El Paolo Fresu Trío, comandado por quien le da nombre a la trompeta y el fiscorno, junto a Dino Rubino al piano y Marco Bardoscia en el contrabajo, ofreció un concierto altamente disfrutable en el ciclo de jazz que programa el Centro Nacional de Difusión Musical
Tempo di Chet, tempo di magia
Por Juan Carlos Justiniano
Madrid. 5-IV-24. Auditorio Nacional de Música. Jazz en el Auditorio. Centro Nacional de Difusión Musical. Sala de Cámara. Paolo Fresu Trío. Tempo di Chet. Paolo Fresu [trompeta y fliscorno], Dino Rubino [piano] y Marco Bardoscia [contrabajo].
La de Chet era una excusa como cualquier otra. Excelente, eso sí. Y por supuesto que bien justificada. Pero el del viernes fue un concierto que realmente trascendió cualquier referencia concreta o individual y exploró la más profunda universalidad de la música. Fue también una demostración de cómo la especie humana tiene la capacidad de conectar espiritual y poéticamente a un nivel tan íntimo y óptimo con sus congéneres. Este tipo de simbiosis inefable que ocurre con especial intensidad en la música se manifestó entre tres instrumentistas portentosos. Pero también entre estos y el público.
Paolo Fresu visitó el pasado viernes el ciclo Jazz en el Auditorio del CNDM (Centro Nacional de Difusión Musical) en formación a trío junto a Dino Rubino al piano y Marco Bardoscia al contrabajo. Y hacía tiempo que no disfrutábamos tanto en un concierto. Tempo di Chet (Tuk, 2018), la propuesta con la que el trío visitó la capital, nació hace seis años para dar forma a una idea bien ambiciosa: la de hacer un retrato de la personalidad artística e íntima –tan compleja la última– de Chet Baker. Originalmente Tempo di Chet consistió en un espectáculo escénico que recorrió Italia en una intensa gira por 130 teatros de todo el país. Pero ahora, en una segunda vida, Tempo di Chet llegó el viernes a Madrid en su versión exclusivamente musical (aunque manteniendo algunos detalles de la puesta en escena que dieron un toque íntimo y cercano al espectáculo).
Decíamos que la elección de articular la visita del trío de Paolo Fresu en torno a la individualidad de Chet Baker era más que justificada. Una de las razones más a mano es que la figura del trompetista estadounidense estuvo conectada muy estrechamente con la Italia de principios de los años 60. También con sus cárceles. Concretamente con la de Lucca (tierra de Puccini y Boccherini), en cuya prisión estuvo cumpliendo pena por consumo de heroína durante 16 meses; un episodio que provocó un enorme revuelo nacional pero que también le sirvió al músico para aprender italiano y sentarse a componer una buena colección de temas. No obstante, más allá de la vida y milagros de Baker en la Italia de los años de la dolce vita, es obvio que son muchos los puntos de unión entre Fresu y Chet. No caben comparativas (sabemos que son odiosas) ni hablar de genealogías, pero a nadie se le escapa que la sintonía y afinidad estética entre ambos músicos es extraordinariamente estrecha. Fresu explicó en un español perfecto que Chet Baker representaba la perfección, el clasicismo, la concisión, la nota perfecta en el lugar adecuado. En Chet nada sobraba y menos era más. Como en Fresu. Y en Chet todo era melodía. Como en Fresu.
Pero realmente la magia del concierto del viernes no se explica por el leitmotiv del mismo. El anfitrión Paolo Fresu es una leyenda viva del jazz y un veterano que destaca en todo lo que hace (no importó que la pedalera que suele emplear estuviera en paradero desconocido por ironías del tránsito aéreo). La sorpresa vino de la mano de Dino Rubino (al piano volaba, concentrando la atención y el aliento de todos en la sala) y de Marco Bardoscia, un carismático contrabajista que conjuga un groove pegadizo con una impoluta técnica clásica. Se nota que Tempo di Chet ha rodado. Pero lo grande de la música no escrita es que el resultado no se mide, ni mucho menos, a partir del mayor o menor grado de fidelidad en la reproducción de una fórmula (que simbólicamente representa la partitura). La música improvisada es más grande cuanto más se domina el lenguaje. Esto es lo que verdaderamente permite abstraerse de las estructuras para que aflore algo más profundo y personal, para que la voz del artista se libere y la magia explote. [Precisamente algo –lo de conocer a la perfección las estructuras– que exigía con mano de hierro Chet Baker a quien se acercara a él con la intención de tocar].
Y es que, la interacción —o el interplay que se dice en la jerga jazzística— fue el punto más fuerte de un concierto donde sonaron relecturas de composiciones eternamente asociadas a Chet Baker como «My Funny Valentine» o «Blue Room» (la mismísima voz de Chet estuvo presente en una versión a capela que Fresu lanzó pregrabada). También escuchamos un tema funk, composiciones firmadas por el trompetista italiano («Catalina», «Fresing», «Jetrium» —dos baladas y un swing subidito de tiempo—) y algunas piezas del pianista Dino Rubino como «The Silence of Your Heart» –página bellísima con aires a Tin Pan Alley– o «Chat with Chet», un destilado de la poética del músico americano inspirado en otras tantas melodías inmortalizadas y apropiadas por Chet. Entre otras, «But Not for Me».
La magnificiencia del trío Fresu-Rubino-Bardoscia abraza también el enciclopedismo. Un enciclopedismo que el pasado viernes los llevó a recuperar –en una cascada de citas, glosas y homenajes– desde clásicos parkerianos («Dewey Square», si la memoria no nos falla) hasta viejos blues o melodías de eminente carácter clásico como la que puso el broche final a un denso pero inolvidable concierto.
Fresu, como Tempo di Chet, es un collage musical que abarca incluso la tradición culta y escrita. El trompetista y fliscornista la conoce en profundidad y, cómo no, también sabe llevarla magistralmente a su terreno. Una recomendación para acercarse a esta faceta más academizante de Fresu: la sobrecogedora reinterpretación de Norma para orquesta de jazz registrada en un disco homónimo de 2019 en Tuk, su propio sello discográfico. Igual de maravillosa que el español del trompetista, que las dotes técnicas y respiratorias de las que hizo gala el pasado viernes, o que sus eternos, inconfundibles y exóticos zapatos.
Fotografías: Elvira Megías/CNDM.
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