El clavecinista francés ofreció un esplendoroso recorrido por algunos de los nombres menos conocidos en la música para tecla inglesa, trazando un inteligente y certero viaje entre la producción de los dos grandes compositores a quienes la Fundación Juan March ha dedicado este ciclo: Purcell y Handel.
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 27-III-2021. Fundación Juan March [De Purcell a Händel: un siglo en la cámara inglesa]. Suite de suites. Obras de John Blow, Henry Purcell, William Croft, Thomas Chilcot, George Frideric Handel. Olivier Baumont [clave].
En la persona del señor Purcell encontramos a un inglés capaz de igualar lo mejor que hay en el extranjero.
John Dryden: dedicatoria de Amphitryon [1690].
No resulta nada fácil, pero creo realmente que la Fundación Juan March ha logrado ofrecer un nítido e inteligente recorrido por la música para clave entre los dos gigantes del Barroco inglés, en un recorrido a través de su ciclo De Purcell a Handel: un siglo en la cámara inglesa. A pesar de que este ciclo estaba inicialmente concebido para comprender mejor el amplio concepto de la música camerística, las circunstancias actuales y las restricciones de movilidad impuestas por las mismas han impedido que se lograra trazar esa visión completa de la «cámara inglesa». Sin embargo, lo que finalmente se ha conseguido es mostrar la senda que entre ambos monumentales creadores se fue trazando, especialmente con los dos conciertos para clave a solo protagonizados por sendas figuras francesas del instrumento, sin duda dos de los mejores ejemplos del magnífico estado que la «escuela francesa» de clave puede lleva ofreciendo en las últimas décadas. Al brillante programa centrado en la figura que supuso el ocaso de la música inglesa para clave, George Frideric Handel, a cargo del gran Pierre Hantaï, se le sumó este concierto a cargo de Olivier Baumont, con el que se daba por cerrado el ciclo. Se trata de dos clavecinistas distintos, con numerosas virtudes, qué duda cabe, pero muchas de ellas opuestas. Ahora bien, si hay algo que les une son la calma y la serenidad que ambos transmiten sobre el escenario: en el primero más hieráticas, más nobles en el segundo.
Baumont, que es muy valorado por sus acercamientos discográficos a la música francesa de los siglos XVII y XVIII –especialmente François Couperin, del que ha grabado la totalidad de su música para clave y de quien, además, ha escrito un libro–, pero también a la música de Handel o Johann Sebastian Bach –otro de sus autores predilectos–, ofreció aquí un inteligente y muy solvente recorrido cronológico con el que hacerse una buena idea de por dónde transitó la música para clave en Inglaterra desde mediados del siglo XVII hasta mediados del XVIII, comenzando por John Blow (1648/49-1708), compositor, organista y maestro, quien en una edad tan temprana como los veinte años se había convertido en el músico más importante de Inglaterra, continuando su estatus hasta ser una figura referencial en el período de la Restauración, antes de que su alumno, Henry Purcell, se convirtiera en la figura preminente del momento. Como organista en la Westminster Abbey, además de sucesor de Pelham Humfrey como maestro de los niños cantores y compositor de la Royal Chapel londinense, y después de Orlando Gibbons como uno de los tres organistas de la capilla, Blow dedicó muchos esfuerzos a la música sacra [anthems, services, motetes, devotionals songs], pero también a la música para la corte [odas y canciones profanas, además de su célebre masque titulada Venus and Adonis]. También destaca su música para órgano, la más importante entre su música instrumental, pues, aunque al clave dedicó varias obras, entre las que se encuentran bastantes danzas ordenadas en suites –hasta doce, cuatro de ellas recopiladas en A Choice Collection of Lessons [London, 1698]–, otros tantos grounds, además de otras breves piezas sueltas, no se encuentran actualmente entre un repertorio habitual para los clavecinistas. Aquí se interpretó su Suite nº 5 para clave en re menor, que consta de tres danzas. Muestra un estilo en cierta parte arcaizante, lo que sirvió muy bien para anclar este inicio del recital y sugerir parte de aquello que había existido previamente en uno de los países musicalmente más ricos y con una voz propia muy fuerte en Europa desde la Edad Media. Baumont delineó con enorme solvencia técnica las tres danzas, con la Almand en un tempo suficientemente liviano como para permitir que las ornamentaciones introducidas tuvieran espacio para fluir con naturalidad, mientras la línea del bajo cobraba una independencia notable, pero controlada, en la mano izquierda. Sorprende en él ver cómo utiliza el peso de su cuerpo en favor del teclado; no es de los clavecinistas que conforma su sonido solo con los dedos, sino que él aplica bastante los brazos e incluso a veces su cuerpo se inclina sobre el teclado con cierta vehemencia. En la Corant plasmó el contrapunto con diafanidad, de forma clarividente, cristalina, con un equilibrio entre ambas manos brillante, destacando aquí la gracilidad del discurso en la mano derecha. El Minuett conclusivo fue perfilado con un sutil juego de contraste sonoro en ambos teclados, además de un certero planteamiento de la escritura rítmicamente marcada de la pieza.
Con Henry Purcell (1659-1695), la figura central de este programa, se asentó en cierta forma la modernidad musical para la tecla, un terreno al que dedicó importantes esfuerzos, como denotan el número y la calidad de sus piezas para el clave. De entre sus numerosas suites se escogieron dos de las pertenecientes a la colección A Choice Collection of Lessons [London, 1696]: la Suite en fa mayor, Z 669 y la Suite en sol menor, Z 661, ambas en cuatro movimientos. Posiblemente, la adopción del estilo de Purcell resultó de lo más convincente y extraordinario de la velada, dado el cierto color afrancesado de su música, que Baumont conoce a la perfección. La primera suite se abrió con un breve Prelude de exquisita fluidez en su discurso melódico, al que siguió una Almand, de tempo muy reposado y de refinada elegancia, de nuevo con el regusto «afrancesado» magníficamente asumido y balanceando de forma meridiana las líneas contrapuntísticas entre ambas manos. El Minuet y la Corant conclusivos le permitieron demostrar algo más de energía, siendo, no obstante, un clavecinista aparentemente más dado a la filigrana y la exquisitez que al fuego y el virtuosismo desorbitado. Muy interesante la realización de un registro medio muy elaborado en la primera de las danzas, adornado con una ligeras y sutiles ornamentaciones, asumiendo el compás ternario con suma naturalidad en el devenir discursivo, mientras que la última de ellas resultó más liviana en su carácter y escritura, muy bien remarcadas en el trabajo sobre sendos teclados. El Prelude de la suite subsiguiente presentó una escritura menos afrancesada, asumida con igual naturalidad por Baumont, que mantuvo a lo largo de la velada matinal una solvencia, adecuación estilística y calidad interpretativa de altos vuelos. Fantásticamente dibujada la cascada de figuraciones breves del movimiento inicial, al que siguió una Almand que recordó a los grandes momentos de Purcell, con esa sonoridad y giros tan distintivos, que además fue interpretada describiendo de forma magnífica la línea del bajo. La Corant, muy ornamentada en la mano derecha, destacó por la realización muy orgánica de su línea y el tempo tan ajustado como adecuado al carácter de la pieza. Concluyó la suite con una Saraband de enorme expresividad y hermoso sonido, coloreando en sendos teclados con inteligencia la escritura del genial compositor inglés.
De otro alumno de Blow, William Croft (1678-1727), también músico y maestro de los niños cantores en la Royal Chapel, se interpretó la Suite nº 3 en do menor, una de las composiciones para teclado que se conservan manuscritas y en algunas antologías a lo largo del siglo XVIII –su música completa para clave fue editada y compilada por H. Ferguson y C. Hogwood en 1974–. Esta suite tercera es quizá su obra para clave más conocida, especialmente por el Ground que la inaugura, de color tan típicamente inglés como de una calidez melódica fascinante. Baumont fue capaz de delinear el carácter del ostinato en la mano izquierda, con la melodía rítmicamente muy bien descrita en la derecha, en un tempo liviano pero sin estridencias y, sobre todo, muy constante a lo largo de toda la obra. La profundidad del bajo en la Almand expandió por momentos la sobriedad del Ground, destacando con firmeza su brillante escritura rítmica. El teclado superior aportó un color y un carácter más despreocupado a la Corant, contrastando inteligentemente con otros pasajes de sonido más lleno, al igual que hizo en el Rondo, al presentar un efectivo diálogo entre el luminoso y directo sonido del teclado inferior con el más ligero y alejado del superior. La Saraband conclusiva destacó por la fluidez en la elaboración de los arpegios y un bajo ostinato perfilado con meridiana claridad.
Antes de llegar a Handel, el recorrido por esta breve historia de la música para tecla en la Inglaterra de los siglos XVII y XVIII se detuvo en la figura de Thomas Chilcot (c. 1707-1766), para interpretar una selección de la Suite n.º 1 en sol menor, extraída de sus Six Suites of Lessons for harpsichord [London, 1734]. Presentan un estilo bastante «handeliano», como demuestra esta suite inaugural, cuya Ouverture en estilo francés, con una fuga cromática central de enorme impacto, demuestran la calidad de factura de su autor. Momento clave de la esta selección, la obertura fue plasmada con una enérgica y cuasi orquestal sección inicial, elaborando los pasajes de acordes con inusitada claridad, dando paso después a una fuga, cuyo sujeto cromático fue descrito con cristalina nitidez por el francés, que desarrolló las voces con apabullante solvencia, aligerando la textura lo máximo posible siempre que el sujeto necesitaba escucharse, bien completo o bien fragmentado, dentro del intrincado discurso. Especialmente interesante también el Aria, de carácter muy italiano, de gran «cantabilidad» en la mano derecha y un refinado acompañamiento en la izquierda. El virtuosismo llegó de nuevo con la Jigge final, de firmeza en la pulsación, enérgica factura y un sonido de extraordinaria limpidez.
Para concluir el recorrido, la otra gran figura –y la más representada en este ciclo–, la de George Frideric Handel (1685-1759), representado primeramente en su Suite en re menor, HWV 437, pertenecientes a aquel segundo volumen de suites para clave que fueron editadas por John Walsh tras el éxito de la primera publicación promulgada por el propio Handel. Los arpegios y escalas del Prelude fueron solventados demostrando una técnica brillante, haciendo gala de unas inflexiones melódicas vibrantes. La escritura paralela, el discurso de enorme elegancia y una elaboración seccional bien descrita en sonido e intención fueron las grandes virtudes de la Allmand. Interesante planteamiento rítmico en una Corrant de ornamentaciones muy orgánicas. Lectura muy ajustada en la Saraband, sin el poso habitualmente muy romántico que suele verterse sobre esta obra muy conocida por los diversos arreglos orquestales y su inclusión en numerosas bandas sonoras. Sus dos variaciones del tema fueron dibujadas con un carácter solemne muy bien equilibrado entre ambas manos y muy constante, a pesar del cambio de tempo y densidad en la textura.
Como colofón, la imponente Chaconne en sol mayor, HWV 435, cuyas veintiuna variaciones se encuentran entre lo más deslumbrante de la literatura clavecinística «handeliana». Se trata de una obra compleja, que exige una técnica poderosa y una visión global lúcida, para darle vida. Ricamente ornamentadas, llegaron con sonoridad plena, gran energía, definiendo de forma meridiana el ostinato a lo largo de toda la obra, planteando además articulaciones muy interesantes y fluidas. Virtuosismo extremado en la mano derecha, con gran firme elaboración de los acordes sobre la izquierda, solventando con apabullante facilidad los pasajes más exigentes, las intrincadas escalas y una escritura que puede hacer al intérprete caer en un virtuosismo más centrado en la correlación de rápidas notas que en plantear una comprensible visión estructural con un sentido de principio a fin.
En definitiva, impresionante recital de un Baumont que deslumbró por su saber estar, su excelencia técnica combinada con una transparencia de sonido magistral, siempre atento a los detalles más livianos, pero sin recaer en el aburrimiento, demostrando que hay lugar para las lecturas calladas que no ponen el lucimiento personal por delante de la inteligencia y la expresividad musicales. Un recorrido fantástico en el que, si bien no estaban todas las figuras que ayudaron a construir el entramado clavecinístico en un siglo de música, sí resultó suficiente para hacerse una idea muy clara de este segmento en la historia siempre majestuosa de la música en Inglaterra. Como regalo a los asistentes ofreció una deliciosa y delicada Chaconne en Rondeau de factura propia, compuesta para conmemorar el cumpleaños de un alumno.
Fotografías: Dolores Iglesias/Fundación Juan March.
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