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Crítica: Carlos Mena, Concerto 1700, Ars Hispana y el CNDM recuperan cantadas inéditas para alto de José de Torres

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Autor: Mario Guada
5 de noviembre de 2019

Un ejemplo de todo lo bueno que puede surgir sobre un escenario cuando el patrimonio musical español se respeta y recupera con honestidad, profesionalidad y grandes dosis de pasión.

Así sí, y no de otra forma

Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 30-X-2019. Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Universo Barroco]. «Antorcha bella»: cantadas inéditas para alto de José de Torres. Transcripción y edición crítica de Raúl Angulo [Ars Hispana]. Carlos Mena • Concerto 1700 | Daniel Pinteño.

[José de Torres] es el más singular [en] esta habilidad, más puntual, ágil, efectivo y selecto en la elección y postura de voces, con asonancia acorde, gustosa y suave.

Patriarca de las Indias [1712].

   Todavía con el descalabro de Coronis muy reciente y tan solo tres días después de aquella infausta recuperación de la obra de Sebastián Durón, el Universo Barroco del Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM] regresaba sobre los pasos del Barroco español, para presentar, en la sala de cámara del Auditorio Nacional de Música, un monográfico dedicado a quien es otro de los grandes representantes del estilo en nuestro país en el tránsito entre los siglos XVII y XVIII: José de Torres (c. 1670-1738). Como muy bien indicó Raúl Angulo, de Ars Hispana –autor de la recuperación musicológica y autor de las ediciones que se utilizaron en este concierto–, en sus nítidas notas al programa, Torres pasa por ser aún, a pesar de su probada calidad, uno de los autores quizá menos conocido del período en España, por debajo de autores como José de Nebra, Francisco Corselli, Antonio Literes o Juan Hidalgo. Afortunadamente, programas como este tienen que ir abriendo al bueno de Torres la senda del conocimiento entre el público, pues estamos, como quedó bien demostrado con la música aquí interpretada, ante un autor de mayúscula calidad compositiva. Bastó con escuchar la primera de las tres cantadas para alto interpretadas, Corre, flamante rayo [Cantada a los Santos Reyes con violines y oboe, 1715], que presentó momentos de increíble habilidad por parte de Torres, además de una belleza palmaria, especialmente en las arias «Desata, hermosa estrella» y «No se puede encarecer», así como las seguidillas «¡Ay, Amor, cuánto el hombre…!», pero, sobre todo, el grave «Suspensión amante», de una hermosura y dramatismo absolutamente conmovedores –que me obligaron a contener las respiración gran parte del pasaje–.

   De entre las más de treinta cantadas de Torres que se han conservado en los archivos del otro lado del Atlántico, se escogieron aquí tres de ellas –las dos primeras inéditas sobre los escenarios hasta el momento–, de las conservadas en Guatemala, que además sirvieron de inteligente, aunque breve muestrario, pues aportaron mucha y valiosa información al oyente acerca del estado musical en el que se encontraba su autor en cada momento. Esta primera cantada es un brillante ejemplo de su período más juvenil, en el que logra una maravillosa mixtura entre las prácticas italianas e hispánicas del momento, con la gracilidad y la calidez italianizante de sus melodías, pero haciendo uso a su vez de formas que provenían de la tradición musical de la España de la segunda mitad del XVII. La segunda obra, La antorcha bella [Cantada al Santísimo con violines y oboe (1725-1730)] representa un período más avanzado del autor, y la última, Pues a sus luces bellas [Cantada al Santísimo con violines y oboe (c. 1730)] es ya una muestra evidente de la máxima evolución de su estilo, en cuya primera aria [«Fiel la mariposa»] hace incluso uso de ciertos recursos de la música francesa.

   Hay que celebrar que se pongan los medios –aunque como es habitual en este país, escasos– para recuperar música de esta calidad, pero sobre todo que se haga con la honestidad y la profesionalidad con la que fue abordada por el conjunto español quizá más comprometido con nuestro patrimonio musical del Barroco en los últimos años, el Concerto 1700 de Daniel Pinteño. Aunque tengamos que lamentar la ya endémica presencia sobre el escenario de más continuistas que violinistas –el dinero que se aporta para estos proyectos no da, incomprensiblemente, para posibilitar la presencia de al menos cuatro violinistas, lo que sin duda le aporta otra dimensión a la música–, el resultado de este concierto puede calificarse entre lo muy bueno y lo excelente, por momentos. La presencia de una voz como la de Carlos Mena –el contratenor español de mayor trayectoria y sin duda un buen conocedor de este repertorio– sin duda aportó un extra a la presencia de un conjunto que per se va demostrando grandes cosas sobre los escenarios. Mena ofreció esa vocalidad tan particular de la que viene haciendo gala desde hace años, con un timbre tremendamente reconocible, de bello color, muy carnoso en la zona media, que abre con ligereza y notable redondez en el agudo –a veces con desmedida proyección– y que en el grave se torna un tanto obscuro, quizá menos homogéneo con el registro de cabeza de lo que sería deseable. No obstante, es un cantante de enorme talla, muy expresivo, de imponente presencia escénica, capaz de ofrecer un fraseo muy bien delineado y una musicalidad muy inteligente, adaptándose con destreza al contenido dramático del texto, aunque en ocasiones su dicción no fue lo clarificadora que se espera para un cantante en su lengua natal, haciendo necesario seguir el texto en el programa para comprender en su totalidad el contenido textual. Especialmente magnífico en los momentos más lentos y expresivos, pues aunque es un contratenor con gran soltura para las agilidades, con una coloratura técnicamente muy solvente –que tuvo su máxima expresión en el aria «Ya es hora de lidiar», de la cantada La antorcha bella–, destacó sobre manera en los pasajes más intensamente dramáticos. Probablemente, «Suspensión amante» quedó como el mayor logro vocal de la velada, aunque es necesario remarcar dicha solvencia técnica en los pasajes más comprometidos vocalmente.

   Por su parte, el concurso de los instrumentistas de Concerto 1700 debe medirse como un triunfo en toda la velada. No solo no hubo que lamentar problemas importantes cuando se trata de un programa de este tipo, que tiene que prepararse desde la nada y que desde luego no se tiene en repertorio, sino que el resultado logró sorprender por su redondez tratándose de un programa inédito. El hecho de que el concierto se rodara previamente en A Coruña facilitó la asimilación de las obras, en las que se apreció una sincronía y un funcionamiento del engranaje lo suficientemente notable como para advertir el buen trabajo que hubo detrás. Las partes violinísticas fueron pulcramente defendidas por el propio Daniel Pinteño y Marta Mayoral, con un buen entendimiento entre ambos y un cuidado importante de la sonoridad. A pesar de ello, algunos pasajes al unísono no brillaron con la excelencia de empaste y afinación necesaria, sin duda uno de los puntos más importantes a la hora de acometer piezas de este tipo. Notablemente capaces se mostraron en sendas sonatas de Giovanni Bononcini (1670-1747) –autor muy relacionado, tanto de forma directa como familiar, con la corte española: Sonata da camera para dos violines y bajo nº 8 en sol mayor y Sonata da camera para dos violines y bajo nº 11 en re menor, ambas de 1732 y de evidente calidad en su factura. De una exigencia notable,  lograron en ellas un bello y sutil resultado entre los constantes diálogos imitativos de los dos violines. La otra parte melódica en las cantadas de Torres corrió a cargo del oboe barroco de Jacobo Díaz, cuyas partes supo resolver con destreza, a pesar de que no resultaron excepcionalmente exigentes para el intérprete. No obstante, hizo gala de una cálida y evocadora belleza tímbrica, gestionando con soltura las agilidades y evidenciando un control del aire muy fluido. Las partes al unísono con los violines las resolvió con sutilidad y delicadez, encontrando siempre un refinado balance sonoro con estos.

   Por su parte, el nutrido continuo, conformado para la ocasión por el violonchelo barroco de Ester Domingo, el contrabajo barroco de Ismael Campanero, la tiorba de Pablo Zapico y el clave/órgano de Ignacio Prego, rindió a niveles de excelencia que es necesario remarcar. Los primeros, en la cuerda grave, se mostraron muy resueltos, con un buen equilibro sonoro, una gestión del dramatismo expresivo muy lograda y con grandes dosis de solvencia técnica. Domingo brilló excepcionalmente en algunos pasajes, aportando un bello color y un continuo muy ajustado al perfil estilístico de Torres. Ya no sorprende encontrar a Campanero derrochando naturalidad y una solvencia técnica casi insultante; muy adecuado en sus intervenciones, además, en las que el aporte de su instrumento no supuso únicamente el doblar el chelo, sino que la profundidad textural y la dimensión sonora que logró aportar resultaron extraordinarias. Por su parte, Zapico estuvo tan elegante e imaginativo como suele ser habitual, aunque un punto más sobrio y menos colorista que en otras ocasiones, lo que sin duda parece preferible para este caso. Cerró el continuo la tecla del madrileño Prego, un intérprete de tanta solvencia solística como saber estar al continuo. Muy bien seleccionados los pasajes entre uno y otro instrumento, dotando del color y el carácter más certeros en cada momento, ofreciendo, por lo demás, un continuo bien desarrollado, en su justa medida tanto en la intensidad de sonido como en el cifrado, sin resultar excesivo, pero manteniendo siempre fuerte la construcción desde una muy sólida base armónica.

   En definitiva, un concierto de grandes resultados, con un Pinteño que estuvo incluso muy atento a los detalles del conjunto, marcando ágilmente algunos aspectos, aunque con una querencia un tanto molesta a marcar con los pies en varios momentos, sin duda uno de esos «vicios» que son de los primeros que deben quitar los instrumentistas que pretendan asumir la parte de la dirección no solo artística de un ensemble. Por otro lado, aunque se observó un buen trabajo de fondo, y Pinteño es probablemente el violinista español que mejor conoce estos repertorios hispánicos del Barroco, quizá debió contener más a su conjunto en algunos momentos de la velada, intentando equilibrar con mayor pulcritud la concertación con el solista vocal, que a pesar de ello supo sobresalir adecuadamente y ajustar su línea a la intensidad general. Por lo demás, Pinteño presentó la suficiente honestidad profesional como para ser capaz de poner en valor, al final de la velada, el trabajo llevado a cabo por los musicólogos de Ars Hispana, con quienes colabora de forma muy estrecha desde hace años, extrayendo por parte del público un merecido aplauso para aquellos que conforman uno de los niveles fundamentales en la pirámide de la recuperación patrimonial. Como regalo para los asistentes, Mena y Concerto 1700 ofrecieron un aria extra, de otro de nuestros grandes autores, José de Nebra (1702-1768): «No se extravíe», de Bello pastor [Cantada al Santísimo para alto, violines y oboe], que en su día Mena grabó [2005] junto a Al Ayre Español y López Banzo en un monográfico de cantadas dedicadas a Torres y Nebra para Harmonia Mundi. Creo que, tras este recital y teniendo en cuenta la importante grabación que Concerto 1700 y Pinteño han llevado a cabo recientemente sobre otras cuatro cantadas de Torres –en esta ocasión para tiple, junto a Aurora Peña–, pueden llevar con orgullo el ser los intérpretes españoles que más y mejor están defendiendo la música de Torres por el mundo. No es, desde luego, un orgullo menor.

Fotografía: Rafa Martín/CNDM.

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