Ni que decir tiene que Yo-Yo Ma, en una noche histórica de la que seguiremos hablando dentro de mucho tiempo, nos hechizó cual flautista de Hamelin. Nos embarcó en un viaje sobrecogedor, donde se crecía en cada nueva suite.
Yo-Yo Ma nos eleva al Tourmalet
Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid, Auditorio Nacional, 23-II-2022. Concierto extraordinario de Ibermúsica. Seis suites para violonchelo solo de Johann Sebastian Bach. Yo-Yo Ma [violonchelo].
Las seis Suites para violonchelo solo de Johann Sebastian Bach son una de esas obras ante las que el crítico suele sucumbir. ¿Qué puedes decir de alguien que se mete en una plaza de toros con «seis victorinos», y que además las interpreta seguidas, sin un mínimo descanso? Evidentemente respeto, mucho respeto. Como el que mantienes cuando alguien interpreta partituras como la Iberia de Albeniz, los Preludios y Fugas Op.87 de Shostakovich o las Sonatas del Rosario de Biber. Son obras que, cada una en su estilo, suponen no solo un reto musical de primer orden, sino que obligan a solventar otros problemas que aun no pudiendo parecer tan complejos, no dejan de serlo.
Uno de ellos sin duda es como te enfrentas a un ciclo de obras que no se concibieron como tal. Es más que probable que J. S. Bach nunca pensara que alguna vez se iban a interpretar así, con lo que supone el alcanzar un nivel de concentración absoluto no solo por parte del intérprete sino también del público. Además, la estructura de las Suites es bastante similar en todas ellas. Comienzan con un preludio y acaban con una giga. Entre medias alemandes, courantes, y zarabandas, siendo las únicas variaciones las danzas previas a la giga, que en las dos primeras suites son minuetos, en la tercera y cuarta bourrées y gavotas en las dos últimas. Al interpretarlas una detrás de otra necesitas resaltar las diferencias para buscar contrastes. Pero tampoco puedes cargar en exceso las tintas ni abusar de la expresividad porque sería algo literalmente imposible de mantener durante dos horas y media sin que aquello se derrumbe por algún lado.
Otro problema por solucionar es el sonido. El violonchelo tiene el que tiene y evidentemente la sala sinfónica del Auditorio Nacional no es el lugar ideal. Desde este punto de vista, hubiera sido mas adecuado dar el recital en la sala de cámara, pero eso hubiese supuesto que muchos aficionados se quedaran en la calle (la sala sinfónica estaba a reventar) y que los precios, ya altos de por sí, hubiesen sido prohibitivos.
Pero quizás el mas notable es la duración y sus «daños colaterales». Dos horas y media sin moverse del asiento pueden ser demasiado cuando tienes todos los sentidos enfocados en un único instrumento en el centro de un escenario que parece vacío, y en el que cualquier movimiento, cualquier pase de página de un vecino de localidad o cualquier pequeña tos te incordian mucho mas que cuando tienes en el escenario una orquesta sinfónica. Al hecho de no haber ni intermedio ni pausas entre las suites se le añadieron las colas que se formaron en la entrada. Todo ello aparejó el no ser excesivamente severo con los espectadores que llegaron tarde, lo que se tradujo en un abrir y cerrar de puertas a los rezagados que fue bastante molesto. Durante la primera suite nos levantamos y sentamos en varias ocasiones, con lo que fue casi imposible concentrarse en la obra. Un acomodador me comentó al terminar que había sido decisión del propio Yo-Yo Ma y de los organizadores. Querían empezar a las 19.30 en punto, y ya que no iba a haber descansos, se permitía entrar tarde.
Por el contrario, en el otro lado de la balanza, tienes la fuerza inconmensurable, la riqueza de registros y el enorme valor de lo aparentemente sencillo de la música de Bach. Hasta hace relativamente poco tiempo, el interpretar las seis suites en un único concierto era un rara avis. El que suscribe solo lo había vivido una vez, hace ocho años en la Sala Flagey de Bruselas. El violonchelista flamenco Pieter Wispelwey, con unos postulados «historicistas» –diferentes por tanto de los de Yo-Yo Ma–, consiguió crear una atmósfera única, con un nivel de intensidad y emoción que nos encandiló incluso a los que no comulgamos con dichos planteamientos. El resultado en el público fue cautivador. Todos salimos con una innegable sonrisa en los labios y nadie se acordó de los pequeños inconvenientes que hubo.
Ni que decir tiene que Yo-Yo Ma, en una noche histórica de la que seguiremos hablando dentro de mucho tiempo, nos hechizó cual flautista de Hamelin. Nos embarcó en un viaje sobrecogedor, donde se crecía en cada nueva suite. A sus 66 años, el chelista nacido en París de padres chinos está en un momento de madurez asombroso. Ya lo pudimos vislumbrar hace ahora cinco años cuando reseñamos su fascinante prestación en el estreno neoyorquino del Concierto para violonchelo de Esa-Pekka Salonen. Estas obras bachianas forman parte de su ADN prácticamente desde niño. Las ha interpretado siempre –de hecho, este recital forma parte de su The Bach Project donde desde hace cuatro años las toca en muchas ciudades por todo el mundo–, las ha grabado en tres ocasiones, y su visión lógicamente ha ido enriqueciéndose con la edad.
El sonido de Ma siempre fue pulcro y de gran belleza. Cálido y con un uso nunca excesivo del vibrato. Nunca fue chelista de «rompe y rasga» como Rostropovich o Natalia Gutman, sino que primaba un gran equilibrio donde jugaba con amplias dinámicas y un timbre cautivador. Esas características no han variado en exceso con el tiempo, solo que ahora descubrimos en él un punto de expresividad superior y, por qué no decirlo, una puesta en escena casi litúrgica, pero paradójicamente muy natural. Con la mirada hacia el cielo, cerrada en muchos momentos, Ma nos transmite que esta música de Bach es pura joie de vivre, incluso en sus momentos más melancólicos como en la quinta, la única en tonalidad menor, que dedicó en un correcto español «a todos los que habían sufrido una perdida, ya fuera humana, de salud o de dignidad». Fue emocionante de principio a fin, con un preludio escalofriante que fue creciendo en intensidad, una allemande y una courante relajadas y sentidas, una zarabanda sencillamente colosal, que nos puso los pelos como escarpias, para de ahí al final terminar con las dos gavotas y la giga cantadas con enorme serenidad y gran intensidad. Su dedicatoria fue toda una premonición que aún nos conmociona más cuando menos de 24 horas después, tenemos que escribir esta crítica con las imágenes televisivas de la invasión de Ucrania en nuestras retinas y todas las pérdidas humanas y materiales que van a provocar.
Si la quinta fue quizás en su conjunto la cima del concierto, el resto de la noche, salvando en parte el caso de la primera por los problemas descritos anteriormente, estuvo a un nivel sobresaliente. Jugó una carta aparentemente sencilla pero no tan evidente de conseguir. Si tocas las seis suites en dos jornadas, puedes darles mucha mas intensidad –como por ejemplo nos ha mostrado en el pasado Natalia Gutman–, pero aquí necesitas un nivel de equilibrio aun superior. Yo-Yo Ma lo consiguió de tal manera que no necesitó afinar su instrumento ni una sola vez en mas de dos hora y media. Algo realmente asombroso.
Por mencionar algún momento concreto, podemos destacar la zarabanda de la segunda suite, realmente mágica. O toda la tercera, que dedicó a todo el público donde el nivel de hipnotismo empezó a crecer. La atmósfera siguió cargándose con la cuarta, y con la quinta mencionada antes. En la sexta nos sentimos todos en el centro de una liturgia descarnada, con el Sr. Ma en el punto central oficiando de sumo sacerdote, y con todos nosotros absortos y con el corazón en un puño.
La respuesta del público fue un clamor. La tensión que llevábamos tanto tiempo acumulando pudo por fin liberarse. A pesar de la hora y del esfuerzo, no quiso el artista irse sin darnos un regalo más. Un homenaje a su amado Pau Casals y a su amado Bach. Una preciosa versión del Cant dels ocells donde por fin pudo dar rienda suelta al vibrato –obviamente no al vibrato de Casals– sin ningún reparo. Salimos convencidos de haber asistido a un concierto emocionante e histórico. Lástima que todo el subidón que experimentamos se vaya por los suelos solo un día después, cuando lamentablemente volvemos a ver avanzar tanques en tierra europea.
Fotografías: Austin Mann/Ibermúsica.
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