Sonya Yoncheva protagoniza la ópera Siberia de Giordano en el Teatro Real de Madrid bajo la dirección de Domingo Hindoyan
Versión aproximativa de la Siberia de Umberto Giordano
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 6-V-2022, Teatro Real. Siberia (Umberto Giordano). Sonya Yoncheva (Stephana), Murat Karahan (Vassili). George Petean (Gleby), Elena Zilio (Nikona), Alejandro del Cerro (Príncipe Alexis), Mercedes Gancedo (chica), Albert Casals (Iván/el cosaco), Tomeu Babiloni (Banquero/el inválido), Fernando Radó (Walinoff/el capitán/el gobernador), Moisés Marín (el sargento), Claudio Malgesini (el inspector). Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Dirección musical: Domingo Hindoyan. Versión concierto.
Después de los éxitos de Andrea Chénier (1896) y Fedora (1898), Umberto Giordano presenta Siberia, que se convertirá en su ópera favorita, en el Teatro alla Scala de Milán el 19 de diciembre de 1903 con un reparto rutilante encabezado por Rosina Storchio, Giovanni Zenatello y Giuseppe de Luca. El mismo elenco que participará apenas dos meses después en el controvertido estreno Scaligero de Madama Butterfly de Puccini, que se saldó con un absoluto fracaso y supuso la retirada inmediata de la obra después de una única representación.
Giordano contó para la ocasión con el libretista fundamental de la Giovane Scuola o del también llamado movimiento verista-naturalista, Luigi Illica. Autor, entre otros, de los textos de Andrea Chénier, La Wally de Catalani, Iris de Mascagni y, en colaboración con Giuseppe Giacosa, de las puccinianas La bohéme, Tosca y Madama Butterfly. Tanto Andrea Chénier como Fedora son más bien melodramas postrománticos que comparten algunos elementos del llamado movimiento verista. Igualmente, Siberia, se encuadra, al igual que Chénier, en el drama histórico enmarcado, en este caso, en honda atmósfera rusa. Por ello, Luigi Illica se inspira en su libreto en la literatura de aquel país, especialmente en Dostoievsky y Tolstoi, fundamentalmente para la ambientación, con lo que parece descuidar el sustento dramático de la historia, que resulta débil y demasiado convencional. Un triángulo amoroso apasionado entre soprano, tenor, barítono, con el fondo de la redención por amor de la mujer «descarriada».
De todos modos, aunque Siberia no logre el remate músico-teatral de Chénier o Fedora, tuvo el privilegio de ser ofrecida en la Ópera de París con producción propia -lo que no ocurría con una ópera italiana desde el Otello Verdiano- y fue ensalzada en su momento por Gabriel Fauré.
Giordano demuestra sus buenas cualidades como orquestador, integrando una importante presencia del folklore ruso, que incluye la popular canción «Los bateleros del Volga», el himno «slava» y una danza con balalaikas, además de las genuinas melodías envolventes y apasionadas en una escritura para el canto intensa y vibrante.
Lo cierto es que Siberia cayó en el olvido y después de algunas reediciones puntuales, está disfrutando hoy día de cierto restablecimiento, de la mano de la soprano Sonya Yoncheva, una de las divas de la actualidad, que se ha enamorado de la partitura y comparte con el compositor el favoritismo hacia la misma, entre toda la producción de Umberto Giordano. Después de una producción escenificada en Florencia el pasado año, llega este estreno de la obra en el Teatro Real, eso sí, en versión de concierto.
En primer lugar, hay que subrayar, como el que suscribe ha realizado otras veces, que hay que desterrar de una vez las versiones en concierto basadas en todo el elenco tieso como una vela delante de la partitura. Por tanto, «leyendo la cartilla» como afirma un buen amigo mío, sin interacción alguna entre los artistas, lo cual es especialmente grave en títulos desconocidos para la mayor parte del público y que, además, se caracterizan por su flamígera intensidad y pasión desbordante. Los habituales del Teatro Real tenemos en el recuerdo el Macbeth en este mismo formato de concierto, que protagonizó hace unos años Plácido Domingo, en el que se colocó la orquesta en el foso y con unos mínimos elementos escénicos y de vestuario, así como la actuación del elenco con un somero movimiento teatral convirtió una fría y desangelada versión concierto en una, muy preferible, lógicamente, semiescenificada.
Esta versión concierto convencional de Siberia estuvo dominada, por supuesto, por la soprano búlgara Sonya Yoncheva, que lució, como corresponde a una estrella, dos vestidos distintos, uno en cada parte con todo su carisma y personalidad, así como la sensualidad fundamental en el papel de Stephana. En lo vocal, la búlgara fue de menos a más y es cierto, que en el primer acto su material privilegiado por anchura, volumen, belleza, redondez y riqueza tímbrica, sonó algo agrio en algunas notas altas un punto abiertas y con cierta oscilación, como pudo apreciarse en su aria del primer acto «No! Se un pensier torture». Se apreciaron, asimismo, notas graves un punto broncas, demasiado cargadas en el pecho, que pueden justificarse desde el punto de vista expresivo, particularmente en este repertorio. Cierto es que la Yoncheva se fue afianzando y completó un notable acto segundo en el que la parte central lo constituye ese pasional dúo con Vassili acompañado por el coro de fondo y un magnífico acto tercero, en el que esa voz singular de la Yoncheva lució esplendorosa, ya totalmente liberada y con ese esmalte fúlgido, escanciando sonidos impactantes por plenitud y anchura, así como comunicatividad y entrega en el trágico final. Cabe esperar, que los papeles de gran exigencia de todo tipo de repertorio que está abordando la Yoncheva - sin ir más lejos, le esperan, nada menos, Gioconda en Junio en La Scala y Norma en el Liceo en Julio-, no estén afectando a su excepcional material vocal.
La veteranísima mezzo Elena Zilio demostró tener la voz perfectamente colocada a sus 81 años de edad!!!. Una emisión franca, ortodoxa, en la que encauzó unos acentos intensos e intencionados que convirtieron en inolvidable su intervención como Nikona reducida al primer acto. Símbolo es todo ello de cómo ha llegado a perderse la técnica vocal, dado que un rudimento que debiera ser esencial, mínimo exigible, para subirse a un escenario como es la perfecta colocación, la apropiada impostación, ha desaparecido casi totalmente en la lírica actual. Buen ejemplo de ello fue el tenor protagonista del concierto que aquí se reseña, Murat Karahan, todo un paradigma de absoluta desimpostación, extraños susurros en lugar de notas y frases escamoteadas. Intentar comentar algo sobre un supuesto concepto de fraseo sería pura entelequia. Al rescate del tenor turco algunas notas agudas sonoras, pero emitidas por las bravas y cercanas al berrido. Un pérfido barítono, como en tantos melodramas italianos, mortifica a la pareja protagonista. En esta ocasión, el personaje de Gleby reúne especial vileza e iniquidad, pues es, además de amante, corruptor de Stephana desde su adolescencia y la ha vendido al Príncipe Alexis, además de perseguirla hasta la prisión siberiana donde ha venido a parar acompañando a su enamorado Vassili. El barítono rumano George Petean demostró que se desenvuelve adecuadamente en este repertorio, pues su timbre es sonoro, y la falta de nobleza del mismo y de sus modos canoros no importan tanto en estos pentagramas, pues acreditó acentos vibrantes, intensidad dramática. Buen ejemplo de ello fue su aria del tercer acto, muy bien interpretada.
Entre los secundarios aludir a la profesionalidad y vehemencia de Alejandro del Cerro, el bello timbre de Mercedes Gancedo, la monótona sonoridad del bajo Fernando Radó, la corrección no exenta de cierto envaramiento de Albert Casals, junto a unos cumplidores Moisés Marín, Tomeu Babiloni y Claudio Malgesini.
Magnífica dirección musical de Domingo Hindoyan, al que recuerdo una estupenda Luisa Miller en Barcelona en julio de 2019. La orquesta del Real sonó, bajo la batuta del venezolano, infinitamente mejor que en Las Bodas de Figaro y eso que ha contado con escasísimos ensayos. Ese sonido gris, opaco y borroso que se escuchó en la ópera de Mozart se tornó, teniendo en cuenta las limitaciones de la orquesta, en brillante, articulado, claro y con diferenciación de planos orquestales. No faltaron atención a los cantantes, sentido narrativo y tensión, si acaso un punto más de pathos, de emoción, lo que en cualquier caso no obsta para calificar de notable la labor de Hindoyan, La intervención del coro en el segundo acto es muy importante y fue solventada con nota por el coro del Teatro Real, bien es verdad que más sonoro y vigoroso que verdaderamente empastado.
Si por un lado, hay que agradecer al Teatro Real la programación de Siberia, aunque sea en versión concierto y con sólo dos fechas, resulta incomprensible que, tratándose de una obra tan poco conocida y representada, el coliseo de la Plaza de Oriente no sea capaz de editar un buen libreto-programa con interesantes artículos que ayuden a encuadrar la obra y explicar su gestación y recorrido. Pues no, sólo una hojucha con el elenco y una pequeña sinopsis.
Foto: Teatro Real / Javier del Real
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