Por Pedro J. Lapena Rey
Madrid. Auditorio Nacional. 17-II-2018. Temporada de abono de la Orquesta y Coro Nacionales de España (OCNE). Violeta Urmana, mezzosoprano. Director musical, Sir Mark Elder. La muerte de Cleopatra de Hector Berlioz. Una vida de héroe, op. 40, de Richard Strauss.
Bajo el título de Réquiem por Cleopatra, la Orquesta Nacional ha presentado un programa de bastante interés, muy exigente, donde se combinaban dos obras señeras de sus autores. La primera parte estaba dedicada a Hector Berlioz, ejemplo claro de autor romántico, con una composición de 1829. En la segunda, con Richard Strauss nos hemos trasladado a las postrimerías de dicho periodo, 1898.
Los cinco viajes que Hector Berlioz hizo a Londres entre 1847 y 1855 no presagiaban el éxito enorme que entre el público y los intérpretes británicos ha tenido a lo largo de los dos últimos tercios del S. XX. Berlioz quedó impresionado con la vida musical londinense: “Estoy convencido de que no hay ninguna ciudad en el mundo con tanta oferta musical como Londres”. Fue reconocido por crítica y público, y dirigió bastantes conciertos –sus dos veladas interpretando la 9.ª Sinfonía de Beethoven en abril de 1852 han quedado en la historia de la interpretación musical de la capital británica– y alguna de sus obras –Sinfonía fantástica o el estreno británico de su ópera Benvenuto Cellini– pero fracasó en su idea de conseguir un trabajo estable como director de orquesta.
Cerca de cien años después, Sir Thomas Beecham se convirtió en un auténtico paladín de su obra, comenzando una tradición en la que encontramos entre otros a cantantes del calibre de Janet Baker, Yvonne Minton o Gwyneth Jones, y a directores como John Barbirolli, Colin Davis o más recientemente John Eliot Gardiner. Por tanto, a priori parecía una buena elección que la OCNE eligiera a la pareja Alice Coote y Sir Mark Elder para la programar La muerte de Cleopatra, pero la mezzo inglesa se cayó del cartel, y su sustituta fue toda una garantía: Violeta Urmana.
La gran escena dramática La muerte de Cleopatra, es un auténtico tour de force. Compuesta en 1829 para presentarse al Gran Premio de Roma –Berlioz, que llevaba presentándose desde 1826 tampoco obtuvo con ella el premio y tuvo que esperar un año más para ganarlo con la cantata La Mort de Sardanapale–, la obra es una sucesión de tres recitativos y sus correspondientes arias, que en unos 20 minutos de duración, obligan a la intérprete en todos sus registros y en todos sus estados de ánimo. Tardó algo en calentar la gran mezzo lituana, y se notó en el recitativo de entrada “C'en est donc fait! ma honte est assurée”, pero hacia la mitad de la primera aria, a partir de la frase “Actium m'a livrée au vainqueur qui me brave”, donde la protagonista repasa su vida pasada y como ha llegado a la situación actual, la Sra. Urmana liberó su voz y a partir de ahí, se impuso el enorme animal escénico que lleva dentro. Un canto variado, pujante, heroico, con garra, con frases de enorme mérito y una línea de canto irreprochable. Es verdad que con los años, su situación vocal no es la de antaño, sobre todo en el registro central. Sin embargo el agudo, aunque que no todas las notas sean de gran limpieza y en algún momento concreto suene estridente, sigue siendo impresionante. Mark Elder y la orquesta estuvieron a la altura. Elder la mimó de entrada, pero cuando la voz ya estuvo liberada y llenó el Auditorio, aumentó el volumen orquestal –impresionantes los Grands Pharaons o el posterior "Une reine indigne de vous?"– exigiendo a la solista, que respondió con soltura sobrepasando a la orquesta. Fue un Berlioz emocionante tanto desde el punto de vista vocal como orquestal.
La segunda parte estuvo dedicada al poema sinfónico Una vida de héroe, de Richard Strauss. Compuesto en 1898 durante sus vacaciones en la montaña, es un Strauss de gran madurez, con una orquestación enorme –por ejemplo el metal consta de 8 trompas, 5 trompetas, 3 trombones y 2 tubas– y sobre el que siempre ha quedado en el aire una pregunta: ¿a qué héroe se refería el compositor? ¿Él mismo o no? Nunca lo aclaró meridianamente, y para añadir más confusión, aunque la partitura estaba dedicada al director holandés Willem Mengelberg y a su Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam, fue el propio compositor quien la estrenó en Fráncfort –donde también se había estrenado Don Quijote, su poema sinfónico anterior– en 1899.
A sus 70 años, Sir Mark Elder ha pasado media vida entre la English National Opera-ENO y la Orquesta Hallé de Liverpool. De anteriores conciertos y funciones de ópera –aquí reseñamos su Jenufa del MET la temporada pasada– recordaba a un director bastante intuitivo, enérgico e impulsivo, con ideas muy claras de las obras, y que busca la brillantez y el pulso orquestal por encima de todo. En esta ocasión los tiros fueron por el mismo camino: fraseo natural y cálido con el que conseguir un sonido rico y empastado de una Orquesta Nacional que se mostró de nuevo a un gran nivel. Los tempi fueron en general rápidos, aunque la versión se fue a los casi 50 minutos. Sin embargo, una obra como ésta tiene multitud de registros, y aunque la vida, el brío y la pujanza son inherentes a la descripción de un héroe, echamos de menos algo más de fantasía en pasajes como “los adversarios o la compañera del héroe” y algo más de claridad en algunos crescendos. En cualquier caso, notable versión de la obra, y sobresaliente la respuesta orquestal, magnífica en sonoridad e intensidad, con menciones especiales al concertino Gjorgi Dimcevski y a la sección de trompas liderada en esta ocasión por Rodolfo Epelde.
El público respondió con vehemencia y entusiasmo, aclamando a Violeta Urmana en la primera parte, y a casi todos los solistas cuando Mark Elder –que a su vez fue también muy aplaudido por el público y por los profesores de la orquesta– les fue levantando en los saludos finales.
Fotografía: Rafa Martín/OCNE.
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