James Gaffigan y Andreas Kriegenburg dirigen la ópera Wozzeck de Alban Berg en el Palacio de las Artes «Reina Sofía» de Valencia
Les Arts cierra temporada con un espléndido Wozzeck
Por Raúl Chamorro Mena
Valencia, 29-V-2022, Palau de Les Arts Reina Sofía. Wozzeck (Alban Berg). Peter Mattei (Wozzeck), Eva-Maria Westbroek (Marie), Christopher Ventris (El tambor Mayor), Andreas Conrad (El Capitán), Tansel Akzeybek (Andrés), Franz Hawlata (El doctor), Alexandra Ionis (Margret), Patrick Guetti (Primer aprendiz), Yuriy Hadzetskyy (segundo aprendiz), Un loco (Joel Williams), Jorge Franco (Un soldado), Adrián García (niño). Escolanía de la Madre de Dios de los Desamparados -Director: Luis Garrido-. Coro de la Generalitat Valenciana -Director: Francesc Perales-. Orquesta de la Comunidad Valenciana. Dirección musical: James Gaffigan. Director de escena: Andreas Kriegenburg.
La doctrina penal de la inimputabilidad –aquella persona eximida de responsabilidad penal a causa de trastorno mental que le impide determinar su conducta, así como comprender la naturaleza del acto cometido y, por tanto, su ilicitud- encuentra uno de sus más importantes precedentes en el proceso del soldado Johann Christian Woyzeck, que fue ejecutado en Leipzig el año 1824 por el asesinato de su compañera sentimental. Estamos ante una de las primeras ocasiones en que se alegó trastorno mental y el caso provocó muchas dudas en el Tribunal, además de un gran debate en el ámbito científico.
Años después, Georg Büchner (1813-1837) atraído por la historia del “asesino inocente” escribió sobre el asunto su drama Woyzeck, que quedó inconcluso por su muerte prematura a los 24 años de edad. Fue el austríaco Karl Emil Franzos quien terminó y editó la obra en la que se basó Alban Berg para su ópera, de la que fue autor de libreto y música. Franjos concluyó el drama como Wozzeck pues confundió la y con una z. A pesar de que Alban Berg se apercibió del error una vez concluida su ópera, mantuvo el título de Wozzeck por resultar más duro y contundente y, por tanto, más adecuado para la devastadora tragedia. El desdichado protagonista es el prototipo de antihéroe, desheredado de la fortuna, víctima brutal de la pobreza extrema, el abuso y la explotación, al que la miseria le obliga a realizar las más viles tareas como soldado, incluido afeitar a su mezquino capitán, además de servir como conejillo de indias a los sórdidos experimentos de un miserable científico. Todo ello para poder llevar algo de dinero al hogar en el que convive son su amante, la prostituta Marie, y el hijo de ambos. Su penosa situación lleva al protagonista a una inexorable inestabilidad mental e impulso autodestructivo, que se ve agravada por la infidelidad de una hastiada Marie, con la sordidez enroscada en su ADN, cuya vida sin horizontes, sumida en la escasez y necesidad, le conduce a zambullirse en la seducción explícitamente carnal y viril del fatuo tambor Mayor. Esta situación, junto a la agresión del propio amante de su mujer y las chanzas del Doctor y el capitán, conducirán a un Wozzeck, ya completamente trastornado, al asesinato de Marie y posterior fallecimiento ahogado, dejando huérfano al niño, que juega ajeno a los comentarios de los demás infantes sobre la aparición del cadáver de su madre, en uno de los finales más desoladores que pueda ofrecer la historia del teatro lírico. Alban Berg desarrolla todo ello musicalmente con una partitura fundamentalmente atonal, pero con algunos pasajes que regresan a ciertas tonalidades, creando una música prodigiosa, una deslumbrante caracterización psicológica de los personajes y uno de esos casos de impecable imbricación músico-teatral en la línea de la obra de arte total wagneriana.
Ante todo, corresponde valorar la notable dirección musical de James Gaffigan, que, sorprendentemente, en su condición de director titular de Les Arts, sólo se ha puesto al frente de la última ópera de la temporada. La orquesta de la Generalitat Valenciana volvió a demostrar que es la mejor con mucha diferencia, de las que radican en territorio nacional y sonó, bajo la dirección de Gaffigan, compacta, empastada, con transparencia, brillo, refinamiento tímbrico y amplia paleta de colores. Sólo cabe reprocharle al neoyorkino algún puntual exceso de aparato sonoro, que no empañó una destacada labor que, por un lado, puso de relieve la esplendorosa orquestación de la obra y, por otro, aseguró la innegociable progresión narrativa y voltaje teatral hasta culminar con el apabullante crescendo posterior al asesinato de Marie, que logró el clímax correspondiente, que aún subió de tensión con el último interludio previo al devastador final. Excelente nivel el del coro en sus pocas intervenciones.
Magnífico, asimismo, el reparto convocado - excepto un lunar al que me referiré posteriormente- encabezado por un convincente Peter Mattei en una muy creíble y entregada encarnación del desdichado protagonista. El barítono sueco cuenta con un timbre lírico, bien emitido, manejado con inteligencia y fondo musical, que se sirvió de un variado juego de acentos y del dominio del sprechgesang -literalmente «canto hablado», una manifestación vocal entre canto y el habla- para redondear una caracterización irreprochable del desgraciado Wozzeck. En el aspecto dramático, como ya se ha subrayado, indiscutible su implicación y bien planificada construcción del personaje, de manera que logró transmitir desde el primer momento la triste existencia de Wozzeck, su explotación, su sufrimiento continuo, humillación tras humillación, y lo poco que tiene que agradecer a la vida. Esa inestabilidad mental del personaje se aprecia desde el comienzo en la encarnación de Mattei, especialmente en la escena del bosque con Andrés, en la que es víctima de alucinaciones, para ir a más durante el desarrollo de los acontecimientos.
Fabulosa la Marie de Eva Marie Westbroek tanto en lo vocal como en lo interpretativo. El sonido caudaloso y timbradísimo de la soprano holandesa se adueñó de Les Arts, engalanado con esos sonidos plenos y restallantes, de gran pegada en teatro. Intensa, vívida, su creación de la infortunada Marie, que cae en los brazos del presuntuoso Tambor Mayor como vía de escape a una existencia sin esperanzas ni horizontes. Cada acento, cada matiz, cada gesto, cada movimiento escénico de la soprano neerlandesa atesoró significado dramático y fuerza teatral. Memorable, emocionantísima, desgarradora, en la interpretación de Westbroek, la primera escena del último acto en que Marie, presa de negros presagios -cual Desdemona del acto cuarto de Otello cuando aborda la canción del sauce- lee el pasaje bíblico de Maria Magdalena, en la búsqueda del consuelo del perdón. En definitiva, una Marie de referencia y lo afirma alguien que ha visto en el papel al Anja Silja y Waltraud Meier, entre otras. La sátira contra el estamento militar la encarna el personaje del Capitán, al que Alban Berg dota de un canto pleno de saltos interválicos y empinados sobreagudos, con el que resalta su carácter profundamente mezquino y grotesco. El tenor Andreas Conrad superó estas dificultades con gran habilidad y sin renunciar a algún sonido falsetístico, muy apropiado dramáticamente, además de resultar irreprochable su caracterización en el aspecto interpretativo. A un nivel inferior, demasiado liviano y filiforme tímbricamente, pero impecable en el manejo del sprechgesang y ajustado dramáticamente, el Andrés de Tansel Akzeybek. Aunque Christopher Ventris ha perdido algo de pujanza, brillo y presencia sonora, aún fue capaz de dotar de autoridad vocal al infatuado y ridículamente presuntuoso Tambor Mayor. La obra arremete también contra el mundo científico, encarnado en el repugnante Doctor, que utiliza a Wozzeck como cobaya en oscuros experimentos, con los que el infortunado soldado se saca unas monedas. Pues bien, el aludido lunar vocal de la representación lo encarnó el Doctor de Franz Hawlata, cantante más que discutible desde siempre, pero que ahora acredita ya un claro declive total, que se traduce en un timbre gris, leñoso, pobretón, a años luz del bajo que pide la parte y con unos graves desguarnecidos y broncos, emitidos de forma extraña en la búsqueda de espúrias resonancias por parte del cantante alemán. La capacidad actoral de Hawlata no le compensa al que firma de tal penuria vocal, ni siquiera en este repertorio. Ajustados en lo vocal y dramático tanto Alexandra Ionis, como Patrick Guetti y Yuriy Hadzetskyy.
Hay que subrayar que la magnífica puesta en escena de Andreas Kriegenburg, originaria de la Opera estatal de Baviera, 2008, también comparte la teoría del arte total, pues todos sus elementos se combinan de manera óptima para crear un gran espectáculo teatral, impecablemente narrado, con un movimiento escénico y dirección de actores muy trabajado e inteligente, que potencia toda la carga dramática de la obra y logra alcanzar altas cotas de emoción. La escenografía de Harald B. Thor, resulta de gran efecto, basada en un enorme cubo colgante en el que se desarrollan las escenas en la casa de Wozzeck o las del protagonista con el capitán y el Doctor, es decir las más íntimas. Debajo de este cubo, una lámina de agua cubre todo el escenario y si bien molestaron puntualmente algunos chapoteos y ruidos del agua, permite que se desenvuelvan gran número de figurantes caracterizados como personajes de una película de terror, de honda raíz expresionista y que simbolizan crudamente un mundo de desheredados, de indigentes, que se pelean por recoger los desechos que arrojan al agua, además de portar carteles suplicando trabajo. Hay que destacar, asimismo, la inteligente y bien cuidada caracterización de los personajes, que ejemplifican magníficamente los dos protagonistas principales y ese Capitán obeso y repulsivo, así como el desagradable Doctor que porta una especie de piernas ortopédicas que le confieren un caminar ridículo. Fabulosa la iluminación de Stefan Bolliger y destacar la magnífica actuación del hijo de Wozzeck por parte de Adrián García, ya que el personaje del niño adquiere especial importancia en esta producción y llega a usu ápice con ese tremendo final en el que se sienta, despreocupado y ajeno a todo, sobre el cuerpo inerte de su padre, al que apenas veía por estar siempre ausente en la búsqueda del escaso sustento.
Si hay que felicitar a Jesús Iglesias Noriega por la programación de Wozzeck, una obra inédita en los teatros españoles más allá de Madrid y Barcelona, aún más por llevarlo a cabo con tal nivel musical, vocal y escénico.
Fotos: Miguel Lorenzo y Mikel Ponce / Palau de les Arts
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