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Crítica: Nereydas, junto a las voces de Alicia Amo y Filippo Mineccia, ofrece un monográfico a la obra de Ignacio Jerusalem en el «Universo Barroco» del CNDM

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Autor: Mario Guada
18 de enero de 2020

El conjunto historicista español se une a dos de las grandes voces actuales del panorama de la llamada música antigua para darle vida a la obra de unos de los compositores más trascendentes del estilo galante en la Nueva España.

Un peregrinaje a Jerusalem

Por Mario Guada  | @elcriticorn
Madrid. 14-I-2020. Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Universo Barroco]. Dulce sueño. Nápoles-España-México: Ignacio Jerusalem (1707-1769). Obras de Ignacio Jerusalem y José Herrando. Alicia Amo [soprano], Filippo Mineccia [contratenor] • Nareydas | Javier U. Illán.

Ignacio Jerusalem debería ser considerado el compositor de música galante más importante en las Américas e, incluso, entre los autores importantes de su generación, con independencia de su lugar de trabajo.

Drew Edward Davies.

   No se pueden juzgar con severidad las palabras, quizá excesivamente elogiosas, vertidas por el musicólogo estadounidense Drew Edward Davies acerca de la figura de Ignacio Jerusalem y Stella (1707-1769), el compositor protagonista de esta velada en el ciclo Universo Barroco del Centro Nacional de Difusión Musical. Es necesario para comprenderlas conocer la génesis de este proyecto, que tradujo sobre el escenario numerosos años de investigaciones llevadas a cabo por Davies, quien se ha especializado en la música ibérica de los siglos XVII y XVIII, de forma particular en la conocida como Nueva España y, especialmente, en sus vínculos con Italia y el estilo galante de la ciudad partenopea. Por tanto, este proyecto supone para él la oportunidad de ver interpretadas varias de las obras de un autor al que le está dedicando mucho esfuerzo en su carrera profesional. Eso explica el hecho de que realizara un viaje desde Chicago ex profeso para presenciar este concierto, además de la evidente satisfacción que mostró al finalizar el mismo. Para un musicólogo de esta índole, que se centra de manera tan preponderante en rescatar del olvido patrimonio musical, el hecho de que las músicas que investiga se lleven ante el público supone un hecho de suma importancia que como tal hay que comprender. Y es que Davies tuvo realmente mucho que ver con lo presenciado sobre el escenario, dado que siete da las nueve obras totales interpretadas en este concierto han sido transcritas y editadas por él mismo. Las dos restantes corren por cuenta de Javier Marín –que junto a Davies ha publicado recientemente una Cronología biográfica y lista de obras de Jarusalem en Dairea Ediciones– y Jazmín Rincón.

   La vida de Ignazio Gerusalemme –en su nombre italiano–, nacido en la localidad italiana de Lecce, supone como pocas una importante vinculación importante entre Italia, España y México, dado que tras formarse en la ciudad más importante en el ámbito musical del sur de su país [Napoli], pasó unos años también en el sur, pero de España [Ceuta y Cádiz], desde donde partió hacia la Nueva España para establecerse en la capital de México, donde fue maestro de capilla en su catedral. Aprovechando la efeméride del 250.º aniversario de su muerte [2019], el CNDM decidió rendirle un homenaje a este compositor sobre el que Davies comenta: «Como uno de los dos únicos maestros de capilla-compositores italianos que trabajaron en Nueva España […], Jerusalem trajo consigo el dominio de la música contemporánea de moda, incluyendo los métodos de enseñanza de los conservatorios napolitanos y el conocimiento de primera mano sobre cómo componer para cuerda. Por todo ello, fue muy influyente en un entorno todavía acostumbrado, principalmente, al canto llano y a la polifonía coral en los servicios religiosos. La música de Jerusalem fue copiada, difundida y arreglada de manera más amplia que la de cualquier otro compositor activo en Nueva España. Las doscientas sesenta y cinco obras conservadas de Jerusalem son, en su mayoría, sacras en contenido y función, aunque están imbuidas del espíritu performativo de la ópera seria galante. De hecho, su estilo personal combina una notable profundidad emocional con la gracia de la época y una alta habilidad compositiva».

   La música de Jerusalem muestra en evidente influjo del estilo galante, especialmente del napolitano, pero se aprecian en ella algunos dejes de lo que pudo influir en él la música colonial, en unas creaciones de notable frescura y una evidente alegría, que dan buena muestra del oficio de un compositor con una evidente solvencia para la construcción de melodías de corte elegante y de notable refinamiento. No me compete, en cualquier caso, juzgar su calidad o poner en entredicho la opinión vertida sobre él por quien es quizá el máximo especialista en su obra en la actualidad, que a buen seguro tiene muchos más elementos para comparar la calidad de su música con la de sus coetáneos que cualquier otro. Ahora bien, a tenor de lo escuchado en esta velada y siendo un compositor de evidente calidad, hay que remarcar que tampoco queda uno epatado por su arte; no es un compositor que subyugue y su música, desde luego, rara vez logra emocionar. Dicho lo cual, creo que Jerusalem fue el protagonista de esta velada con total merecimiento, aunque se me plantean cuestiones acerca de si estas obras son en realidad, o no, los mejores ejemplos de su arte, teniendo en cuenta, además, que tan solo dos del total de las obras interpretadas supusieron un estreno «en tiempos modernos». Comenzó el concierto con una curiosa obra orquestal su Sinfonía en sol mayor [c. 1760], una suerte de obertura en tres movimientos muy habitual en la Europa del momento, que sin duda el autor tomó de Italia y que llevó allende los mares, siendo –según defiende Davies– el único autor de la Nueva España que practicó dicho género. Presenta una escritura a dos violines –con muchos pasajes en unísono–, viola y bajo continuo, que fue traducida en una versión con un logrado diálogo entre sendos violines, aunque no sin ciertos problemas de afinación y sincronía en algunos pasajes al unísono del Allegro conclusivo. Cuando un conjunto está obligado –por cuestiones presupuestarias– a acudir a un escenario con un intérprete por parte, el trabajo de los violines en los unísonos debe ser excepcionalmente pulcro para salir airoso en este tipo de repertorios. En muchos momentos del concierto, a pesar de que los dos violinistas involucrados [Alexis Aguado y Ricard Renart] son dos instrumentistas de probada calidad, esta labor de rigor extraordinario no logró vislumbrarse más que en momentos puntuales –la acústica de la sala de cámara del Auditorio Nacional de Música resulta, por lo demás, tremendamente clarividente y expuesta–. Por otro lado, se hubiese agradecido un mayor cuidado en el balance sonoro de la viola [Isabel Juárez], dándole más presencia, dado que en muchos momentos hubo que hacer notables esfuerzo para captar su línea, lo cual es una lástima, porque se trata de una muy buena violista, que puede aportar mucho en el aspecto tímbrico y en el carácter de un conjunto en repertorios de este tipo que, normalmente, tampoco favorecen una escritura muy diáfana para este tipo de líneas intermedias.

   Todavía hubo especio, entre las obras vocales protagonistas, para un par de piezas instrumentales más, como otra obertura similar a la inicial, pero firmada en esta ocasión por el violinista y compositor español José Herrando (c. 1720-1763), cuya Sinfonía en re mayor es un espléndido ejemplo de «la circulación de la música galante no solo en Italia y entre los músicos italianos, sino también de cómo se recepcionó en la Península Ibérica». En tres movimientos, consta de un Andante central de una belleza apabullante. El trabajo de dinámicas por planos –sutil, pero evidente en su punto justo– ayudó mucho a aporte una viveza extra a la obra, aunque de nuevo pudieron contemplarse ciertos desajustes entre los violines. Sobrio y exquisitamente bien delineado el Andante, con un delicado pizzicato en la viola y un sobrecogedor aporte del bajo continuo, con Guillermo Turina [violonchelo] y Daniel Oyarzabal [órgano positivo/clave] plantando una solidez en la base de enorme contundencia, así como unas ornamentaciones –especialmente en el caso de Oyarzabal– certeras y muy ajustadas, aportando color e imaginación en su justa medida. La última obra puramente instrumental, de nuevo de Jerusalem y Stella, fueron los Versos instrumentales para dos violines y bajo, un muy particular destinado a sustituir los versos de los salmos, himnos y otros cánticos en los servicios litúrgicos. Normalmente concebidos para órgano a solo, lo que los hace especiales en manos de este autor es su escritura para conjunto de cámara, con dos violines solistas y bajo acompañante. Dice Davies al respecto: «El verso ejemplifica cómo Jerusalem podría considerarse un compositor ‘glocal’ en el contexto de la Ilustración: su estilo es completamente internacional e italiano, pero los géneros que cultivó se ajustan a expectativas puramente locales». Especialmente interesante la dualidad entre lo arcaizante y lo moderno, que se pudo apreciar de forma evidente en el contraste conformado entre la [Tocata] inicial y el subsiguiente [Allegro], comenzando la primera con un pasaje de Oyarzabal al clave solo de una espléndida factura, con una enorme flexibilidad y un mimo en la pulsación de muchos quilates. En el tercero de los movimientos, [Lento e dolente], se pudo apreciar –ahora sí– un magnífico trabajo en el unísono entre sendos violines.

   El resto del programa tuvo a la voz como elemento protagonista, comenzando por la Cantada de Navidad «Paraninfos celestes-Rompa de la batalla», para tiple, con violines, viola y bajo, cuya aria «Rompa de la batalla» es de una evidente exigencia vocal. Afortunadamente se contaba para la ocasión con Alicia Amo, que demostró un mimo y una delicada línea de canto, dando muestra de su magnífica extensión vocal, con una zona media-grave de gran impacto, así como un registro agudo bien aposentado, con garantías, bien proyectado y que corre con naturalidad, como demostró en las notas muy agudas del da capo. No obstante, el equilibrio entre voz y conjuntos instrumental se vio por momentos afectado, especialmente en los pasajes de coloratura, quedando un tanto tapada la voz solista. Mejorable, en este caso, la dicción de la burgalesa, quien en el recitado inicial sí paladeó el texto con pulcritud. Por lo demás, volvieron a evidenciarse problemas en cuanto a la afinación de los violines, aunque el trabajo de unísono estuvo más conseguido. Dos dúos cerraron la primera parte: Pedro amado, dulce dueño y Felix namque. En la primera, la voz de Filippo Mineccia –que sigue demostrando estar entre los falsetistas de mayor proyección en el panorama internacional– se alzó por momentos un tanto desaforada; su proyección es impresionante –más aun para lo que se está acostumbrado con este tipo de voces–, pero por momentos su tendencia a crecer en volumen de manera muy abrupta, especialmente en las cadencias hacia finales de frase, se vuelve un punto artificial. No obstante, es un cantante muy expresivo, con una visión muy dramática de la música, inteligente y con una solvencia técnica que le permite afrontar con insultante facilidad ejercicios vocales que otros no intentarían. Muy buen trabajo por parte de Javier U. Illán en la concertación, equilibrando mucho las fuerzas, especialmente en dos voces que, a pesar de poseer cualidades y caracteres vocales bastante alejados entre sí, lograron imbricarse de manera admirable en muchos momentos. Impresionante papel aquí de Oyarzabal en su acompañamiento en el continuo. En el responsorio Felix namque se volvió a hacer patente esa soltura de este dúo, a pesar de que se trataba del primer proyecto en el que colaboraban como tal. Muy logrado, además, la mixtura general entre el carácter severo y el más brillante que posee esta obra, contrastando y marcando dicha alternancia además en el continuo con suma inteligencia, con órgano y clave para los distintos momentos. Fantástico aquí el aporte de Turina en el continuo.

   La segunda parte se cerró con tres obras vocales más. La primera de ellas, Ecce enim, de particular escritura para tiple, dos violines, viola y continuo, a los que se añaden un violín y violonchelo obbligati, en una suerte de pseudo-sinfonía concertante en la que la voz pierde mucho protagonismo en virtud de la escritura tremendamente virtuosística de los dos solistas instrumentales. Se interpretó sin director, dado que Illán asumió la segunda de las líneas del violín, quedando la parte solista para Aguado y Turina. Especialmente compleja, y quizá poco idiomática para el instrumento, la parte del violonchelo, en la que Turina sufrió no pocos problemas de afinación –especialmente en el registro agudo–, solventando sin muchos alardes los pasajes a dobles cuerdas y mostrando una evidente incomodidad ante su parte solista. Aguado presentó unas credenciales más poderosas en su solo –un punto menos exigente, cierto es–, con un registro agudo muy cuidado en el sonido y asumiendo además el papel de director con cierta naturalidad. Destacable resultó, por primera vez en toda la noche, el empaque ofrecido por la cuerda, especialmente en los unísonos con los tres violines. Correcta aquí Amo, en una obra quizá más incómoda para su voz, en la que mostró cierta heterogeneidad entre registros y una línea de canto de sonoridad más obscura.

   La Lamentación primera del Jueves Santo para alto es quizá la obra en la que la influencia del estilo napolitano se dejó ver con más fuerza. Es una obra en la que la escritura armónica es más avanzada que las obras precedentes, lo que se aprecia especialmente en la escritura instrumental de la introducción, que sorprende por su modernidad en este aspecto. Quizá por conocerse mejor, la concertación entre la voz de Mineccia y el conjunto instrumental resultó mucho más fluida. El italiano tuvo momentos para el lucimiento de su voz, que se presentó cálida, con un sonido de mucho empaque, gran presencia escénica, un color redondo y carnoso, así como una magnífica homogeneidad entre el registro medio-grave y el agudo. Destacó, como es habitual en él, por su dramatismo y expresividad, tanto vocal como corporal. El concierto finalizó con el Magnificat para dos tiples, de gran brillantez y cuya escritura, que presenta «dulces melodías y una extensión modesta, adecuada para los niños cantores originales», fue magníficamente bien traducida aquí por el dúo Amo/Mineccia, logrando el momento de mayor entendimiento entre solistas y conjunto instrumental de toda la velada. Como regalo a los asistentes, una versión adaptada como se pudo del ya célebre «Dormi o fulmine», de La Giuditta de Alessandro Scarlatti, por petición general de algunos seguidores de Nereydas en RR.SS. No fue la mejor versión, desde luego –ni siquiera de Mineccia–, aunque la belleza de este aria permite tal lujo. Para finalizar, Amo regresó al escenario para ofrecer una hermosa y elegante versión del dúo «Io t’abbraccio», de la ópera Rodelinda de Georg Fredrich Händel.

Fotografía: Rafa Martín/CNDM.

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