Por Giuliana Dal Piaz
Toronto. 31-I-2019. Four Seasons Centre for the Performing Arts. Canadian Opera Company. Elektra, de Richard Strauss. Primera representación: 1909. Libreto de Hugo von Hofmannstahl, con base en la tragedia de Sófocles. Dirección artística y musical: Johannes Debus. Puesta en escena: James Robinson. Escenografía: Derek McLane. Vestuario: Anita Stewart. Luces: Mimi Jordan Sherin. Dirección del Coro: Sandra Horst. Orquesta y Coro de la Canadian Opera Company. Personajes e intérpretes: Electra, Christine Goerke [soprano]; Crisótemis, Erin Wall [soprano]; Clitemnestra, Susan Bullock [soprano]; Orestes, Wilhelm Schwinghammer [bajo]; Egisto, Michael Schade [tenor]; Criada 1, Jill Grove [mezzosoprano]; Criada 2, Simona Genga [mezzosoprano]; Criada 3, Lauren Segal [mezzosoprano]; Criada 4, Tracy Cantin [soprano]; Criada 5, Lauren Eberwein [soprano]; Ama de llaves, Alexandra Loutsion [soprano]; Confidente de Clitemnestra, Simone Macintosh [soprano]; Asistenta de Clitemnestra, Lauren Margison [soprano]; Joven criado, Owen McCausland [tenor]; Viejo criado, Thomas Goerz [barítono]; Tutor de Orestes, Michael Druiett [barítono].
Elektra es, junto con Salome, una de las dos tragedias en un acto que Richard Strauss compuso a principios del siglo XX. Ambas representan el epítome de la ópera dramática y están entre las más representadas en el mundo (Salome en el 46.º y Elektra en el 47.º lugar entre las 2.500 representaciones tomadas en cuenta). Mientras Salome se basa en la homónima pieza teatral de Oscar Wilde, Elektra fue compuesta sobre el libreto del poeta y escritor austriaco Hugo von Hofmannstahl, inspirado en la homónima tragedia de Sófocles. La colaboración entre Strauss y von Hofmannstahl –que se habían conocido en 1900– duró a lo largo de toda la vida del poeta, con la creación conjunta de seis óperas, siendo la última de ellas, Arabela, estrenada después de su muerte prematura. Los seis libretos son obras de gran belleza y poesía que la música de Strauss enaltece.
Autor expresionista y «moderno», que representa el punto de encuentro entre la tradición clásica y la innovación, Strauss crea una partitura con amplias tonalidades y hermosas melodías, punteada por momentos casi atonales en las ocasiones más dramáticas. Le da mucho espacio a los «temas» de los personajes, sobre todo al tema triádico de Agamenón, que se repite insistentemente a lo largo de la ópera, desde la misma aria inicial de Electra, «Allein! Weh ganz allein» (Sola, del todo sola); el tema de Electra suena en cambio como un acorde bitonal disonante, casi simbolizando su desequilibrio psíquico, y finalmente el tema de Orestes parece superponerse al tema recurrente de Agamenón, angustiosamente cincelante en el momento del delito. Como es frecuente en las óperas de Strauss, domina en Elektra la presencia femenina, con los tres impactantes personajes de Clitemnestra, reina de Micenas, y sus dos hijas, la propia Electra y Crisótemis. Esta última es una invención del libretista, pues ninguna de las tragedias griegas dedicadas al mito de los Atridas la menciona. Representa, sin embargo, el sueño de la «normalidad» en una familia marcada por una maldición y sellada por la tragedia.
Es conocido el antefacto del mito: al inicio de la guerra de Troya, Agamenón, Rey de Micenas y comandante en jefe de la flota griega, había aceptado sacrificar a su hija mayor Ifigenia para conseguir vientos favorables a la navegación de la armada hacia Asia Menor. Su esposa Clitemnestra nunca le había perdonado el crímen (desconociendo el hecho de que los dioses habían salvado la vida a la joven en el último minuto) y, a su regreso triunfal de la guerra de Troya, lo había asesinado con la ayuda del amante Egisto, que con ella reinará sobre Micenas.
La que se presenta ahora en Toronto, es la reposición de dos producciones anteriores de la misma Canadian Opera Company (una en 1997 y una en 2004), con la misma dirección teatral de James Robinson y muy parecida por escenas y vestuario. Estaba originariamente caracterizada por un fuerte expresionismo ahora algo redimensionado. La escenografía es una estructura que respeta sólo parcialmente la indicación de un patio al exterior del palacio: de hecho, el escenario más bien sugiere un desván lleno de baratijas, muebles viejos y viejos juguetes.
Siguiendo lo indicado por el compositor, la orquesta de la Canadian Opera Company ha integrado a varios elementos adicionales en su orgánico hasta alcanzar las 105 unidades. El Coro de la Compañía no aparece nunca, y solo se escucha su poderosa intervención al final de la ópera. El que fuera «el coro» en la tragedia griega es reemplazado por cinco criadas que abren el espectáculo, relatando la locura de Electra, que ya no vive en la casa sino en un patio al lado del palacio, y a la misma hora de cada atardecer –la misma en que su padre fue asesinado mientras, al regreso de la larga guerra, tomaba un baño– lo recuerda apasionadamente y jura nuevamente vengarlo.
Sabemos que el original de Sófocles ya configuraba a Electra como la tragedia de una obsesión: el omnipresente recuerdo y amor por su padre, así como el odio hacia su madre, que lo ha asesinado y ha puesto en su lugar, como rey y como marido, al débil Egisto, están al origen de un fenómeno que en el mundo freudiano se ha llamado «el complejo de Electra», contraparte femenina del complejo de Edipo. El libreto de von Hofmannstahl, seguramente influenciado por la nueva visión psicoanalítica, acentua los aspectos de la interioridad del personaje. Como lo hizo notar en su momento Patrice Chéreau, creador de una famosa puesta en escena de esta misma ópera, la Elektra de Hofmannstahl es de alguna manera el equivalente de Hamlet en Shakespeare: todo tormento interior y anhelo de venganza, sin acción correspondiente, sin conexión con la realidad familial y política del pasado, ni con el mito de los Atridas maldecidos por el Fato y los dioses. Y al final, como ocurre con Hamlet, no es ella la que lleva a cabo la ansiada venganza, ésta se realiza por mano de Orestes, quien toma sobre sí la ejecución material y el sino que ella implica: la persecución y la muerte de parte de las Erinias.
Esta Electra ha sido ovacionada por el público y la crítica de Toronto como una magnífica producción. En cambio, a mí me resultó bastante decepcionante porque todo el drama está confiado sólo a la espléndida música –una orquesta excepcional bajo una extraordinaria dirección, la de Johannes Debus– pero en escena el drama es débil, expresado casi únicamente en el contínuo vaivén de la protagonista. Me pareció pueril que se utilizara un caballito de balancín cuando Electra evoca el sacrificio de caballos y perros en el funeral de un gran Rey. La voz de la soprano wagneriana Christine Goerke tiene la fuerza adecuada, y una gama de tonalidades suficiente, pero su actuación carece de matices y resulta ineficaz. Su final «Schweig und tanze!» (Calla y danza!) me pareció teatralmente muy débil. También la gestualidad de Crisótemis/Erin Wall aparece trillada, cuando aprieta una muñequita de trapo en el aria «Ich kann nicht sitzen und ins Dunkel starren» (No puedo quedarme sentada mirando las tinieblas): había escuchado a esta soprano en el papel de una óptima Arabela y una Condesa de Almaviva muy buena, pero aquí esfuerza el agudo casi hasta el chillido. El bajo alemán Wilhelm Schwinghammer es vocalmente y teatralmente muy bueno (sobre todo debiendo interpretar un papel escrito para barítono) y es correcta la interpretación que da de Clitemnestra la soprano Susan Bullock, en 2007 en el papel de Electra, con su «Ich habe keine guten Nächte» (No tengo noches buenas...), matizada y vulnerable.
También me han resultado vocalmente adecuados los comprimarios, que no requieren especiales cualidades teatrales, y satisfactorio el tenor Michael Schade/Egisto, en la breve escena en la que Electra le ilumina de buena gana el camino hacia la masacre.
Fotografía: Michael Cooper.
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