Afirmaciones problemáticas
Los puntos fuertes son las observaciones sobre el entusiasmo -¡ese don divino!-, la moral del arte, el gusto y lo kitsch, a la par que otros aspectos tratados colateralmente pero cuyo inciso puede resultar más sugestivo que la propia argumentación en la que se inscriben. Los puntos flojos son afirmaciones como la oposición absoluta entre Strauss y Mahler tras el que existe un prejuicio elitista y de superioridad moral y musical de Mahler como compositor y sujeto (pág. 26-27). Aspecto que casa bien en el discurrir argumental de la espiritualidad en el arte pero que tiene algo de injusto y parcial. Otro error (página 75) recae en la aseveración que "sólo el hombre es capaz de cocinar, gastar una broma o dar las gracias". Lo primero, por supuesto. Lo segundo y tercero es discutible puesto que números experimentos con primates y cetáceos han demostrado capacidades de ello aunque no desarrolladas como sentido.
Por otro lado, sin entrar en pedanterías, en un ensayo de principios del siglo XXI ponderar de manera tan severa sobre términos como la verdad poética (pág. 54) refleja unas raíces algo periclitadas tras un siglo de desconstrucción de ese tipo de absolutos. Más en una sociedad muy propensa a la cultura del post-it. Como en su Inteligencia musical, hay en su reivindicación de la profundidad y de la esencialidad del arte en la vida, un ligero elitismo cultural. Una posición que, con leves connotaciones mesiánicas de la figura del intelectual, parece marginar aspectos de la cultura pop(ular). Sin duda, se trasluce una indignación del autor -como artista e intelectual- con la devaluación del arte. Su rebeldía se canaliza con estos ejercicios que tienen tanto de certero como de encantador de serpientes. El propio autor lo sugiere en el prólogo (página 13) al comparar su ensayo con un café ristreto, corto de contenido y lleno de aroma.
Su posicionamiento es muy transcendental, sobre todo cuando en la página 69 se plantea que "la nota definitoria de la creación artística genuina es su gratuidad: la obra de arte es lo porque sí, lo sin porqué, lo que no sirve absolutamente para nada". Si el arte es experiencia estética, como mundo en sí, ya es. Todo arte aspira a una realidad y en tanto que la obra de arte es, ya no sirve -en el sentido de la función que apunta Pirfano, y menos como función primordial-. Además cae en una tautología (por lo menos aparente), al alegar que "el arte se presenta como una de las más imponentes vías de conocimiento, como una auténtica fuente de revelación" y se basa en argumentos referidos a la belleza redentora (pág. 74). ¿No es función, misión, legitimación del arte en el mundo y la vida? Y precisamente, ¿esto no es lo que más preocupa y defiende el autor en su libro?