Crítica del concierto ofrecido por la Orquesta y Coro Nacionales de España en el Festival Internacional de Música y Danza de Granada, bajo la dirección musical de David Afkham y con la Missa Solemnis de Beethoven en el programa
Desde el corazón para el corazón
Por José Antonio Cantón
Granada, 26-VI-2024. Palacio de Carlos V.. LXXIII Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Solistas: Sarah Wegener (soprano), Wiebke Lehmkuhl (contralto), Maximilian Schmitt (tenor) y Ashley Riches (bajo-barítono). Director: David Afkham. Ludwig van Beethoven: Missa Solemnis en re mayor, Op. 123.
El sentido dramático de esta monumental obra de carácter sinfónico coral viene determinado por las propias palabras del autor cuando reflexiona escribiendo sobre el Kyrie con esta emocional idea cordial: «¡Desde el corazón! ¡Puede volver al corazón!». Este espíritu preside esta gran composición de carácter religioso que, dadas sus proporciones y tratamiento de las voces, impide en gran medida que sea ejecutada durante el acto litúrgico de la misa romana en la que está basada. Contiene un grado de complejidad y hasta incomprensibilidad así como un cierto punto de esoterismo que la hacen, paradójicamente, dentro de su difícil interpretación, enormemente persuasiva para el oyente, que se siente prendido por ella sin la necesidad, en un puro acceso emocional, de pasarla por el intelecto, al sentirse también superado por los criterios musicales que hasta entonces imperaron en el género sacro. Con estas premisas se ha planteado el maestro David Afkham la interpretación de esta obra potenciando la sensación de que está escrita, desde un referente religioso, para ser entendida por el hombre dentro de un marco ético profano, con un leguaje musical que le sea comprensible y a la vez le estremezca.
Entrando en una descripción sucinta de su concepto, adoptó un aire de andante de sonata en el Kyrie sin que perdiera en momento alguno su carácter de himno solemne y piadoso llevando a los solistas a expresar sus compases con delicadeza y cierta dulzura, cuidando que la tonalidad fundamental sirviera para intensificar la estructura armónica como vehículo fundamental para dar sentido a que su plegaria se diluyera lentamente entre el coro y los solistas a su conclusión.
La interpretación fue subiendo enteros con el Gloria. El director reflejó el estado de agitación que quiere expresar el compositor, de modo especial en la grandiosa fuga que hace sonar el pasaje In gloria Dei Patris que lo indicó con tensa marcación, como queriendo acentuar las excepcionales dotes de Beethoven en el arte del contrapunto. Supo dar la importancia pertinente al cierre de la unidad sinfónica que significa esta segunda parte de la misa, haciendo patente en toda su intensidad esa fusión de mito pagano y sentimiento cristiano que la espiritualidad del autor asumía con cierta desazón en los últimos años de su vida. La orquesta manifestó esporádicos inconvenientes en la integración de sus componentes, que con atenta inmediatez recompuso el director mediante sus indicaciones de conjunción naturalizando el complejo discurso fugado, que requiere esa pulcritud métrica exigida en la música de cámara.
En el Credo, donde se podían apreciar las tensiones emocionales del compositor en su lucha por determinar su particular ser cristiano, el director supo adaptarse a los distintos episodios que se van describiendo de la vida de Jesucristo, pasando desde una mistérica dulzura con la que trató Et incarnatus est hasta la exaltación que supo desprender del allegro que contiene Et resurrexit. Impulsó las dos fugas que proponen la eternidad consustancial a la vida como antesala de un Amen que justificaba a través de sus repeticiones la esencia temática original del Credo. Su construcción desde el pódium superó los resultados musicales quedando siempre la ponderada cinética de su figura por encima de coro y orquesta. Indujo, tanto a uno como a otra, un sentido meditativo en la expresión del Sanctus, destacando la forma de conectar con el excelente cuarteto solista, del que destacaría la soprano británico-germana Sarah Wegener y el barítono también británico Ashley Riches, al propiciar un sentido de concentrada plegaria en su canto. Dos breves episodios fugados mejor tratados se sucedieron antes del sombrío y misterioso preludio orquestal al que siguió el advenimiento del Espíritu en forma de delicado solo de violín realizado por la joven concertino muniquesa Valerie Steenken acompañado por el sonido de las flautas, que daba la impresión de que el Paráclito bajaba del cielo, dejando en el oyente la impronta de la mejor esencia del último periodo creativo de Beethoven en el que prodigó una calma y un sosiego verdaderamente sobrenaturales. Finalmente, la solemnidad con la que cantaron los bajos el Hosanna envueltos en intensos acordes de la sección de metal se impuso a la delicadeza expresada por la violinista que concluyó este pasaje dando la sensación de colocar de nuevo al Espíritu en el cielo, para el que desarrolló un ejercicio cordal de portamento de máxima sensibilidad.
La actuación llegó a su punto culminante en el Agnus Dei, queriendo David Afkham poner de relieve la contraposición que se produce en este último pasaje de la misa entre el coro y la orquesta. Ésta, manifestando una belicosidad en el metal acompañada por amenazantes redobles de timbal, que no lo fueron tanto en dramatismo. Por su parte, el coro parecía estremecerse ante tales intimidaciones sonoras a la vez que invocaba la piedad del Señor con el Miserere. Tal dicotomía fue expuesta con determinante claridad cinética por parte del director, aunque no fuera correspondido en el mismo grado de compromiso artístico por parte de las dos agrupaciones nacionales. Beethoven empieza a reconocer en este descomunal pasaje el valor de la paz como sentimiento de armonía que reciben de Dios los hombres. Esta idea la materializó el director impulsando serenamente el discurso final de la obra con el confiado canto del último coro en el que los timbales retumbaron en alguna ocasión como eco de una deseable concordia en peligro. David Afkham supo entender el planteamiento final del compositor mediante un breve pasaje orquestal, una afirmación del coro final y una definitiva reafirmación tonal en Re, dejando clara la sensación de que Beethoven no llegó a plantearse siquiera un anhelo de redención al dejar un gran interrogante indicando en la partitura; «Evitad el pecado».
Con la programación de esta obra, la preferida del genio de Bonn, el Festival ha hecho honor a su inaccesible nivel como una de las cimas del arte universal que justifica con creces la convulsa Edad Moderna, en la que los sentimientos afloraron con romántica energía propulsados por el incontenible idealismo ilustrado del siglo XVIII. Se justifica así el alto grado de dominio de la emoción en el arte que proponía el movimiento literario Sturm und Drang que pervivió con fuerza durante la primeras décadas del siglo XIX en Europa, cuyo sentido estético se hace muy patente en esta misa.
Fotos: Fermín Rodríguez
Compartir