parte importantísima de su testamento musical. Un poco a la manera de su querido Beethoven, con esos últimos cuartetos que tres siglos después de su composición siguen manteniendo una modernidad absoluta y que solo pueden haber sido escritos por un genio universal, en los cuartetos finales del compositor de San Petersburgo, que vislumbra ya cerca su final tras algún que otro ataque cardíaco, surge toda la angustia y el desazón de esa doble vida que ha tenido que llevar: artista oficial -algo que nunca buscó- de un régimen que le ha colmado de honores, pero que le ha puesto en demasiadas ocasiones al borde del pelotón de fusilamiento versus al artista opositor para sus adentros, incapaz de exiliarse fuera un país al que ama demasiado.
De toda su obra de cámara, el Cuarteto nº 13 en si bemol menor es una de sus obras más duras y sobrecogedoras. Va directa al corazón del oyente y te deja sin habla, sin capacidad de reacción. Si el mítico director ruso Yevgeni Mravinsky fue su alter ego en el podio durante muchos años, el legendario Cuarteto Beethoven lo fue en la sala de cámara. Fundado a principios de los años 20 por estudiantes del Conservatorio de Moscú, estrenaron 13 de sus 15 cuartetos, y fueron dedicatarios, bien en grupo, bien a modo individual de 6 de ellos. En concreto, su viola Vadim Barissovsky, lo fue del decimotercero, y probablemente esa sea la razón por la que además de tener un papel predominante que por momento rompe el equilibrio que siempre mantiene un cuarteto, la viola arranca y cierra el cuarteto. Y obviamente, Veronika Hagen no lo desaprovechó. Su sonido redondo, intenso y envolvente, se tornó impetuoso y árido por momentos, dada la congoja que desprende. Esa primera frase que dura varios compases hasta que se suman el resto de los componentes, o ese largo trino tras el primer clímax de todos, donde violines y violonchelo le contestan en pizzicato, nos puso los pelos como escarpia. Los tempi del Hagen fueron amplios -la versión se fue a los 22 minutos, un par de ellos mas de lo habitual-, reposados pero llenos de intensidad. El tremendo nivel de todos los componentes se manifestó de manera continuada, aunque en esa especie de marcha posterior se manifestó aún más. La coda, espectacular en todos los sentidos, cantada por Veronika con una emoción irresistible y contestada por los golpes de arco de Rainer Schmidt sobre la caja del instrumento, y finiquitada por los dos violines y la viola que pasan de un pianísimo de 3 ps a un fortísimo de 4 efes en cuestión de segundo, fue un tremendo colofón a la obra.
El listón se había puesto muy alto desde el principio. Pero el Cuarteto Hagen se encargó no solo de no bajarlo sino de subirlo aún un poco más. De nuevo el Cuarteto Beethoven estrenó, en la entonces Leningrado, el Cuarteto nº 14 en fa sostenido mayor, op. 142 en noviembre de 1973, dedicado en este caso a su violonchelista Sergei Schirinski. Habían pasado más de 2 años desde el anterior. Entre ambos, había terminado su decimoquinta y ultima sinfonía, y había sufrido otro ataque al corazón más que le mantuvo alejado de la composición cerca de un año. Quizás por ello, en este cuarteto, Shostakovich parece que quiere regresar a la vida. En cualquier caso, él sigue físicamente disminuido y quizás por ello, porque quiere y no puede, en este cuarteto encontramos brillantez y melancolía, alborozo y dolor a partes iguales. De nuevo tempi amplios aunque algo menos que en el cuarteto anterior. Si Veronika deslumbró en el decimotercero, el peso del decimocuarto recayó en las cuerdas Clemens Hagen. Estuvo soberbio, con un sonido envolvente y una musicalidad abrumadora. Esto no quiere decir que violines y viola estuvieran por debajo, sino que las frases que Shostakovich encomienda al cello son de una trascendencia y emotividad superlativas. Absolutamente increíble como cantó toda la parte final del Adagio conclusivo, con sus compañeros acompañándole con sus discretos pizzicatos, mientras la música se va extinguiendo poco a poco.
Tras el descanso fue el turno del último, del decimoquinto, quizás el cuarteto más insólito que cualquier musico haya compuesto hasta ese momento. Seis adagios seguidos, tocados sin solución de continuidad, todos con nombres literarios: elegía, serenade, intermezzo, nocturno, marcha fúnebre y epilogo. Un cuarteto sin melodías claras, con preguntas formuladas por cada instrumento que responden de manera rápida el resto. Compuesto entre abril y mayo de 1974, solo un año antes de su muerte, fue el primero en 35 años que no estrenó el Cuarteto Beethoven. En el mes de octubre, en mitad de los ensayos, el violonchelista Sergei Shirinsky, el dedicatario del decimocuarto, fallece de forma repentina y es el Cuarteto Taneyev el encargado de hacerlo el 15 de noviembre.
La obra de conjunto de los Hagen fue excelente en todos los sentidos. Las frases y las transiciones de primera, la intensidad a flor de piel. De nuevo tempi amplios, bien fraseados, bien exprimidos y sin ninguna pérdida de tensión. Muy bien planteada la fuga de la elegía inicial, perfecta la transición a la serenata, el vals tuvo ironía y sarcasmo, que sobre todo Lukas y Clemens reafirmaron en el intermezzo. Los cuatro les dieron al nocturno ese lirismo característico que desembocó en una marcha fúnebre de calado y en un epílogo turbador. Casi 40 minutos de música excelsa al que solo se le pudo poner un único reparo. En una obra con la simbología de ésta, la tradición es importante. Y aunque las aportaciones de cuartetos como el Fitzwilliam, el Brosdsky o el Emerson -por citar a algunos de los más significativos- han sido enormes, en los últimos cuarenta años, en este repertorio la tradición la ha marcado sin duda el Cuarteto Borodin. Su liturgia para este cuarteto era espeluznante, con las luces del escenario apagadas y los cuatro intérpretes solo iluminados con una pequeña lámpara simulando una vela. Según se desvanecía la música del escalofriante dimunuendo final, apagaban la vela dejando el escenario en completa oscuridad. Sin embargo, nada de eso ocurrió aquí. El cuarteto se interpretó como el resto del ciclo, con toda la luz dada.
Así fue el final de un que perdurará en nuestra memoria. La propuesta del Cuarteto Hagen, de una coherencia y rigor absoluto -podemos decir que se han mimetizado con el compositor ruso- ha calado en todos. El éxito fue clamoroso. La práctica totalidad de la Sala Mozart puesta en pie, y cinco salidas a saludar, algo insólito en un concierto de cámara. Obviamente nadie pedía ningún bis -¿qué se puede tocar después de esto?-. Fue el reconocimiento obligado a una gran labor.
La temporada que viene, el Hagen se volcará en Mozart. Como esté a este nivel, promete grandes tardes.
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