Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid. 14-X-2019. Auditorio 400 del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Centro Nacional de Difusión Musical [Series 20/21]. Alberto Rosado, piano. Vingt regards sur l’Enfant Jesus, de Olivier Messiaen; Lo fijo y lo volátil, Bien à toi, Finestra in la Chigiana, In memoriam Joaquín Homs y Un instante anterior al tiempo, de José Manuel López López.
¿Quién le iba a decir a John Broadwood que siete octavas no iban a ser suficientes para un piano? Aquella proeza del luthier inglés que dejó asombrado al propio Beethoven al ser capaz de ampliar considerablemente el registro del instrumento rey del siglo XIX se quedó corta hace tiempo. ¿Pudiera haberse ampliado el registro del piano? Tal vez, pero, ¿podría alcanzar un ser humano a tocar todas las teclas de un piano más ancho? Probablemente no. Así pues, hasta que la evolución lo permita no quedará otro remedio que innovar en otras características de la técnica pianística. Precisamente Alberto Rosado en su concierto inaugural del ciclo Series 20/21 nos enseñó distintos métodos de agrandar un piano hasta límites con los que Bartolomeo Cristofori ‒el padre del instrumento‒ jamás hubiera soñado.
En primer lugar con Olivier Messiaen, una de las figuras más importantes para la música europea del periodo de la postguerra. Su música resulta innovadora en muchos aspectos. Concratemente en el piano encontramos obras tan curiosas como Catalogue d’oiseaux en la que el intérprete ha de emular el canto de diversos tipos de pájaros al igual que le toca hacer al pianista que acompañado de una orquesta y las exóticas Ondas Martenot se atreva a atacar los intrincados compases de la grandiosa Sinfonía Turangalila. Pero en este caso, se nos ofrece una obra que por su título podría parecer conservadora, sin embargo, sus Veinte miradas sobre el Niño Jesús son cada una de ellas una genialidad en la que explota al máximo las capacidades del piano. Es fácil escuchar como, por ejemplo en su décima «mirada» ‒que se interpretó al final del recital‒, Messiaen, no satisfecho con la variedad de colores de los diferentes registros del piano, decide obligar al intérprete a recrear también el gamelán indonesio, una sonoridad muy característica en gran parte de su repertorio. Para ello, Alberto Rosado hubo de interpretar con fuerza varios amplios acordes de diferente color y gran resonancia que, efectivamente nos recordaron a las peculiares campanas balinesas.
José Manuel López López, que esta temporada tiene el honor de ser el compositor residente del Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM] ‒puesto, por cierto, muy bien merecido‒, mostró cinco obras que son el testimonio de su aportación al repertorio y al lenguaje pianístico.
Tal vez las más llamativas fuesen la primera, Lo fijo y lo volátil, y la última, Un instante anterior al tiempo. En el caso de Lo fijo y lo volátil cabe decir que, aunque la obra sea de 1994, ya en aquel entonces no resultaba nada nuevo agregar una grabación a la interpretación de una obra, sin embargo, la aportación de López López no es esa, sino asimilar la electrónica al lenguaje pianístico hasta tal punto que se dan varias ocasiones en las que cuesta distinguir qué notas da Alberto Rosado y cuáles no. Supongo que no hará falta que exprese la dificultad añadida que tiene para el pianista una obra como ésta: cada nota debe ir exactamente en su lugar, ni una milésima de segundo antes o después, bajo el riesgo de que se pierda el efecto deseado de cohesión entre el sonido electrónico y el músico. Una escenificación más de la pugna entre el hombre y la maquina en la que Alberto Rosado dio una victoria más a la humanidad con una obra verdaderamente virtuosa que ya dejó grabada para la posteridad en un CD de la discógrafica Verso allá por 2012.
En cuanto a Un instante anterior al tiempo la innovación es principalmente tímbrica al ser para piano preparado. López López crea en el registro agudo del instrumento una nueva sonoridad que recuerda, en mi opinión al zapateado, pero que a otros les puede recordar a la caída del granizo o incluso al remover de un saco lleno de nueces, para gustos colores, nunca mejor dicho. Lo bello de la obra no es este nuevo timbre en sí, sino el contraste que se crea entre éste y el resto del piano, especialmente con el registro grave, en el que también se debe intervenir sobre las cuerdas graves colocando simplemente la palma para lograr un sonido más seco en ocasiones.
El resto de obras de la noche, me van a tener que disculpar que sólo haya hablado de tres, estuvieron repletas de rápidos pasajes en los que Rosado se defendió con agilidad y ligereza. Y, a pesar de los grandes contrastes tanto de tempo y ritmo como de intensidad y sonoridad, supo hacer un recital elegante y bien balanceado en el que se pudo apreciar la curiosa contraposición entre las obras de Messiaen y las de López López. Por eso se libra Rosado de que critique la idea de attaccar una obra detrás de otra, a pesar de que aún tengo mis dudas al respecto de ello.
Me alegró ver, como suele ocurrir bastante a menudo, varios grupos de jóvenes, seguramente algunos de ellos estudiantes de composición del cercano Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. Me fui a casa en autobús preguntándome si les habría inspirado López López y cuanto tardarían en ampliar, una vez más, las fronteras de la escritura para piano.
Fotografía: Ben Vine/CNDM.
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