Retorno con fuerza
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 15-X-2021, Teatro de la Zarzuela. Los Gavilanes, de Jacinto Guerrero. Reparto 1: Juan Jesús Rodríguez [Juan], María José Montiel [Adriana], Marina Monzó [Rosaura], Ismael Jordi [Gustavo], Lander Iglesias [Clariván], Esteve Ferrer [Triquet], Ana Goya [Leontina], Enrique Baquerizo [Camilo], Trinidad Iglesias [Renata]. Orquesta y coro titulares del Teatro de la Zarzuela. Dirección musical: Jordi Bernácer. Dirección de escena: Mario Gas.
Mediados de los 80, la profesora de primero de Bachillerato (entonces B.U.P) a cargo de dos horas semanales de una asignatura de las llamadas «marías», la de música, - así es, desgraciadamente, en este país-, idea que una de las dos horas, para compensar «el rollo» de la otra, que se ocupa de historia de la música, se dedique a que cada alumno pueda exponer con ejemplos sonoros a su cantante o grupo favorito. Las peleas por asignarse los grupos de heavy metal más en boga no se hace esperar. Yo Scorpions! , no yo! . Yo Judas Priest, para mí Iron Maiden... Un chaval, al que nada interesan esos grupos, con ganas de hacer la gracia y ya con tendencia a la provocación, tercia y pregunta «¿Quién se hará cargo de la Zarzuela?», «Tú por hablar», replica rotunda la profesora. Ese chico era quien firma estas líneas. Me hice con una cinta de cassette de una zarzuela llamada Los Gavilanes. «Tendré que escucharla», pensé. Me pongo a ello y llega el momento en que un barítono canta «Mi aldea! Cuando el alma se recrea al volverte a contemplar». Quedé fascinado. Escuché el fragmento cuatro veces seguidas y a los dos días ya cantaba - berreaba más bien- en el recreo las tres romanzas del barítono ante la mirada atónita de mis compañeros. La semilla del amor eterno a la lírica había germinado. Inmediatamente me zambullí con entusiasmo en todo el repertorio zarzuelístico, luego salté con pasión a la ópera, más tarde al sinfónico... En fin, la música como parte fundamental de mi vida.
Por ello entenderán mi cariño por Los Gavilanes de Jacinto Guerrero, una de las obras más queridas de nuestro teatro lírico, que ha vuelto al Teatro de la Zarzuela después de una ausencia de 19 años y ha demostrado mantener toda su fuerza y el favor del público. La huelga de técnicos y tramoyistas de la red de teatros del INAEM provocó la suspensión de las funciones de los días 8 (prevista como estreno) y 13, ambas correspondientes a la primera distribución vocal, que por fin, este viernes 15 he podido escuchar.
Dado que ya se ha publicado en Codalario mi crítica de la función del pasado día 9 con el reparto alternativo, en la que comentaba a fondo la puesta en escena, dirección musical y labor de los actores, este escrito se centrará en los cuatro personajes principales, que asumen otros tantos cantantes diferentes respecto a la función ya reseñada.
A un papel como Juan, le corresponde una voz baritonal como la de Juan Jesús Rodríguez, bella, noble, viril, robusta y empastada, con agudos potentes y timbrados, que el cantante generoso y valiente ataca con aparente facilidad. A pesar de haber cantado el día anterior un concierto en La Coruña, Rodríguez no transmitió fatiga alguna y, aunque, efectivamente, faltaron matices a su canto, siempre en forte, tal nobleza, vigor y exultante exhibición vocal convenció al más pintado.
En coordenadas completamente distintas y hasta opuestas se situó el Gustavo de Ismael Jordi. Voz tenoril modesta, justa de volumen y cuerpo, carente de metal, pero manejada por un cantante muy inteligente, que impone un fraseo personal, variado, fantasioso, que se desbordó en una «Flor roja», que puso el teatro bocabajo con una interminable ovación y peticiones de bis incluidas. Que algunas notas carecieron de apoyo, que el filado final fuera más bien un falsete poco timbrado, que el embeleso del fraseo se acercara al límite de lo excesivamente sacaroso, cierto, pero el tenor jerezano supo no traspasar esa línea e imponer un estilo imaginativo y personal, que saca el máximo provecho a un instrumento vocal limitado. Más complicado lo tuvo Jordi en un momento tan encendido como su entrada y enfrentamiento con Juan en la fiesta que requiere mayor fuste vocal y empuje dramático. Buena Rosaura la de Marina Monzó que confirmó las buenas actuaciones que la he visto en Pesaro el pasado mes de agosto. Timbre lozano y bien emitido, así como finura y musicalidad en su canto los mostrados por la soprano valenciana, al mismo tiempo que formó una creíble y genuina pareja de jóvenes enamorados junto a Ismael Jordi.
Cuando una cantante aborda un determinado papel, lo mínimo que debe esperarse es que tenga y emita las notas del mismo. No fue el caso de María José Montiel, punto negro del elenco, no sólo por la incapacidad absoluta para emitir las notas agudas de su parte, si no porque mostró un estado vocal demasiado declinante. Apenas atisbos de su buen gusto aparecieron en el cantable «Yo le adoraba» de la narración del dúo con Rosaura del último acto. Cierto es que el teatro de la Zarzuela ha asignado un papel de soprano a dos cantantes que se exhiben como mezzos, pero la verdad y lo digo con pena, pues llevo escuchando a Montiel desde sus primeros años, que lo mejor es no hacer más sangre ni añadir nada más respecto a su Adriana en este montaje de Los Gavilanes. Se suele aludir a la sencillez de la orquestación de Guerrero, pero lo cierto es que encontramos un hermosísimo concertante con ritmo ternario, de filiación verdiana, y motivos evocadores o de recuerdo como cuando Gustavo entona «Por dinero me la quitan» con la misma melodía con la que Juan canta «El dinero que atesoro» en el primer acto. Lo que no se entiende es la orquesta reducida - ¿hasta cuándo? dado que el aforo del público ya es completo -, la cuerda raquítica e inaudible, la falta de articulación, así como la vulgaridad y sustrato bandístico de la dirección musical de Jordi Bernácer.
Fotografías: Elena del Real/Teatro de la Zarzuela.
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