Glossa no ceja en el empeño de rescatar obras olvidadas en la producción del compositor francés y presenta esta primera grabación mundial de una de las obras que contiene alguno de los números más vibrantes de su producción escénica.
Por Mario Guada
Les Fêtes de Polymnie. Música de Jean-Philippe Rameau. Aurélia Legay, Emőke Baráth, Márta Stefanik, Véronique Gens, Mathias Vidal, Thomas Dolié, Domonkos Blazsó • Purcel Choir • Orfeo Orchestra | György Vashegyi. Glossa Music, 2 CDs [GCD 923502], 2015. T.T.: 127:03.
A pesar de que la festividad Rameau 2014 ya terminó de manera oficial el pasado diciembre, somos afortunados al poder decir que los ecos de la efeméride siguen llegando y que parece que la cosa va para largo. Este registro es un claro ejemplo, como lo son también la edición de Castor et Pollux en la versión de 1754 que acaba de presentar Harmonia Mundi, o las grabaciones de Le Temple de la Gloire y Zaïs que están pendientes de salir al mercado en los próximos meses. El registro discográfico que aquí presentamos tiene el valor añadido de tratarse de una primera grabación completa de la obra, que por otro lado lleva sin ser interpretada desde el 30-IV-1754. Han tenido que pasar tal ingente cantidad de años para que alguien se decidiera a presentarla al público para que este pueda por fin disfrutarlo.
Les Fêtes de Polymnie es un ballet héroïque en un prólogo y tres entrées, que Jean-Philippe Rameau [1683-1764] compuso en 1745 sobre libreto de Louis de Cahusac [1706-1759]. La obra se estrenó en la Académie Royale de Musique de Paris el 12 de octubre de 1745, siendo posteriormente repuesta en 1753 y 1754. El año de 1745 fue especialmente prolífico para Rameau, ya que además de esta obra compuso La Princesse de Navarre, Platée, Le Temple de la Gloire y Les Fêtes de Ramire. Este año abre, por lo demás, el período más fructífero en su carrera, tercera de las etapas compositivas en su carrera operística que llegará hasta 1751 y en la que compondrá un total de 12 obras para la escena.
Este es un período en el que la relación estrecha de Rameau con la corte favorece la creación de muchas piezas escénicas destinada a celebrar o conmemorar algún evento real importante, es por eso que estamos ante un período tan fructífero en lo creativo, que por otra parte alienta la creación de obras de tipo cortesano –nada de tragedias–, como comédie-ballet, acte de ballet, ballet bouffon o este ballet héroïque. De hecho, Les Fêtes de Polymnie tiene a la victoria de Louis XV en la Batalla de Fontenoy, lo que cambió el balance a favor de los franceses en la Guerra de Sucesión Austríaca [1740-1748], como trasfondo de la historia. Son estas, obras con una carga de propaganda política elevada, entendiéndolo como lógico si se comprende el contexto en que nacen. Como se destaca en las notas críticas del disco, estudios llevados a cabo por la experta en Rameau, Sylvie Bouissou, junto a Thomas Green sugieren que esta obra se concibió para su estreno en la corte, pero una intriga –para algunos posiblemente dirigida por Voltaire– detuvo las representaciones en Versailles para enviarlas directamente a la Académie Royale de Musique, estrenándose en octubre de 1745. A pesar de las pocas representaciones de las que gozó –y eso que la crítica fue bastante favorable para la obra–, las diversas copias de la partitura que se han conservado atestiguan una numerosa cantidad de modificaciones efectuadas por Rameau a lo largo de estas representaciones, lo que no sorprende en el caso de este autor, acostumbrado a retocar sus obras una y otra vez de manera notable.
La obra supone el primer encuentro entre Rameau y Cahusac, que será la relación más fructífera en la carrera de ambos. Cahusac fue capaz de atraer a Rameau ante sus ideas renovadoras del drama. Cahusac aceptaba las diferencias existentes entre tragédie lyrique y opéra-ballet, y era consciente de que no podía proporcionar a la última la densidad teatral de la primera, es por ello que se propone dejar espacio en el ballet para el canto, la danza y los efectos escénicos. Pone así de relieve que en el drama esto no ha tenido el suficiente espacio para desarrollarse. El desarrollo de los ballets figurés es el espacio a través del cual todo se estructura y cobra sentido. Cahusac dejará, por lo demás, pequeños esbozos de sus ideas masónicas, las cuales parece que Rameau compartía y gustaba de fomentar.
El prólogo es una alegoría de la victoria real en Fontenoy, y aunque Cahusac concibe las entrées con su propio argumento, todo el drama está en cierta manera interconectado. Polymnie, musa de la retórica celebra la victoria militar en un variopinto y elocuente espectáculo, para el que irá atrayendo a cada una de las tres entradas que protagonizan el drama: La Fable [la Leyenda], L’Historie [la Historia] y La Féérie [el Encantamiento o Cuento de hadas]. Como no podía ser de otra forma, un enredo amoroso subyace en la escena, el protagonizado por Alcide y Hébé, y también habrá espacio para la magia creada por Oriade en la última entrada. Una obra, en definitiva, que muestra la capacidad de Cahusac y Rameau para conformar un espectáculo escénico de primer nivel, que aúne todos los elementos necesarios para una obra de estas características y para el contexto y las exigencias que debe cumplir.
Y es precisamente en este punto donde cabe celebrar la genialidad «rameauniana», que es capaz de poner una excelsa música a pasajes que quizá carecen de la enjundia literaria necesaria. Sin embargo, el genio de Dijon se muestra pletórico, como da muestra de ella la impresionante y luminosa ouverture que abre el drama, auténtico desafío a la historia de la obertura francesa, que muestra ya la capacidad del autor para pasar por su exquisito tamiz todos los elementos y herramientas de la tradición operística francesa. Para algunos, el prologue de Les Fêtes de Polymnie es probablemente el más hermoso de cuantos salieron de la mente de Rameau. Sin aventurarnos tanto, sí diremos que se trata de una obra de un calibre sobresaliente, al alcance de muy pocos, como queda constancia en sus maravillosos pasajes instrumentales, sus fantásticos coros y las delicadas y elegantes arias. Sus entrées no son menos y nos deparan algunos momentos inconmensurables –escúchese, por ejemplo, la descomunal Chaconne dansé et chantée y sabrán a qué nos referimos–.
Lo que más sorprende de la presente grabación, que como decimos supone un aporte fascinante al patrimonio musical francés, es la elección de sus intérpretes. Si bien el elenco vocal está bien representado por algunos de los mayores expertos en la ópera francesa del XVIII en la actualidad, el coro, la orquesta y quien se sitúa al frente de todos suponen todo un descubrimiento. El Purcell Choir y la Orfeo Orchestra son dos conjuntos húngaros especializados en la interpretación con criterios históricos del Barroco y Clasicismo europeo. Conjunto poco conocido, no se encuentra desde luego entre la lista de 15 o 20 conjuntos especializados en el repertorio francés que a cualquier conocedor del mismo le vendría a la cabeza. Y sin embargo, su concurso en la presente grabación es excepcional. La orquesta se muestra muy sólida, con un sonido muy cuidado, una gran sección de viento madera, así como una cuerda muy equilibrada y de terso y límpido sonido. Se hace notar el manejo y la mano sabia y experimentada de Simon Standage como concertino –uno de los dos o tres instrumentistas no húngaros de la orquesta–. La orquesta utiliza 6/6 violines I/II, 3 hautes-contre de violon, 2 tailles de violon, 1 basse de viole, 3 violonchelos y 2 contrabajos, además de 2 traversos, 2 oboes, 2 fagotes, 2 trompas, trompeta, timbales y 2 claves. Del mismo modo, el coro cumple su papel con gran solvencia –si bien quizá sale algo peor parado en comparación con los franceses–. Incluso se adecuan a la vocalidad francesa, utilizando tres voces masculinas y solo a féminas para las sopranos –recordemos que los franceses utilizaban históricamente a tenores agudos para la línea de altos–. Con un nutrido número de componentes –que privilegia de manera especial a sopranos y bajos–, el sonido es realmente equilibrado, con una afinación interesante y un color pulido.
El elenco vocal, encabezado al menos en lo publicitario por la mezzo francesa Véronique Gens, se completa con algunas voces de primer nivel –la mayoría, como en el estreno, multiplican sus apariciones en diversos roles a lo largo de la obra–. Bien dotada aunque algo irregular se muestra la voz de Aurélia Legay, soprano francesa de poderosa emisión, aunque con un registro agudo a veces estridente. Emőke Baráth es una interesante, y desconocida para nosotros en este repertorio, soprano húngara, de bello timbre, grácil línea de canto y una adaptación estilística fabulosa. El apartado de voces femeninas se completa con la ya mencionada Gens, que es sin duda el principal reclamo vocal del elenco, a pesar de que su participación no es tan elevada como la de otros personajes. La mezzo francesa es sin duda la más experimentada en el repertorio, y si bien ya no está en el glorioso momento en que se hallaba a finales de los 90 y comienzo del presente siglo, sigue siendo una artista muy completa, con una capacidad vocal fascinante y una presencia escénica poderosa y epatante. El haute-contre francés Mathias Vidal es sin duda uno de los cantantes más requerido en los últimos años a la hora de grabar ópera francesa y especialmente de Rameau. Es un buen cantante para este repertorio, con un registro agudo quizá no tan delicado y fluido como el que podemos tener en la cabeza de los grandes representantes del repertorio, que además en ocasiones resulta un tanto engolado, pero sirve bien a las exigentes líneas que depara Rameau a los roles que interpreta. Thomas Dolié es, junto a Bárath, el gran descubrimiento del registro, un barítono francés de hermosa sonoridad, gran presencia escénica y un gusto envidiable. Por lo demás, la soprano Márta Stefanik y el bajo húngaro Domonkos Blazsó cumplen de manera correcta con su escueto papel.
Todos están fantásticamente comandados por György Vashegyi, clavecinista y director húngaro que sorprende a propios y extraños por su impresionante adecuación al lenguaje y estilo de la ópera francesa. Fundador en 1990 del Purcell Choir y un año después de la Orfeo Orchestra, se muestra muy preparado para acometer esta grabación, con un sentido muy fluido del ritmo, sabiendo aportar los colores instrumentales que cada pasaje requiere, dejando libertad a los cantantes, pero equilibrando muy bien las fuerzas para que no se produzcan desajustes entre estos y la orquesta, cediendo espacio al coro para su lucimiento, tratando las danzas con rigor y una especial sonoridad. En definitiva, todo un trabajo de filigrana que le lleva a convertirse en un gran aporte en la discografía «rameauniana».
El álbum, realmente esperado por los apasionados de Rameau que el mundo son –y son muchos–, muestra como siempre las calidades a las que el sello Glossa y su director Carlos Céster nos tienen acostumbrados, aunque con algunos cambios respecto a grabaciones precedentes, como el diseño, esta vez a cargo de Rosa Tendero [rosacasirojo], es mucho más minimalista. La toma de sonido de Ádám Matz resulta quizá demasiado presente en algunos momentos, pero sin embargo deja a los graves en un plano demasiado alejado, aunque equilibra muy bien a los solistas y capta los matices del coro de manera vibrante. Las notas al programa, que resultan excelsas –como es marca de la casa–, están firmadas por Benoît Dratwicki, todo un especialista y director artístico del Centre de Musique Baroque de Versailles, que es a su vez el idóneo productor para un registro de estas características.
Estamos sin duda ante una aportación fundamental a la discografía, que pone por fin en liza una de las pocas obras escénicas de Euclide-Orphée que faltaban por grabar. Un evento de magnitudes muy considerables, que sigue mostrando que Rameau no es flor de un año, y que ya no solo en Francia se interesan y saben interpretar su música con esta enorme calidad. El festín continúa, para regocijo de todos.
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