Y así consiguió Rudolf Buchbinder tocar una y otra vez el mismo tema cincuenta y dos veces reteniendo constantemente el interés del público. Este aplaudió tanto que el pianista checo brindó una propina de primera categoría. La guinda del pastel, que se podría decir.
Tócala otra vez, Rudy
Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid, 26-X-2021, Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Liceo de Cámara XXI]. The Diabelli Project. Nuevas variaciones sobre el Vals en do mayor de A. Diabelli, selección de obras de varios autores del Vaterländischer Künstlerverein y Treinta y tres variaciones sobre un vals de A. Diabelli, op. 120, de Ludwig van Beethoven. Rudolf Buchbinder [piano].
Un minuto aproximadamente es lo que dura el Vals en do mayor compuesto por el editor de música austriaco Anton Diabelli y, por increíble que parezca, este minuto fue todo la materia prima para un concierto que duró casi dos horas. ¿Cómo puede ser esto posible sin matar al público de aburrimiento en el intento?
La responsabilidad hay que repartirla igual a los compositores –once contemporáneos y nueve románticos– y al pianista Rudolf Buchbinder, que supo adentrarse en cada una de las composiciones y sacarle el máximo partido, trasladándonos así por más de cincuenta universos sonoros con un único material de apenas un minuto de duración. Descubramos lo más destacable de este viaje:
La primera sección estuvo completamente integrada por obras compuestas durante el año 2020, encontramos una gran variedad: Lera Auerbach toma bastante material melódico y lo traslada a diferentes registros y texturas para crear distintas sensaciones. Christian Jost, por el contrario, recarga la conocida melodía hasta lograr una obra que nos recuerda a músicas más modernas en la que sobresale una melodía de tintes jazzísticos. El título, Rock it, Rudy!, ya nos daba algunas pistas. La propuesta de Toshio Hosokawa es muy diferente, usando un tiempo lento y dilatando los sonidos del vals de Diabelli. La obra de Max Richter, Diabelli, resulta sencillamente genial: con las primeras notas de la mano izquierda reconstruye una pieza completamente nueva desde el minimalismo. No es tan fácil encontrar la materia prima original en las obras de Maria Staud y Tan Dun y por eso precisamente contrastan con Diabelli-variation de Jörg Widmann que arranca con el tema casi completo, el cual, de repente, empieza a ser distorsionado. Su técnica compositiva es similar al efecto de un caleidoscopio: a medida que va girando, se van mezclando unos temas con otros como la Marcha Radetzky en una explosión de brillantez y positividad.
Resulta un excelente puente con las variaciones «viejas» recogidas en el Vaterländischer Künstlerverein. Aunque Buchbinder se tomó un pequeño descanso para ser aplaudido y para prepararse para otro tipo de virtuosismo: al que se llega por la acumulación de notas. Esto es lo que plantean básicamente Hummel y Kalkbrenner. Todo un reto para cualquier pianista, pero Buchbinder supo interpretarlas con una naturalidad pasmosa, algo que se notó especialmente en la variación creada por Liszt, pues por ser esta más clara, expone más al pianista ante un reto que el autríaco-checo superó con creces.
Habíamos escuchado ya una música increíble tocada de forma impecable, y sin embargo, lo mejor aguardaba a la segunda parte. Buchbinder se volvió a sentar en el piano e interpretó de carrerilla las treinta y tres variaciones de Beethoven sin descanso, algo ya de por sí loable y, sin embargo, no fue por lo que más destacó nuestro intérprete. Comenzó brillante con el tema, a continuación, atacó con gran solemnidad la primera variación, de ahí supo crear una atmósfera introspectiva para la segunda y volver a la brillantez pero algo melancólica de la tercera variación. De este modo nos llevó desde lo solemne a lo irreverente, de lo amoroso a lo violento, sabiendo dar a cada una de las variaciones su propia emoción, un significado único.
Y así consiguió Rudolf Buchbinder tocar una y otra vez el mismo tema cincuenta y dos veces reteniendo constantemente el interés del público. Este aplaudió tanto que el pianista checo brindó una propina de primera categoría: el cuarto impromptu del opus 90 de Schubert. La guinda del pastel, que se podría decir.
Fotografías: Elvira Megías/CNDM.
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