«A sus 64 años, el estado actual de la voz de Simon Keenlyside acusa el paso del tiempo. Sin embargo el londinense siempre ha sido un 'animal de escena' y no pierde ocasión de dotar de componente teatral a cada una de sus interpretaciones
Con duende y sin él pero a alto nivel
Por Pedro J. Lapña Rey
Viena, 18-X-2023, Konzerthaus. Seis Canciones y Sinfonía n.° 7, de Gustav Mahler. Simon Keenlyside [barítono]. Cleveland Orchestra. Director musical: Franz Welser-Möst.
Cuando hace poco menos de seis meses se anunció este concierto pocos imaginábamos todo lo que iba a suceder. Enmarcado en la gira que la legendaria Orquesta de Cleveland, la de los Artur Rodziński, George Szell, Lorin Maazel o Christoph von Dohnányi, iba a realizar por Austria e Israel en la segunda quincena de octubre, los horrorosos acontecimientos que se han vivido días atrás en Oriente Medio la han reducido exclusivamente a los dos conciertos austriacos, este de Viena y otro el viernes 20 en Linz, la ciudad donde en 1960 nació su actual titular, Franz Welser-Möst. Éste, a su vez, nos sorprendió hace poco más de un mes con el anuncio de la cancelación de todos sus compromisos a partir de la última semana de octubre para tratarse de un cáncer, por lo que estos dos conciertos van a ser los últimos que va a dirigir en una temporada. Le deseamos desde aquí lo mejor tanto en el tratamiento como en la recuperación.
Franz Welser-Möst es uno de los maestros más controvertidos del panorama actual. Mejor dicho, no ahora sino prácticamente desde su despegue internacional con la Filarmónica de Londres en la última decena del siglo pasado. Capaz de lo mejor y de lo peor sin motivo aparente y en cuestión de horas, el que suscribe ha tenido la suerte, y la desgracia, de verle en demasiadas ocasiones, tanto en la sala de conciertos como en el foso. Un denominador común de sus mejores actuaciones es que, casi siempre, han sido con su orquesta americana, la Orquesta de Cleveland. ¿Qué decir de este conjunto? Poco mas se puede decir que no se haya dicho ya. Una auténtica maravilla tanto por conjunción, virtuosismo o sonoridad, ha sido conocida desde sus orígenes en 1918 como una de las «Big 5» americanas. Aunque da algo de vértigo el leer el nombre de Welser-Möst junto a los de Szell, Maazel o von Dohnányi, el hecho es que su titularidad ha superado ya los veinte años, la orquesta y él parece que viven un idilio constante, y tiene firmado al menos hasta 2027, cuando llevarán juntos 25 años.
Gustav Mahler y Richard Strauss son dos de sus compositores fetiche y recuerdo como si fuera ayer el primer concierto de los que le vi en el que realmente me sorprendió para bien. Fue en marzo de 2005, en el Auditorio Nacional de Madrid con la Joven orquesta Gustav Mahler. La segunda parte fue una gran versión de la Sinfonía alpina del bávaro, pero aún más interesante fue la primera parte en la que el barítono británico Simon Keenlyside cantó varios Lieder de Mahler pertenecientes a sus colecciones Des Knaben Wunderhorn y Rückert Lieder. Casi veinte años después, la historia se repite y Keenlyside y Welser-Möst se juntan de nuevo en un extenso programa «todo Mahler», con seis canciones en la primera parte y la Séptima sinfonía en la segunda.
De los seis «Lieder» elegidos por el barítono londinense para la ocasión, tres de ellos «Revelge», «Urlicht», y «Rheinlegendchen» pertenecen a Des Knaben Wunderhorn y fueron orquestados por el propio compositor, mientras que los otros tres –«Frühlingsmorgen», «Ablösung im Sommer» y «Hans und Grethe»– pertenecen a las colecciones de juventud que dejó en sus versiones originales para canto y piano. Que Mahler no los orquestara no quiere decir que no tuvieran enjundia suficiente ni carácter orquestal para ello, por lo que no es de extrañar que a lo largo de los años, otros compositores se sintieran inspirados a hacerlo. La más lograda es quizás la que a finales de los 80 realizó el compositor italiano Luciano Berio. Aunque había leído mucho sobre ellas y había oído la grabación que el propio compositor italiano hizo en su día con Thomas Hampson y la Philharmonia Orchestra, nunca las había podido ver en directo. Entrar al detalle de lo que Berio hace con la música de Mahler excedería con mucho el tamaño de esta crítica, pero por dar unos breves apuntes, el italiano no se limitó a «traducir» el lenguaje del piano a la orquesta, sino que «juega» con el original, lo analiza y le da estilo. Las canciones suenan «más modernas» si cabe que en el original, con una tímbrica aun más audaz.
A sus 64 años, el estado actual de la voz de Simon Keenlyside acusa el paso del tiempo. Sin embargo el londinense siempre ha sido un «animal de escena» y no pierde ocasión de dotar de componente teatral a cada una de sus interpretaciones. En los breves «Frühlingsmorgen», de carácter evocador y donde se canta al despertar de la naturaleza, y «Ablösung im Sommer» donde nos encontramos con cucos y pavos reales y que Mahler reutilizó años más tarde en el Scherzo de su Tercera sinfonía, la voz del británico sonó algo dura, sin liberar, con problemas de proyección en los «Steh’ auf!» del primero. Pero la intención y el cómo expresar ya estaban ahí, mientras Welser-Möst daba en el clavo cuidando la tímbrica al extremo y resaltando cada detalle. En «Revelge», una «canción de soldados», Mahler evoca su infancia y las trompetas que oía en el cuartel de «Iglau», donde vivió hasta los 15 años. El inquietante ritmo de la marcha militar, continuo durante toda la canción y donde Welser-Möst y la orquesta nos pusieron casi a desfilar, permitió por fin al Sr. Keenlyside liberar su voz que empezó a correr y sonar suficientemente redonda en los «Trallala» que se repiten sin cesar. El británico empezó a ganarnos con su carisma, con expresividad y con su manera de contarnos como la vida de los soldados de la guarnición debía ser bastante dura y opresiva. Con «Urlicht», la canción donde Mahler se pregunta por su alma y por su vida eterna, y que el compositor sacó del ciclo Wunderhorn para introducir en la Sinfonía Resurrección, el Sr. Keenlyside nos puso la piel de gallina en un lied que solemos escuchar en voces femeninas pero que él hizo suyo. Relajamos tensiones con «Rheinlegendchen» y su melodía popular, Es curioso comprobar una y otra vez que gracias a los giros armónicos que Mahler le dio suenan a todo salvo a canción popular. El Sr. Keenlyside, ya lanzado, «disfrutó» contándonos con una naturalidad y musicalidad aplastante las peripecias que pueden pasar cerca del Rin. Si hubiera que elegir una sola canción como ejemplo del trabajo de Luciano Berio bien podría ser «Hans und Grete», de tímbrica y rítmica espléndida, donde Berio «juega» de manera soberbia con maderas, metales –esas trompas «tirolesas»– y percusión –ese final descendente de la celesta–, y donde tanto Keenlyside con un canto cada vez más noble, sin perder el toque festivo de la pieza, como Welser-Möst, que exprimió hasta el último detalle tímbrico, rayaron a gran nivel.
Tras el descanso nos esperaba la Séptima sinfonía. No hace tanto tiempo era la menos popular y costaba verla en las programaciones. Sin embargo, en estos últimos tiempos está viviendo una necesaria “resurrección” y orquestas y directores vuelven a ella. Sin ir mar lejos, en lo que llevamos de año hemos podido verla entre Viena y Grafenegg en tres conciertos distintos, con tres orquestas de primerísimo nivel: la Filarmónica de Viena, la del Concertgebouw de Ámsterdam y ahora la de Cleveland. Palabras mayores en los tres casos.
Franz Welser-Möst nos dio una versión espectacular aunque un tanto irregular, con los dos movimientos extremos excepcionales de concepción, intensidad y ejecución, llevados a tiempos muy rápidos –la obra le duró poco más de una hora y once minutos–, quizás demasiado, pero en los que exprimió hasta la última gota de una orquesta magnífica que le siguió sin ningún problema, de sonido glorioso, capaz de los mayores desafíos técnicos individuales pero a su vez capaz de empastarse como pocas. Sin embargo, los tres movimientos centrales adolecieron de un discurso mas claro. Los tiempos fueron mas erráticos y en los dos «nocturnos» echamos en falta la naturalidad que ambos piden y que Welser-Möst no consiguió. Un Allegro moderato y un Andante amoroso no pueden sonar lánguidos salvo pena de que aquello se caiga, y si no lo hizo fue porque, a falta de otros alicientes, nos abandonamos al puro hedonismo orquestal que salía de los atriles de la orquesta. Al Scherzo, quizás el más impactante que compuso Mahler, descarnado, irónico, donde las ácidas disonancias le hacen preguntarte por lo divino y lo humano, le faltó eso: ironía, sarcasmo, tensión y rebeldía.
Sin embargo, una Séptima de Mahler tiene tantas aristas que admite múltiples visiones, y pese a lo comentado de los movimientos intermedios, lo que quedó fue una tarde gloriosa de una orquesta gloriosa, de tímbrica excepcional, de empaste sedoso y con solistas asombrosos –especialmente los metales– a la que desde ya. estamos esperando su regreso en próximas giras.
Fotografías: Lukas Beck/Wiener Konzerthaus.
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