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CRÍTICA: DANIELE GATTI DIRIGE A LA FILARMÓNICA DE VIENA EN EL CICLO BARBIERI DE IBERMÚSICA

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Autor: Arturo Reverter
29 de septiembre de 2012
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DEL ESPECTRO TÍMBRICO Y SUS CONSECUENCIAS

Brahms: Sinfonías nº 3 y nº 1. Orquesta Filarmónica de Viena. Director: Daniele Gatti. Madrid, Auditorio Nacional. 27-IX-2012. Ibermúsica, Ciclo Barbieri.

    

            La Filarmónica de Viena tiene, como gran orquesta que es, un sonido muy personal, que la distingue y caracteriza con independencia del maestro que se ponga a su frente. Las cuerdas, dulces, satinadas, transparentes; las maderas, tersas, cálidas, áureas; los metales, agrestes, pero redondos, empastados. Timbres que ensamblan, que casan, que combinan en un equilibrio fenomenal y que dan como resultado un espectro acústico sin igual, de milagrosas afinación y maleabilidad. El más apropiado para cantar las características sonoras que otorgan a la música sinfónica de Brahms su especial encanto melancólico, su pátina otoñal.

            Estas cualidades incontrovertibles quedan a disposición de una batuta ágil y despierta, conocedora y eficaz, que sepa ahormarlas y darles trascendencia. Ha sido la de Daniele Gatti en este caso. Hombre serio, de criterios muy personales, de técnica moderna y fluida, de gesto firme y decidido, inteligible, de temperamento bien controlado, este milanés de 1961, que se presentó en Madrid con Ibermúsica en 1996, sorprende siempre por su seguridad, su suelta batuta, movida sobre la base de un gesto sobrio y elegante. No pose la electricidad de Muti o la sapiencia de Abbado, pero es hábil en el desentrañamiento de cualquier textura y es ya un estupendo rector, de coherentes criterios musicales.

            Puede que todavía no esté en el punto de penetrar, con el arte exquisito y la depuración instrumental, con el sentido del lirismo trascendente y del fraseo más noble, en los entresijos de una sinfonía tan refinada como la Tercera de Brahms, en la que, de todas formas, pudimos degustar una elaboración minuciosa y un evidente rigor en la letra. Hubo detalles recordables, como el eficaz trabajo en la aplicación de reguladores, rallentandi y accelerandi. Nos sorprendió agradablemente la sutileza con la que se planteó el cierre de la exposición en el meditativo primer movimiento.

            Oboe y clarinete entre neblinas certificaron su clase en el Andante. Nos pareció muy justa, sin innecesarias redundancias y énfasis, la acentuación de la famosa frase inicial del Poco allegretto. El comienzo del Allegro final fue ejemplar, con el toque misterioso adecuado. Aunque en la repetición hubo pasajes poco claros, Gatti tuvo cuidado de que los acordes no fueran violentos y de marcar con decisión los contratiempos y los significativos silencios, hasta dar con el más conveniente norte rítmico, que llevó a una conclusión muy estilizada en la que el suave aleteo de los arcos sirvió como muelle lecho a un cierre de perfecta afinación.

           Tras esta versión tan aceptable de la Sinfonía nº 3, en la que lo pastoral fue a veces absorbido por lo adusto del fraseo, director y orquesta, en total acuerdo, con asunción de cometidos, acometieron la romántica y fogosa nº 1, la que fuera llamada Décima sinfonía de Beethoven. La intensidad que impulsa a la obra, la firmeza de su discurso, tantas veces dramático, fueron admirablemente entendidos por el director, que moduló estupendamente el fluir imparable de la introducción, con un timbal bien regulado y una ondulación nada engolada. Los tensos pizzicati y los complejos contrapuntos fueron fielmente servidos en una realización de alto voltaje, de rara concentración y gravedad. Músculo combinado con ágil desarrollo; elocuencia y vigor. El concertino, un magnífico Rainer Honeck, trenzó con exquisita musicalidad sus aladas intervenciones en un Andante sostenuto, que encerró las justas proporciones de lirismo destilado. Sobresaliente para el oboe Martin Gabriel.

            No especialmente grácil el dibujo del Un poco allegretto e grazioso, tocado con un singular sentido del ritmo. Bailable y ligero. El pianísimo de apertura del amplio y complejo, tan bien estructurado Finale, fue indicio de por dónde iban a ir los tiros; los del rigor estructural, la variedad acentual, la intensidad y exactitud en los ataques y la amplitud en la enunciación de aconteceres dramáticos. El movimiento, tras la primera exposición del gran tema emparentado con el de la Oda a la alegría de Beethoven, fue adquiriendo carne y una indomable carga emocional, que la batuta, trabajadora y elástica, supo subrayar. Una magnífica apoteosis sonora e interpretativa que satisfizo a tirios y a troyanos. Como era natural el último acorde fue recibido por una gran ovación y numerosos vítores. Buena idea fue la de no ofrecer ningún bis. La intensidad musical era ya muy alta; y con ella nos quedamos.

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