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Crítica: Trío de ases en dos jornadas pianísticas en la Konzerthaus de Viena

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
11 de mayo de 2023

Con la llegada de mayo ha regresado el gran piano al Konzerthaus de la mano de dos treintañeros que llevan tiempo en el candelero, Daniil Trifonov y Lahav Shani, unidos a la figura del veterano pianista ruso Sergei Babayan

Piano con mayúsculas

Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena. Konzerthaus. 3-V-2023. Daniil Trifonov y Sergei Babayan. Suite para dos pianos n.º 1, op. 5; Suite para dos pianos n.º 2, op. 17 y Danzas sinfónicas para dos pianos, op. 45b de Sergei Rachmaninov.
Viena. Konzerthaus. 6-V-2023. Lahav Shani. Sonata n.º 4 en Do menor, op. 29; Sonata n.º 7 en si bemol mayor, op. 83; Sonata nº 3 en la menor, op. 28 y Sonata n.º 6 en La mayor, op. 82 de Sergei Prokofiev.

   Con la llegada de mayo ha regresado el gran piano al Konzerthaus de Viena de la mano de dos treintañeros que llevan tiempo en el candelero. Algo más el más joven, Daniil Trifonov, asentado entre los grandes desde hace cerca de 10 años, y algo menos el otro, el israelí Lahav Shani. En realidad, no es que éste último no lo haya estado. Simplemente que muchos desconocíamos su faceta pianística. Sirva como ejemplo citar que con solo 34 años, el Sr. Shani ha dirigido en más de 20 ocasiones a la Sinfónica de Viena en el Konzerthaus, pero la tarde del sábado fue su debut como pianista.

   Ambos programas, dedicados al piano ruso, tenían un gran interés con dos figuras señeras como las de los dos Serguéis: Rachmáninov y Prokófiev. Dieciocho años les separaron al nacer (1873 vs 1891), lo que, según se mire, puede ser mucho o muy poco. Según sus respectivas imágenes, todo un mundo. Rachmáninov, el taciturno y ascético compositor, uno de los mejores intérpretes que jamás se han sentado ante un piano, favorito del público casi desde sus inicios, que huyó de la Revolución rusa y se asentó en los EE. UU. pero nunca dejó de ser ruso hasta la médula, fue siempre visto como «el último romántico». Por el contrario, Prokófiev, el rompedor, el vanguardista, también gran intérprete pero varios escalones por debajo de su compatriota, el ciudadano del mundo que tras muchos años en Occidente volvió a la URSS de Stalin en busca de ese reconocimiento público que él nunca entendió que no fuera mayor, ha pasado a la historia como uno de los adalides de la modernidad.

   Los popes de la modernidad, esos que reparten carnés de quien es o no moderno, de a quién hay que seguir y a quién no, y de que es lo que se debe programar y no, siempre renegaron de Rachmáninov. Quizás porque éste consiguió lo que ellos jamás alcanzaron: el cariño y el entusiasmo de un público que le veneraba aquí y allá. Contaba el ruso cerca ya de su muerte que cuando él escribía su música, intentaba constantemente decir de la forma más sencilla y directa posible lo que estaba cerca de su corazón, ya fuera amargura, tristeza, amor e incluso religión. Todos esos sentimientos pasaban a formar parte de su música que se volvía así bella, amarga, triste o religiosa. Y esa expresión de sentimientos es por la que su música sigue vigente hoy en día, y sigue llenando las salas de conciertos de todo el mundo.

   El programa del miércoles, con las tres obras para dos pianos, era bastante especial. Tenía un cierto aroma a Martha Argerich. Son obras que abarcan prácticamente toda su vida. La Primera suite también conocida como Fantasía-tableaux, op. 5 es una obra de juventud compuesta en 1893. La Suite n.º 2, op. 17” compuesta en Italia entre diciembre de 1900 y abril de 1901, marca el comienzo, junto a su Segundo concierto para piano en do menor, de la salida del pozo en la que se sumergió tras el fracaso de su Primera sinfonía. Finalmente, las Danzas sinfónicas son su última obra, dedicada al legendario director húngaro Eugene Ormandy, y su no menos legendaria Orquesta de Filadelfia, y de la que hizo también la versión para dos pianos.

   Decía que el programa tenía un aroma a Martha Argerich porque a pesar de ser obras que llevan casi un siglo entre nosotros, ella ha sido la que las ha puesto en el candelero en estos últimos 20 años. Las hemos disfrutado en sus manos en varios recitales al formar parte inherente de su repertorio. Además, al ser obras de un enorme calado, difícilmente las interpreta con algunos de sus jóvenes protegidos. Siempre tiene -ha tenido- a su lado pianistas del calibre de, por poner un ejemplo, Nelson Freire, Nelson Goerne o Lilya Zilberstein.

   Daniil Trifonov junto a su maestro Sergei Babayan son también «palabras mayores» en este repertorio. Trifonov es uno de los grandes pianistas del momento, bien es verdad que recientemente ha tenido ciertos problemas que le han obligado a cancelar muchas actuaciones. Su historia es bien conocida. Su triunfo en 2011 en el Concurso Tchaikovsky le abrió las puertas de las mejores orquestas y de las salas de concierto de primer nivel del mundo entero. Pianista brillante, ahora poderoso, ahora sutil, con un control exquisito de la pulsación, siempre con un sonido bellísimo que te atrapa como pocos, técnicamente superlativo, con articulación casi prodigiosa, tiene a su vez una fácil clarividencia que le permite contarte el todo sin dejar de disfrutar de las partes. Tuve la suerte de verle en diversas ocasiones tanto en Bruselas como Nueva York en esos primeros años, pero por h o por b, llevaba sin hacerlo desde 2017.

   Junto a él venía su maestro, Sergei Babayan. El armenio, formado en el Conservatorio de Moscú y asentado desde hace años entre Cleveland y Nueva York, tiene una carrera internacional importante aunque no tan deslumbrante como la de su alumno. Viéndole en escena entiendes muchas de las virtudes del Sr. Trifonov. Elegante, sin aspavientos, de sonido redondo e intenso, con un control de la pulsación excelente, una gestión del pedal primorosa y una mano izquierda brillante.

   Nos sorprendieron con su puesta en escena. No colocaron un piano enfrente del otro como suele ser habitual, sino que ambos teclados estaban alineados. El Sr. Babayan situado en la parte delantera mirando hacia la derecha, mientras el Sr. Trifonov en la trasera mirando a la izquierda. También contrastó su imagen. Babayan abierto, sonriente, pleno de vitalidad, una especie de «Charles Aznavour» en grande. Trifonov serio, algo taciturno, rehuyendo la mirada del público, con barba y melena algo desaliñada, parecida a la imagen que tenemos de «Don Quijote». Estas diferencias desaparecieron en cuanto se sentaron al piano. Ahí, ambos hablaron el mismo lenguaje. La Fantasía-tableaux, op. 5 sonó fresca en sus manos. La facilidad y la naturalidad del armenio marcaron ese paseo precioso por los cuatro movimientos de la obra: la barcarola, la noche y el amor, las lágrimas, y finalmente la Pascua, esa Pascua rusa bella y colorista que antes que Rachmáninov ya nos sabía descrito magistralmente Rimsky-Korsakov.

   La Suite para dos pianos n.º 2 tiene para el que suscribe un significado especial. Fue la primera obra que vi en vivo a Martha Argerich junto al inigualable Nelson Freire en el Hall-aux-Grains de Toulouse. Inmediatamente se convirtió en uno de esos momentos musicales que no olvidas jamás. Se la he vuelto a ver un par de ocasiones más, pero nunca como aquella. Lo mejor que puedo decir de la interpretación de Trifonov y Babayan es que estuvo muy cerca de aquella cima –prácticamente– inalcanzable. Y es que con Babayan a su lado, Trifonov se centra en lo importante, en lo que es un portento. Dejarse llevar por la música y explotar al máximo sus maravillosos recursos técnicos. Nos maravilló el sonido cálido y natural, el poderío que desprendían ambos teclados, y la excelente conjunción que mostraron en la Introducción - Alla marcia. Deslumbrante, con excelente digitación y perfecto sentido del ritmo el Valse posterior con una excelente transición al Presto donde nos volvieron a asombrar por poderío, sonido y brillantez. Aún subieron un escalón con la musicalidad y la poesía que destilaron en el Romance ese precioso Andantino que cautiva por si solo, para a continuación llevarnos a un precioso viaje por la Italia donde se compuso la obra, con una Tarantella impresionante por poderío, colorido y luminosidad.

   Entiendo que muchos melómanos puedan no comulgar con la versión orquestal de las Danzas sinfónicas. Pero no lo podré entender jamás de la versión para dos pianos, obra de la que según nos cuentan varias biografías, tuvo su estreno no oficial en una fiesta privada en Beverly Hills, con el mítico Vladimir Horowitz y el propio Rachmáninov en los teclados. Aquí, Trifonov y Babayan exprimieron al máximo su excelente nivel de virtuosismo, una belleza de sonido apabullante, y un lirismo conmovedor, sobre todo en ese segundo movimiento que parece más Tchaikovsky que el propio Rachmáninov. En el tercero llevaron de manera magistral la fantasmagórica danza inicial de la que gradualmente surge el motivo del Dies irae, para a continuación llevarnos por los complejos vericuetos de la parte intermedia del movimiento y que desemboca en el precioso canto final.

   Con el público puesto en pie y tras cuatro salidas a saludar, se volvieron a sentar al piano para asombrarnos una vez más con una cautivadora y lírica versión del Adagio de la Segunda sinfonía, preparada para piano a cuatro manos por el propio Daniil Trifonov.

   Si este recital terminó en un estado de euforia colectiva, lo del sábado fue algo diferente. De entrada no estábamos en la Sala grande, sino en la coqueta Sala Mozart, con poco mas de media entrada. Además, ni Prokofiev tiene el tirón de Rachmáninov, por muy grandes que sean sus sonatas, ni Lahav Shani tiene el de Trifonov. De hecho confieso que cuando el pasado verano estudié el programa de la temporada, me olvidé de este recital. Principalmente porque desconocía que el Sr. Shani era pianista de conciertos. Éste, tras sus estudios en Tel Aviv y en la Escuela «Hanns Eisler» de Berlín, y trabajar con Daniel Barenboim y Zubin Mehta, ha dirigido muchas orquestas e incluso es titular de podios tan reputados como los de las Filarmónicas de Rotterdam –desde 2018– e Israel –desde 2020–. Sin embargo, hace unos meses le vi un concierto por televisión a cuatro manos con Argerich –sí, otra vez la argentina– y vi lo bien que tocaba el piano. Al buscar el programa vi el «Miura» con el que se iba a enfrentar. Todo un monográfico Prokófiev con cuatro de sus sonatas. Entre ellas, tres huesos como la tercera, la sexta y la séptima.

   Empezó el recital con la cuarta, en do menor, obra quizás con menos calado de que la tercera, pero donde su lenguaje ya es claro y preciso. Completada en 1917 y coetánea de la tercera y de su primer concierto para violín, en ella nos encontramos al Prokófiev irónico y expresivo que encontraremos con mas firmeza en el futuro. Lahav Shani demostró grandes cualidades ya en esta primera obra. Su sonido, siendo brillante, no lo es tanto como los de Trifonov o Babayan. Tampoco lo es el control de la pulsación, donde notamos ciertos roces no deseados. Sin embargo derrocha instinto natural, convicción e intensidad. Tiene una exquisita facilidad para conquistarte con lo que hace. Parece estar siempre centrado en resaltar lo importarte, acentuando aquí y allá con un gran sentido del todo, y si por el camino nos dejamos algo, que no sea importante. Tanto en el “Allegro molto sostenuto”, de carácter sombrío, como en el posterior “Andante assai”, más melancólico y conmovedor –marcado como dolce e tranquill– el Sr. Shani se mostró expresivo cargando las tintas en el tercio inferior del teclado sobre su poderosa mano izquierda. Su carácter mas expansivo y casi virtuoso surgió en el Allegro final, irónico y un tanto gamberro, donde solventó con soltura sus complejos acordes y arpegios. 

   Tras ella nos fuimos a la impresionante Sonata n.º 7 en si bemol mayor, la intermedia dentro de las «tres sonatas de guerra». Estrenada en 1943 por el gran Sviatoslav Richter, la obra está llena de sarcasmo, marchas imposibles, acordes y ritmos complejos. Juega con armonías, tonalidades y disonancias para concluir una obra colosal. Shani se manejó con soltura dándole el toque sarcástico al Allegro inquieto inicial, le dio hermosura y belleza al vals que evoca la visión de un mundo ideal aunque no exenta de resquemor y miedo –no olvidemos que la compone tras el arresto y ejecución de su íntimo amigo Vsevolod Meyerhold por la policía política stalinista– al Andante caluroso, para zambullirse a tumba abierta en el complejo y agitado Precipitato final, donde además de múltiples cambios de ritmo, de llevar al límite los acordes a 10 dedos y la impresionante sucesión de octavas final, pudo salir airoso poniendo a prueba sus grandes fundamentos técnicos.

   Tras el descanso, volvimos a su etapa de juventud con la Sonata n.º 3 en la menor, todo un prodigio de concreción, plena de energía y virtuosismo, y una de las piezas más exigentes a nivel técnico que Prokofiev haya escrito para piano solo. Por ello ha sido piedra de toque de grandísimos pianistas como Vladimir Horowitz -la tocó aquí en 1931-, Emil Gilels, Nikita Magaloff o Martha Argerich. Lahav Shani «navegó» por los tormentosos pasajes cromáticos, los acordes inconexos y los staccati bien marcados de la obra a la que también le dio un tono lírico en los breves momentos en que los diversos temas “se relajan”.

   Por último la colosal Sonata n.º 6, la primera de las de guerra, probablemente la cima de sus obras para piano solo. El Sr. Shani midió bien sus fuerzas en un Allegro moderato pleno de disonancias y muy contrastado en sus dos temas principales, sobre todo en el inicial, con sus terceras mayores y menores combinadas, que tras diversos vericuetos vuelve a fundirse en la parte final con el introvertido tema central. Precioso el Allegreto con esa marcha que tanto nos recuerda al Romeo y Julieta o a su Tercer concierto para piano. Shani se recreó en el Tempo di vals y guardó fuerzas para el Vivace final donde lo dio todo y se ganó definitivamente al público.

   Por cerrar el círculo de estos dos imponentes recitales, Daniil Trifonov estaba sentado en la butaca posterior a la mía, y a pesar de su timidez envió algún bravo a su colega, levantándose para aplaudirle con entusiasmo. A pesar de las cinco salidas a saludar, no hubo propinas. Poco se podía aportar ya a un recital como éste.

Fotografías: Dario acosta [Trifonov] y Marco Borggreve [Babayan y Shani].

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