CODALARIO, la Revista de Música Clásica
Está viendo:

Crítica: «Maskerade», de Carl Nielsen, en Oper Frankfurt

  • Comparte en Facebook
  • Comparte en Twitter
  • txcomparte_whatsapp
Autor: Raúl Chamorro Mena
6 de noviembre de 2021

Hay que agradecer esta producción de la Ópera de Frankfurt, cantada, eso sí en traducción alemana de Martin G. Berger, que alcanzó un muy estimable nivel sustentada en una buena dirección musical, una puesta en escena dinámica, que funciona bien, así como una trabajada labor de equipo por parte del todo el elenco.

El cambio de identidad como camino a la libertad

Por Raúl Chamorro Mena
Frankfurt, 4-XI-2021, Opernhaus. Maskerade [Mascarada], de Carl Nielsen. Alfred Reiter [Jeronimus], Liviu Holender [Henrik], Michael Porter [Leander], Susan Bullock [Magdelone], Monika Buczkowska [Leonora], Michael McCown [Leonard], Samuel Levine [Arv], Barbara Zechmeister [Pernille]. Chor der Oper Frankfurt. Frankfurter Opern- und Museumsorchester. Dirección musical: Titus Engel. Dirección de escena: Tobias Kratzer.

   Después de retomar los viajes operísticos postpandémicos en Italia el pasado mes de agosto, correspondía a Alemania el siguiente retorno y, concretamente, a Frankfurt, una casa de ópera, que sin ser la más prestigiosa, lleva una impecable trayectoria con producciones muy bien trabajadas y, sobretodo, la loable iniciativa de proponer año a año títulos infrecuentes, pero de indudable valía y pertenecientes a todos los repertorios.

   Cuando el libretista Vilhem Andersen y el compositor Carl Nielsen decidieron crear una ópera sobre la comedia Maskerdade de Ludvig Holberg, recibieron un aluvión de críticas por su osadía. Sin embargo, estrenada en Copenhague en 1906, crearon una de las grandes obras cómicas del siglo XX, así como la considerada ópera Nacional danesa. En Maskerade encontramos una oda a la libertad, a la ilustración, en la que los personajes adquieren una nueva identidad mediante el enmascaramiento, a través del disfraz. La mascarada, la alegría de vivir, como válvula de escape de existencias demasiado oscuras y rígidas, sometidas a códigos particularmente severos y opresivos.

   Nielsen, compositor de inspiración clásica, concibe una música que se integra de manera impecable en la obra literaria en la que se basa y en la que destaca la elaborada orquestación y un continuum musical que garantiza el dinamismo y ligereza de la comedia y en el que se integran los escasos números solistas. Más allá de la obertura, que atesora cierta presencia en las programaciones de las salas de concierto, la obra no ha conseguido un hueco en el repertorio habitual de los grandes teatros, por lo que hay que agradecer esta producción de la Ópera de Frankfurt, cantada, eso sí en traducción alemana de Martin G. Berger, que alcanzó un muy estimable nivel sustentada en una buena dirección musical, una puesta en escena dinámica, que funciona bien, así como una trabajada labor de equipo por parte del todo el elenco.

   Titus Engel puso de relieve la magnífica orquestación de Nielsen con una labor suficientemente ágil y transparente, que brilló aún más que en la obertura, en los demás pasajes orquestales, como el hermoso preludio del segundo acto –espléndidas las maderas–, de un lirismo que contrastó adecuadamente con el trepidante final del primer acto. Igualmente merecen destacarse la danza de los gallos y la de Marte y Venus del último acto. Magnífico sonido el ofrecido por la orquesta –demasiado nutrida bien es verdad– que enmarcó una dirección vital y con buen pulso teatral por parte de Engel. Dado que el director de escena Tobias Kratzer convirtió en una ópera buffa protagonizada por una drag queen el Tannhäuser de Wagner que le ví en Bayreuth hace un par de años, cabía pensar que se encontraría en su salsa en una genuina ópera cómica. Y así fue en cierto modo, pues cabe apreciar positivamente su puesta en escena, ágil, dinámica, con movimiento escénico fluido y bien trabajado. Kratzer se limitó esta vez a exponer una alocada comedia mediante una intemporal escenografía vacía y gris de Rainer Sellmaier, basada en múltiples puertas que se abren y cierran de manera trepidante y sin ir más allá en cuanto a crítica social, el elemento erótico, las relaciones entre criados y amos o el enfrentamiento intergeneracional. Esta escenografía simple y minimalista –excepto apenas unos muebles, un cuadro y chimenea clásicos que simbolizan en su escena del primer acto, el carácter inflexible y conservador de los padres de la pareja de enamorados– fue contrastada por Kratzer mediante el colorista vestuario, los disfraces, de los participantes en la mascarada, la iluminación y un coro muy activo e implicado en su labor escénica.

   Del elenco vocal hay que destacar, como ya he subrayado, su implicada labor de cantantes-actores que garantizó una homogénea labor global, carente de voces especialmente dotadas. El timbre más destacacable en cuanto a presencia sonora fue el del barítono Liviu Holender como un vivaz y desenvuelto Henrik, ayuda de cámara de Leander y que mueve los hilos de la trama. Este último fue servido por el tenor Michael Porter, de modestos medios, canto musical y mucho compromiso escénico. Aún más liviana, casi inaudible, como una fina hebra sonora, la voz del otro tenor, Michael McCown como padre de Leonora, prometida a Leander por pacto de los padres, pero que se enamora verdaderamente del mismo en la mascarada, es decir más allá e independientemente, de la obligación impuesta. Leonora fue la soprano polaca Monika Buzkowska, que comenzó con vibrato descontrolado en su ardoroso dúo de amor con Leander para ir asentándose y colocar alguna nota con metal en la franja aguda. Una Susan Bullock de timbre muy desgastado, agrio y sin rastro de brillo y armónicos, impuso su faceta de comediante como Magdelone, esposa de Jeronimus y madre de Leander. Bullock demostró ya en el primer acto las ganas de fiesta de Magdelone en el brillante danzable Follie d'Espagne para terminar en la mascarada flirteando con su futuro consuegro disfrazado a su vez del tenista Bjorn Borg. Escaso relieve el conferido por Alfred Reiter a Jeronimus con un timbre tan gris como su vestimenta y que deambula por el escenario a modo de «despistado Woody Allen» abominando de las mascaradas para terminar uniéndose a la misma en el último acto.

Fotografías: Monika Rittershaus.

  • Comparte en Facebook
  • Comparte en Twitter
  • txcomparte_whatsapp

Compartir

<< volver

Búsqueda en los contenidos de la web

Buscador

Newsletter

Darse alta y baja en el boletín electrónico