El clavecinista francés firma un magnífico recital a solo, centrado en algunas de las suites que para el instrumento dedicó el compositor germano-británico y que suponen una de las cimas del Barroco tardío en este repertorio.
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 13-III-2021. Fundación Juan March [De Purcell a Händel: un siglo en la cámara inglesa]. Las suites de Händel. Pierre Hantaï [clave].
Me he visto obligado a publicar algunas de estas lecciones, pues subrepticias e incorrectas copias de las mismas han llegado al extranjero. He añadido varias nuevas para hacer la obra más útil, las cuales, si tienen una buena acogida, servirán para que publique otras más adelante. Considerando que es mi deber, con mi pequeño talento, servir a una Nación de la cual he recibido tan generosa protección.
George Frideric Handel [1720].
A inicios de la década de 1720, el todavía alemán –no fue hasta 1727 que su acta de naturalización como ciudadano británico fue firmada–, aunque inglés de espíritu, George Frideric Handel (1685-1759) publicó una serie de suites para clave, en cuya primera edición, publicada por John Cluer en la capital londinense, recoge un total de ocho suites [HWV 426-433], que han pasado a la posteridad con el sobrenombre de The Great Eight. Algunos años después, John Walsh publicó, también en London [c. 1732], un segundo volumen de estas Suites de Pièces pour le Clavecin [HWV 434-442], añadiendo otras siete suites a las anteriores y dos maravillosas Chaconnes, que se encuentran entre lo más exquisito de la creación para clave solo de la primera mitad del XVIII. Sobre estas dos colecciones –especialmente sobre la primera de ella– pivotó como eje central el concierto protagonizado por el clavecinista francés Pierre Hantaï en la Fundación Juan March, dentro de su nuevo ciclo de cuatro conciertos De Purcell a Händel: un siglo en la cámara inglesa, cuyo contenido queda tan meridianamente explicitado en el propio título de este ciclo de conciertos de los sábados. Este programa sustituye, en realidad, a uno anteriormente programa a cargo del consort de violas británico Fretwork, que por cuestiones de las fuertes restricciones de movilidad impuesta en Gran Bretaña han tenido imposible viajar a nuestro país. Sin embargo, y aunque el consort of viols es, sin ninguna duda, una formación absolutamente definitoria de la música de cámara en la Inglaterra del Renacimiento y el Barroco –quizá para el ciclo y a nivel conceptual le hubiera venido mejor aquel concierto–, lo cierto es que no hay mal que por bien no venga, como suele decirse, pues tener la oportunidad de escuchar a Hantaï en directo siempre supone una experiencia impactante.
El francés es el tipo de intérprete cuyo semblante le aporta poca, o prácticamente ninguna, información al espectador acerca de su personalidad y de su manera de concebir la música. Siempre se muestra impertérrito y apenas hay nada que logre cambiar su faz, salvo un público ruidoso –no fue el caso, en un concierto todavía cerrado al público, salvo unos pocos invitados–. No hay pasajes lo suficientemente complejos, ni momentos excepcionalmente dramáticos que logren que en su expresión facial puedan notarse distintas sensibilidades. Ni falta que hace, también se lo digo. Hantaï está por encima de todo eso, pues no requiere de nada más que de sus dos manos y de una concepción tan interiorizada y fluida de la música para epatar como pocos clavecinistas logran en directo en la actualidad. En este recital pudimos observar varias de esas virtudes, como se comentará un poco más adelante.
Dice Gaëtan Naulleau, en las notas al programa de la reciente grabación de Hantaï en el sello Mirare –protagonizada por las cuatro primeras suites HWV 426-429–, que el éxito de la publicación de esas ocho suites se demuestra por el enorme un éxito de ventas, «obligando» a reimprimirse dos veces en London [1722 y 1725], y editadas años después en Paris [1735] y Amsterdam [1730]. Y apunta una sentencia realmente interesante al respecto de la atención que a la música para clave de Handel se le ha dado en las últimas décadas: «La presencia más bien modesta de su música para clave de en la discografía actual apenas refleja esta influencia excepcional en la Europa del Barroco. Decir que las grabaciones son escasas sería una exageración. Pero, ¿cuántas, desde la pionera Wanda Landowska en 1935, han dejado realmente su huella y han disipado nuestras ideas preconcebidas? […]», añadiendo: «[…] Y es una discografía curiosa. No hay escasez de grabaciones: cada década nos trae unas cuantas, pero rara vez a cargo de los clavecinistas más destacados de su generación. […] Dondequiera que fuera, nuestro gran viajero [Handel] inspiraba respeto como solista, ya fuera en el clave o en el órgano. En todas partes se hizo un nombre como teclista antes de hacerse un hueco como compositor. Domenico Scarlatti, que no se quedaba atrás con los dedos, le oyó tocar poco después de su llegada a Venecia, en una mascarada: ‘no podía ser otro que el famoso sajón, o el diablo’, comentó. Al teclado, Händel no disfrutaba más que improvisando. Nunca se molestó en publicar sus obras para clave. Nunca antes de la ambiciosa colección de 1720 y nunca después –se ha establecido que el ‘segundo libro’, en 1733, era una recopilación de obras ya antiguas elegidas por el editor John Walsh–. Y 1720, un año crucial en una trayectoria obstinada hacia la ópera, no era realmente el mejor momento para hacerlo».
Sobre el asunto de la necesidad por parte de Handel de anotar en la edición de las suites que se había visto obligado a tener que hacerlo –véase la cita que encabeza esta crítica–, hay que tener en cuenta que el propio autor supo que se estaba fraguando una publicación en los Países Bajos de las obras que hasta entonces circulaban tan solo en los manuscritos copiados por alumnos, de ahí que decidiera publicarlas con su supervisión. Dice Ellen T. Harris en su monografía George Frideric Handel: A Life with Friends, que «la reacción de Handel a esta edición pirata tipifica el vigor con el que respondió al uso no autorizado de su música a lo largo de su vida. No solo hizo publicar inmediatamente las suites con su supervisión directa, sino que solicitó y recibió un privilegio real que le concedía el monopolio para publicar su propia obra durante catorce años». Para junio ya tenía el privilegio concedido, estando lista la publicación pocos meses después, en noviembre, como así se anunció en el periódico The Daily Courant, del 9 de noviembre. Pero tiene razón Naulleau cuando dice que guardar rencor a los encargados de proyectar en Amsterdam esa publicación pirata resulta poco menos que ridículo, pues sin ese empujón Handel nunca se hubiera planteado editar estas obras. Estas obras, que probablemente proceden de período de juventud entre Halle y Hamburg [antes de su viaje a Italia en 1706], aparecen en su edición bajo indicaciones de las danzas en francés, sobre lo que añade Naulleau: «Aunque en la edición de Walsh/Roger están marcados en inglés, los títulos de las danzas cambiaron de idioma bajo la supervisión de Haendel: de corrent, saraband y jigg a courante, sarabande, gigue… ¿Este alemán, que se había empapado del estilo italiano para conquistar Inglaterra, podía ahora enarbolar los colores de la francofonía? Así se ha dicho a menudo, con demasiada precipitación. Tanto en Londres como en Leipzig, era simple costumbre indicar el país de origen de la sucesión de danzas mediante la ortografía. Hacia 1700, el joven sajón recibió de sus maestros los códigos ya consagrados de un tipo de suite ‘franco-alemana’ impermeable a los nuevos refinamientos de gente como Marchand, Leroux, Clérambault y, sobre todo, Couperin. Y no es casualidad que las ocho suites que seleccionó para su publicación se desvíen notablemente del desarrollo tradicional de la suite francesa. En esta época, ningún otro libro de piezas para teclado se tomaba tantas libertades con el antiguo modelo de la suite francesa, y ninguno yuxtaponía ocho ‘hojas de ruta’ tan diferentes entre sí».
Hantaï presentó aquí su visión de alguna de las suites que recientemente ha grabado [HWV 426, 428 y una selección de 429], así como una curiosa construcción de suites personales conformadas con fragmentos extraídos personalmente de las suites del segundo volumen, que por otro lado en aquella publicación ya habían sido agrupadas de forma arbitraria por el impresor, tomando danzas y suites que habían sido descartadas por Handel. Las únicas dos premisas que parece seguir Hantaï son las que justamente las que tomaría como norma un compositor de aquel entonces: mantener un cierto orden correlativo de las danzas según el habitual modelo de las suites y mantener una tonalidad general en todas ellas. Inició el concierto con la Allemand de la Suite en mi menor, HWV 438, demostrando una vehemente firmeza en la escritura rítmica, fraseando con sutileza y deteniéndose con la calma suficiente en las cadencias para dejar respirar a la música. Una lectura tremendamente expresiva y solvente, que marcaría el devenir de esta velada matinal. De la Suite en mi menor, HWV 429 acometió una selección, interpretando sus tres últimos movimientos: una Courante cuya escritura de corcheas que ascienden y descienden entre ambas manos fue definida con exquisitez; la Sarabande, de enorme lirismo, llegó plagada de sutileza y refinamiento, jugando sobre los dos teclados y variando el color en la repetición de la sección principal; como a lo largo de la velada, impacto la fluidez y elegancia en el manejo del trino, especialmente en la mano derecha. Supo mantener un tempo ajustado, lo suficiente para mantener la esencia de esta danza, pero cediendo espacio para una escritura notablemente ornamentada, que articuló dentro del discurso con una naturalidad magnífica. Gran firmeza discursiva en la línea del bajo en la Gigue conclusiva, solventando en la mano derecha la escritura exigente en este compás de 12/8.
Antes de interpreta otras dos de las suites de la primera edición, Hantaï presentó su particular suite, tomando extractos de las suites HWV 436, 437 y 438, abriéndola con un arreglo de la obertura de su ópera Il pastor fido, HWV 8, estrenada en el Queen’s Theater londinense en 1712. Allemande, Corrant, Saraband, Menuetto y Jigg llegaron plasmadas exquisitamente, destacando –al igual que a lo largo de la velada– la inmensa capacidad para ornamentar con profusión la escritura original, pero sin entorpecer el discurso ni difuminar las líneas. Pocas veces se observa una clarividencia imbricada de forma tan apabullante dentro del carácter general, todo ello sin darse la más mínima importancia ni cambiar el semblante. Un ejercicio asombroso al que no todos tienen la oportunidad de acceder, ni por talento ni por capacidad de interiorizar de forma tan profunda la música que se tiene delante. Destacó el carácter tan orquestal bien plasmado en una obertura que funcionó muy bien en este arreglo, remarcando la línea del bajo en la mano izquierda con brillantez; la Allemande y la Saraband resultaron, como en el resto de la velada, de una expresividad y hondura magníficas, llevando el rubato al extremo en ciertos momentos, pero sin afectar al discurso; especialmente interesante resultó la solvencia con la que despejó el contrapunto en un registro bastante intermedio en la Saraband, con ambas muy juntas en el centro del teclado, haciendo además un uso muy elegante del teclado superior, en una línea repleta de sutil fluidez y un sonido que impacta por su contención. Brillantemente contrastado el inicio entre la visión horizontal y vertical de la música en el Menuetto, estrechando lazos entre la escritura acórdica inicial y el posterior desarrollo contrapuntístico, que elaboró con insultante destreza en ambos teclados, logrando una sonoridad hermosa. Impresionante la fluidez de la ornamentación en la Jigg final, así como la coherente comprensión del virtuosismo y el carácter brillante de la pieza, nunca poniéndose por delante de la música, sino al servicio de esta, pero con la máxima excelencia.
Se cerró el programa con dos suites completas del primer volumen: Suite en la mayor, HWV 426 y Suite en re menor, HWV 428, que continuaron por la senda de esa excelencia tan impactante en las manos de Hantaï, quien siendo uno de los alumnos más aventajados del genial y legendario Gustav Leonhardt –con quien se acercó al clave en su tierna infancia, por medio de sus grabaciones, y de quien tomó clases durante dos años en Amsterdam– tiene una curiosa anécdota al respecto de su querencia hacia Handel. Leonhardt no apreciaba especialmente su música, la cual prácticamente nunca interpretó, un bando en el que Hantaï se encontró durante varios de su vida. Lo narra así: «Yo estaba estúpidamente en el bando de los que se oponían a Handel. Lo que demuestra que uno siempre puede cambiar... Un estímulo para este cambio de actitud fue una pregunta entusiasta de Sviatoslav Richter, a quien había ido a presentar mis respetos al final de un concierto, presentándome como clavecinista: ‘¿Toca usted a Händel?’ Hasta entonces me había parecido que Handel era uno de esos compositores que se podían tocar sin amor porque su música carecía de profundidad. Pero si Richter estaba interesado en él, quizás tenía que revisar mi juicio y mirar las cosas desde otro ángulo». A buena fe que así lo ha hecho, como demuestra este concierto y su última grabación discográfica. La suite HWV 426 se abrió con un Prélude de bellísima factura, en el que la severidad y el carácter francés se dejan notar, planteados con exauisitez en sus manos, mostrando inmensa fluidez en las escalas y arpegios, además de una sobriedad melódica muy inteligentemente remarcada. Cambio de carácter en la Allemande, de nuevo ornamentando con tanta profusión como diafanidad, sin detener mínimamente el mandato de un 4/4 a un tempo muy ajustado; la Courante sirvió para volver el nivel de la pulsación de Hantaï, liviano en el trino y potente en la ejecución de los pasajes acórdicos propuestos aquí por el compositor inglés; la Gigue final fue uno de los pocos momentos en los se evidenciaron leves desajustes entre ambas manos a la hora de plasmar la escritura rítmica. El Präludium de la suite HWV 428 abrió una suite final de impresionante complejidad, comenzando por las interminables escalas en semicorcheas del inicio, de carácter más solemne –con un tinte casi germánico–, al que siguió un Allegro fugado, cuyo sujeto fue delineado con exquisito fraseo y articulación –en una sala que ahora presenta con justicia acústica este tipo de recitales–, elaborando además el contrapunto con mucha solvencia. De entre los movimientos de esta suite destacó sobremanera el Air & 5 variations [doubles], elaboradas con un vibrante manejo del color, un apabullante sentido de la ornamentación y un refinado manejo de la variación tímbrica, logrando aligerar y expandir la textura sonora con impecable sentido estructural. Aunque hubo que lamentar cierta falta de limpieza sonora en los pasajes más virtuosísticos, la concepción y el sonido globales hicieron pasar por alto esos detalles, que en otros casos se vuelven en contra del intérprete, pero que en este caso resultaron menores. Un espectáculo al que sumar el Presto final, en el que el inteligente juego de colores en ambos teclados y el contraste sonoro generado por el mismo, además de un uso muy expresivo de los silencios, rubricaron una velada al alcance de pocos solistas.
Cabía esperar mucho de Hantaï, y sin duda las expectativas no se volvieron contra él, porque cuando el hombre tranquilo se sienta ante el clave pueden seceder cosas extraordinarias. Pocas veces se ha podido escuchar sobre un escenario de nuestro país un Handel al clave tan exquisito, interiorizado, brillante, extraordinariamente ornamentado y estructuralmente tan bien conseguido. Hantaï no es, ni mucho menos, el clavecinista de sonido y limpieza más apabullantes, pero en pocos como en él se conjugan las capacidades para comprender la música de una manera tan inteligente, expresiva y colorista. A pesar del poco público que pudo asistir, y aun contando con los problemas de afinación de alguna cuerda en la copia de Keith Hill [2001] de un clave Taskin [1769], instrumento habitual de la Fundación, Hantaï tuvo a bien ofrecer una propina, refinadísima visión de La Flore, extraída de las Pieces de clavecin… premier livre [Paris, 1713], de François Couperin (1668-1733).
Fotografias: Dolores Iglesias/Fundación Juan March.
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