Por David Santana / @DSantanaHL
Madrid. 6-V-2019. Auditorio 400 del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Centro Nacional de Difusión Musical [Series 20/21]. Cuarteto Granados. Cuarteto de cuerda nº 1 Métamorphoses nocturnes de György Ligeti; Cuarteto de cuerda nº 2 Quadrupole de Gabriel Erkoreka y Cuarteto de cuerda nº 1 de Béla Bartók.
No he tenido el honor de escuchar al Cuarteto Granados tocar música del clasicismo, pero gracias a las maravillas de internet –y al archivo digital de la Fundación Juan March– sé que lo hicieron en 2009, en 2007 y anteriormente en alguna otra ocasión en el auditorio de la Fundación. Pero, se preguntarán ustedes, ¿por qué estas indagaciones? Pues verán, es que, en cuanto uno escucha al Cuarteto Granados, es imposible no escuchar en su interpretación su «pasado clásico», y lo digo para bien, porque en Mozart, Haydn y sus contemporáneos está la base del «sonido de cuarteto» y cuando uno ha trabajado bien este repertorio, refinando cada nota hasta la más pura elegancia que exige este periodo histórico, puede hacer lo que quiera.
De hecho el Allegro grazioso con el que da comienzo el primero de los cuartetos –el de Ligeti– fácilmente nos puede recordar a las sonoridades clásicas, líneas transparentes en las que cada instrumento debe mostrar claramente su timbre en un delicado diálogo que desemboca en un Vivace, capriccioso intenso en la que la colectividad sustituye a la individualidad, la precisión debe derrocar a la expresividad, la maquinaria al hombre, y así, renegar del romanticismo. Todo esto en solo dos movimientos de los diecisiete con los que cuenta este monumento de la música que nos brindó el Cuarteto Granados con unos timbres deliciosos, una afinación perfecta y una precisión implacable. Con alardes de expresividad en los momentos de diálogo y con gran delicadeza en los juegos sonoros que Ligeti escribe en los vibrantes movimientos del once al dieciséis.
La obra de Erkoreka no mira al clasicismo, como mucho, diría que hacia al futurismo, ya que la desarrolla sobre una premisa de ondas gravitacionales y teorías físicas que en un principio pinta muy bien y, realmente, el primer movimiento me dejó boquiabierto, el concepto de los polos gravitacionales y la distorsión de las ondas, no son simples cuestiones conceptuales, sino que el compositor bilbaíno efectivamente las logra plasmar en la partitura. Sin embargo, ojalá hubiera mirado un poco más al clasicismo para rescatar el concepto de variedad completamente ausente en una obra que alternó exclusivamente entre el Lento y el Più mosso.
Por último el Cuarteto nº 1 de Bartók fue una elección excelente para que el Cuarteto Granados pudiera lucir su inmensa calidad tímbrica. El violonchelo de Aldo Mata se convirtió en el protagonista, ¿cómo podría ser de otra forma si el madrileño dedicó su tesis doctoral a los Cuartetos prusianos de Mozart? ¬Esta obra destaca por los cantabile que el genio austríaco asigna al chelo, instrumento que tocaba Federico Guillermo II de Prusia, destinatario de la obra. Así mismo, en la obra de Bartók también son muy importantes los soli de violonchelo en los que Aldo Mata derrochó expresividad, calidad tímbrica y, en definitiva, belleza. David Mata al violín también mostró un bello timbre en el registro agudo del violín –una verdadera proeza–, delicadeza y buen gusto. Marc Oliu y Andoni Mercero, aunque no sobresalieran tanto no merecen ser obviados en esta crítica y pasajes como la melodía a unísono que interpretaron en el Allegretto del cuarteto de Bartók demostraron su maestría.
En definitiva, podemos sacar una valiosa enseñanza de este concierto: quien quiera ser experto en el lenguaje musical del cuarteto que estudie a Mozart y a Haydn, que al fin y al cabo fue lo que hizo Beethoven y no le fue tan mal.
Fotografía: Ben Vine/Centro Nacional de Difusión Musical.
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