Por F. Jaime Pantín.
Oviedo. 23/V/2016. Auditorio Príncipe Felipe. Jornadas de Piano Luis G. Iberni. Obras de Schumann y Rachmaninov.
Tras la cancelación por enfermedad, hace apenas un mes, se presentó al fin ante el público de Oviedo el pianista siberiano Denis Matsuev, que actuaba por primera vez en las Jornadas Internacionales de Piano Luis Iberni.
Matsuev es uno de los pianistas más solicitados del actual panorama internacional. Ganador del Concurso Tchaikovsky con 23 años, se encuentra en este momento en el inicio de su madurez pianística, con un estilo plenamente consolidado que se apoya, fundamentalmente, en una fuerte personalidad y un temperamento volcánico que no rehúye excesos de ningún tipo, así como en una técnica que -al menos en su parte más externa y visible- podría considerarse espectacular. Un mecanismo de fácil vertiginosidad y una tremenda potencia física que frecuentemente se escapan a su propio control, configuran una peculiar forma de entender el piano que, si bien deja de lado una parte importante de los posibles registros expresivos del instrumento y de la música que interpreta, se muestra altamente eficaz de cara al público, como se pudo ver en este recital.
El programa se centró en dos de sus compositores predilectos, Schumann y Rachmaninov ya que las dos piezas de Tchaikovsky inicialmente incluidas al principio de la segunda parte fueron sustituidas por tres de los Estudios-Cuadros del mismo Rachmaninov, concretamente los números 6, 2 y 9 del op. 39, siendo alterado a su vez el orden de los dos preludios del compositor ruso programados a continuación.
La primera parte fue dedicada íntegramente a la música de Schumann con dos obras, Kinderszenenop. 15 y Kreislerianaop. 16 que, pese a su proximidad en el tiempo, responden a planteamientos expresivos, fuentes de inspiración y escritura pianística muy diferentes, si bien a menudo en la música de Schumann los caminos son insondables y sus códigos ocultos difícilmente descifrables. En Kinderszenen, conjunto de 13 miniaturas acompañadas de títulos que sugieren referencias diversas -a veces explícitas, a veces imaginativas- al universo infantil, un universo vivido desde la observación externa del adulto, desde el recuerdo o desdela propia participación directa, Schumann expone un caleidoscopio de fantasía inagotable donde la ternura convive con la poesía y la melancolía con la ensoñación, con la presencia constante de un entorno cálido y familiar en el que no hay lugar para el desasosiego y la truculencia de los excesos hoffmanianos que inspirarán la futura Kreisleriana. Las piezas de mayor intimismo son expuestas por Matsuev con sonido sugerente y preciosista quizás excesivamente elucubrado - teniendo en cuenta la sencillez y naturalidad que el propio Schumann proponía a su esposa Clara cuando interpretaba esta obra- pero de maravillosa sensorialidad, en todo caso. El exotismo casi impresionista de Gentes y Países lejanos, la ensoñación no exenta de dramatismo de Reverie y la reflexión profunda de un poeta que habla al final - cuando ya casi todo está dicho- sugiriendo quizás una recóndita relación con la cuarta pieza de Kreisleriana, constituyeron los momentos más inspirados de una versión tendente a la búsqueda de una cierta morbidez, como si el pianista buscara un acercamiento espiritual entre dos obras que de hecho enlazó.
En este op. 16 schumaniano, directa referencia al universo de Hoffmann a través de su personaje central, el capellmeister Kreisler -con quien Schumann parece identificarse-Matsuev parece encontrarse más cómodo, pudiendo dar rienda suelta a todo su potencial sonoro e intensidad pasional en una obra que soporta bien los excesos temperamentales y en cuyo contenido conviven los contrastes violentos, la excitación, la improvisación y el desvarío con la ternura y la contemplación. Matsuev busca los extremos, tanto en velocidad como en intensidad sonora en una versión que, lejos de la ortodoxia, posee una fuerza innegable. Su pianismo, probablemente masivo en exceso para la claridad contrapuntística que exigen los pentagramas schumanianos, encuentra mejor acomodo en las piezas de Rachmaninov que interpretó en la segunda parte del recital.
Los tres Etudes-Tableaux, los dos Preludios y la Gran Sonata op. 36 - en la versión de 1931 que suprime una parte considerable de los pasajes virtuosísticos contenidos en la edición original de 1914- permitieron al pianista ruso mostrar lo mejor de su virtuosismo ciclópeo y de su fiero temperamento romántico, en unas versiones al límite en todos los aspectos, con un sonido de excepcional amplitud pero que puede llegar a la saturación y a la pérdida de definición, como si lo que sonara realmente fuera un piano amplificado al borde de la distorsión. Es sabido que a partir de un cierto umbral de forte el sonido del piano tiende a perder calidad y el manejo de las dinámicas elevadas es, de hecho, uno de los factores que definen a los verdaderamente grandes del teclado. La pulsación de Matsuev nunca es dura ni violenta pero a veces evidencia un exceso de presión y cierto desorden en la planificación de los componentes individuales de determinadas masas sonoras, lo que, unido a unas pedalizaciones frecuentemente largas, produce cierta confusión en el resultado final de su ejecución. Es interesante comprobar cómo el propio Rachmaninov - pianista de potencial ilimitado- soslaya siempre en sus interpretaciones de su música este tipo de eclosiones sonoras en una búsqueda permanente de la elegancia y la belleza del sonido.
Matsuev culminó su brillante recital con cuatro bises que ofreció de seguido, La cajita de música op. 32 de Anatoli Liadov, pequeño vals humorístico, de ejecución exquisita; el Estudio op.76 nº 2 de Sibelius, un nuevo recuerdo del mundo infantil con el que comenzaba el recital; un vehemente y algo desmesurado estudio “Patético” de Scriabin y una “improvisación” sobre temas de Duke Ellington, cuya ejecución deslumbrante levantó a gran parte del público de sus asientos.
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