Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 14-I-2021. Teatro Real. Festival Estrellas de la Ópera. Obras de F. Schubert (1797-1828), L. van Beethoven (1770-1827), W. A. Mozart (1756-1791), F. Silcher (1789-1860), F. Mendelssohn (1809-1847), R. Schumann (1810-1856), F. Liszt (1811-1886), K. Böhm (1894-1981), A. Zemlinsky (1872-1942), R. Strauss (1864-1949), J. Brahms (1833-1897), A. Dvořák (1841-1904), F. Chopin (1810-1849), P. I. Tchaikovsky (1840-1893), H. Wolf (1860-1903), G. Mahler (1860-1911). Jonas Kaufmann (tenor), Helmut Deutsch (piano).
El mismo día del recital que nos ocupa, el Teatro Real se apuntaba el tanto de transmitir en directo por las redes, en torno a 30 minutos, el encuentro presencial informal, distendido y bromista entre Joyce DiDonato, Jonas Kaufmann y Javier Camarena: los tres, protagonistas de su Festival Estrellas de la Ópera (cuyos recitales se programaron los días 13, 14 y 15 de enero, respectivamente), y que se encargaron de comentar y agradecer al Teatro la valentía de seguir apostando por la cultura -con seguridad- en esta época de pandemia.
En el turno de intervención de Jonas Kaufmann (1969), éste aludió a que su recital sería un ‘mix’ de distintas obras: un buen recorrido de estilos y compositores muy variados -26 canciones en total, sin las propinas-, en palabras del tenor, «un programa sofisticado y bien pensado junto con mi amigo y colega Helmut Deutsch, en el cuál el fin último es la búsqueda de la emoción, porque creo que es lo que necesitamos en este momento como espejo de nuestro estado emocional».
Recordemos que fue en julio de 2018, tras varios intentos fallidos, cuando Jonas Kaufmann subió por fin a las tablas del Teatro Real de Madrid como el «tenor más deseado» del momento, con el teatro a rebosar, -a pesar de tener los precios más altos de su historia-, como comentaba en su magnífica crítica nuestro compañero Pedro J. Lapeña Rey: «Políticos, actores, periodistas y empresarios a los que rara vez se ve por aquí, se juntaron a la afición madrileña y acudieron raudos a “su” llamada”».
En esta ocasión, nada que ver, no sabemos si por la nieve, el repertorio o porque no había orquesta… Sólo la televisiva Carmen Lomana -que se dice pronto- «reinaba» en el hall del Teatro siendo entrevistada por los medios audiovisuales del coliseo (nos preguntamos con qué fin), y además observamos muchas butacas vacías en las dos primeras filas donde -habitualmente- se coloca a los medios especializados. El resto del aforo, parecía completo.
El recital al que asistimos albergó -casualmente- la misma temática -y las mismas obras- que uno de los últimos discos del cantante (acompañado también por el especialista Helmut Deutsch al piano), titulado como Selige Stunde, que se podría traducir como Jubilosa velada, con «canciones románticas -según reza la carátula-, particularmente cercanas al corazón de los artistas, que tratan sobre el amor, el anhelo, el silencio y la despedida, con el plus de haber sido grabado en un ambiente íntimo».
Como regla general, ya hemos comentado alguna vez que nos gustan poco los «recitales discográficos», es decir, traer a un recital en vivo y en directo lo mismo que has grabado en disco, pues consideramos que entran en juego códigos distintos, dos formas de interactuar con el público no equiparables, y que puede estar muy justificado grabar o escuchar del disco «Die Forelle», de Schubert, o la nana de Brahms (Wiegenlied), pero bastante menos acertado programarlas en un teatro de primera fila como es el Teatro Real. Además de esto, opinamos que el «mix de obras» o «menú de degustación» del que hablaba Kaufmann en la rueda de prensa se le fue un poco de las manos al calificarlo como ‘sofisticado’, pareciéndonos, en realidad, más ‘errático’ que otra cosa.
A nuestro entender, hubo demasiada dispersión de autores y estilos, sin un hilo conductor claro, cosa que normalmente no ocurre en los recitales de Lied -que en realidad fue a lo que asistimos-, y basta con que nuestro tenor hubiera echado un vistazo a lo que se canta en el ciclo de Lied del CNDM (también vimos a su director, Francisco Lorenzo, entre el público… ¿Querrá esto decir algo?) para darse cuenta de que hubiera sido más atractivo y conceptualmente más valorable programar alguna sección más autocontenida y homogénea de canciones, como pueda ser cualquier ciclo corto -o medio ciclo de los largos- de los muchos que existen en el repertorio.
El recital también adoleció de cierta falta de contemporización, porque además notamos que el tenor puso el «piloto automático», sobre todo cuando a partir de la quinta de las canciones, advirtió que el público -posiblemente no experto en los códigos de este tipo de recitales- aplaudía en cada una de ellas, y solicitó que en adelante el público no lo hiciera. No es que esto último no nos parezca adecuado, pero sí que coincidió con el preámbulo de una cierta «carrera» por acabar el recital guiado por un «maravilloso» atril electrónico que utilizó durante todo el recital y del que resultó ciertamente dependiente.
En cuanto al canto de Kaufmann, si bien su musicalidad y belleza/frescura vocal, línea de canto, etc., son dignas de elogio e incontestables, adoleció de ciertos problemas en la emisión que afearon sus sonidos sobre todo en la zona aguda, cuando el cantante quiso aplicar el recurso expresivo del recogimiento de la voz en dinámicas piano o pianísimo. No queremos dejar de comentar aquí que en el repertorio operístico, Kaufmann nos gusta bastante menos en el repertorio francés que en el alemán (donde es un auténtico intérprete de postín), exceptuándose quizá su Carmen o su Werther. Y nos gusta menos aún en el repertorio italiano, donde no sabemos qué título salvar de los que ha cantado (quizá su Aida…, pero en modo alguno su Otello y, a medias, su Don Carlo).
Y es que, insistimos, los mencionados sonidos estuvieron colocados excesivamente atrás -no se liberan-, estrangulados, y sonaron muy guturales, con falsetes muchas veces ausentes del requerido timbre y esmalte. Ello ocurrió en varias de las canciones, como en Sehnsucht nach dem Frühling [Anhelo de Primavera], de Mozart; lo mismo en Als die alte Mutter [Cuando la vieja madre], de las Canciones gitanas de Dvorak, con textos de Adolf Heyduk: una versión muy desdibujada, a nuestro entender; igual sucedió en Mondnacht [Noche lunar], de Robert Schumann, donde no supo ambientar la magia nocturna del Lied por mor del uso de estas poco canónicas emisiones.
Como es lógico, y para no extendernos demasiado, estamos destacando parte de lo que nos gustó menos, y haremos lo mismo con lo que sí nos gustó del recital, que tuvo momentos también brillantes en repertorios de más enjundia y/o menos conocidos como las dos canciones de Beethoven del principio del recital: la muy expresivamente ejecutada Zärtliche Liebe [Amor tierno] y la archifamosa Adelaide, desgranada con superlativa elegancia. Nos gustó también mucho cómo hizo la segunda de Mozart, Das Veilchen [La violeta], con textos nada menos que de Goethe.
En el ramillete de canciones sucesivas, compuesto por las dos de Mendelssohn -Gruß [Saludos] y Auf Flügeln des Gesanges [En las alas del canto], con versos de Heine-, la de Liszt (Es muss ein Wunderbares sein [Tiene que ser maravilloso]), la de Grieg (Ich liebe dich [Te amo], la de Karl Böhn (la raramente interpretada Still wie die Nacht [Tan silencioso como la noche]) y la de Strauss (Zueignung [Cesión]), encontramos a los mejores Kaufmann-Deutsch de la primera parte, porque supieron dotar de belleza vocal y pianística, y de puro criterio estilístico -con los adecuados cambios de estilo interpretativo-, al conjunto de piezas.
Ya en la segunda parte, tras un receso de 15 minutos, se recomenzó con dos joyas de Schubert: Der Jüngling an der Quelle [La juventud de la Primavera], muy justamente ambientada, y la susurrada Wanderers Nachtlied [Canto nocturno del caminante]. En el tramo final del recital resaltamos la feliz visita de Kaufmann a los universos de Chopin (In mir klingt ein Lied [Una canción suena dentro de mí]) y Tchaikovski (Nur wer die Sehnsucht kennt [Sólo aquellos que conocen el anhelo]), que fueron interpretadas de forma emocional y comunicativa, con recreación en las dinámicas. En la meta del recital, nos aguardaron Strauss, Wolf y Mahler, destacando a nuestro mejor parecer la primera de Wolf, la parsimoniosa Verborgenheit [Ocultación] y la de Mahler, la compleja Ich bin der Welt abhanden gekommen [Me he perdido para el mundo], que el binomio Kaufmann-Deutsch supo quintaesenciar adecuadamente.
A instancias del público, con aplausos que fueron creciendo en intensidad, se ofrecieron cuatro propinas en la misma línea de variados estilos reinante durante todo el recital, culminando en el archiconocido Morgen de Strauss, interpretada en pianísimo y lentísima, como es de nuestro gusto. En verdad esperábamos que -al tratarse de un teatro de ópera-, Jonas Kaufmann se decantara por ofrecernos como propina también alguna pieza operística -lo cuál no hubiera sido un sacrilegio si lo circunscribimos a lo multiforme de su recital-, dado que encontramos a uno de los tenores «más deseados» del momento, pletórico de voz. Desafortunadamente, ello no ocurrió hasta que llegamos a casa y nos pusimos un disco suyo…
Fotos: Javier del Real / Teatro Real
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