La soprano estadounidense Lisette Oropesa ofrece un concierto en el Teatro Real acompañada por el Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real bajo la dirección de Corrado Rovaris
Oropesa, rossiniana y belcantista
Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 30-III-2022. Teatro Real. Voces del Real: Lisette Oropesa. Obras de Gioachino Rossini (1792-1868) y Gaetano Donizetti (1797-1848). Lisette Oropesa (soprano), Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Andrés Máspero, director del Coro. Corrado Rovaris, director.
La aclamada soprano estadounidense Lisette Oropesa (Nueva Orleans, 1983) se encuentra en España entre otras cosas para celebrar el 175 aniversario del Gran Teatro del Liceo de Barcelona el 3 de abril próximo, con una gala dirigida por Marco Armiliato en la que participarán hasta una quincena de colegas que interpretarán algunas escenas de las óperas Macbeth, Turandot y Lucia de Lammermoor. De esta última ópera, es obvio señalar que Oropesa es una de sus grandes intérpretes actuales ya que presta con garantías todos los requerimientos de ese complicado rol, tanto desde el punto de vista escénico como del canoro, ya que su interpretación se mueve dentro del más puro estilo belcantista, como así ha de hacerse.
Por tanto, no nos extraña que sea este papel el que llevará a los importantes teatros de la Ópera Estatal de Viena -cuatro funciones durante la segunda quincena de abril- y a la Ópera de Zürich -cinco funciones, entre mitad de mayo y mitad de junio-. Después, no dejará de lado otro de sus más aclamados papeles, La traviata (recordemos el bis del «Addio del passato» en el Real), en Múnich -28 de junio y 1 de julio-, para volver con Lucia di Lammermoor en Salzburgo -en agosto- y acabar el año con Puritanos, en el San Carlo de Nápoles -cuatro funciones en septiembre- y Rigoletto en el MET -siete funciones en diciembre-. En 2023 tiene anunciados el Hamlet de Ambroise Thomas en la Ópera Nacional de París -siete funciones en marzo-, y de nuevo Lucia en Viena -cuatro funciones, en abril-. Entre todos esos compromisos, impartirá clases magistrales en Salzburgo y viajará a Japón para dar dos conciertos en septiembre de 2022.
Y es que entre las grandes virtudes como artista de Lisette Oropesa podemos destacar -tanto en su canto como en su presencia en el escenario- su apabullante facilidad, elegancia y seguridad canoras, por mor de una muy asentada técnica de canto, así como por sus grandes dotes de comunicación y estrecha empatía con el público, que la recibió en el concierto que nos ocupa con una gran ovación nada más aparecer de entre bambalinas, y que no hizo más que adelantar el gran éxito que finalmente se confirmaría, en un repertorio no tan ejercitado en los teatros, con fragmentos de las óperas Guillaume Tell, Le siège de Corinthe, Le Comte Ory, de Gioacchino Rossini; y de Les Martyrs, Lucie de Lammermoor, La favorite y La fille du régiment de Gaetano Donizetti, señalando que todas las piezas se interpretaron en su correspondiente versión francesa, con la dirección del bergamesco afincado en Estados Unidos, y titular de la Ópera de Filadelfia desde 2004, Corrado Rovaris.
Ya en la primera de las arias, «Ils s’éloignent enfin...Sombre forêt», de Guillaume Tell, la última ópera compuesta por el genio de Pésaro, comprobamos la capacidad de Oropesa para introducirse en los personajes y cambiar el semblante y la psicología que procede en cada caso, además de su facilidad para alargar los fiatos recreando un canto sobre el aire fiel al más puro estilo rossiniano, con esa buena proporción de fantasía canora.
Seguidamente, fueron interpretadas la obertura y el aria «L’heure fatale approche...Juste ciel!», de la ópera Le Siège de Corinthe [El asedio de Corinto], que narra ese fatal episodio por parte del ejército otomano en la época posterior a la caída de Constantinopla y donde Palmira, la hija del gobernador de Corinto, se quita la vida por no poder llevar a cabo el amor que le une al sultán Mehmet, que había tomado finalmente la ciudad. Precioso fue el trío de las dos arpas con nuestra protagonista, así como -durante la ejecución del aria- la limpidez con la que resuelve las complicadas interválicas de la partitura, realizándolas en perfecta afinación y de un solo fiato.
Tanto las prestaciones del coro como las de la orquesta, guiada por Rovaris, fueron las adecuadas, con intervenciones precisas y comedimiento de volúmenes, aunque se notó -tanto en la percusión como en el coro- el «efecto de fondo» de la caja escénica por el cuál quedan embarullados algunos ecos espúreos, al estar ambos conjuntos colocados demasiado al fondo de la misma. La primera parte terminó con el aria «En proie à la tristesse... Céleste providence», de la ópera cómica Le Comte Ory, ejecutada de forma elegante y mayestática en la introducción, y con riesgo medido y pundonor en la cabaletta, con dominio en las agilidades y orfebrería en el canto sillabato, tan característico del estilo rossiniano.
La voz de Lisette Oropesa, de belleza no totalmente arrebatadora, pero sí de timbre muy personal, está esmaltada con un ligerísimo vibrato que la adorna. Habiendo debutado en 2007, todavía conserva completamente las características de soprano ligera, si bien goza de un apreciable volumen y proyección -la voz «corre» sin problemas- y es muy homogénea de arriba abajo, utilizando también adecuadamente el canto de pecho -con las limitaciones propias de su extensión natural-, pudiendo así abordar sin problemas los registros más «graves». También contribuyen determinantemente a su atractivo su capacidad de matización, la inteligente utilización de las medias voces -posee un centro bien resuelto-, y una muy buena dicción y administración del fiato, que le permiten frasear y moldear a conciencia su canto legato. Además creemos que su canto en idioma francés es muy correcto.
La segunda parte, dedicada a Donizetti, comenzó con la introspectiva y muy bien cincelada aria «O ma mère, ma mère...Qu'ici ta main glacée bénisse ton enfant», de la poco representada ópera Les Martyrs [Los mártires], que cuenta las vicisitudes de la cristiana Paulina, que se enamora de un general romano que es encargado de aniquilar a todos los creyentes armenios de esa religión. A continuación, y en la misma línea de denuedo en el fraseo y el legato, Oropesa acometió el aria «Que n'avons nous des ailes», de la versión francesa de 1839 de Lucie de Lammermoor, belcantismo en estado puro, donde la voz juega con una orquestación de mínimos o con instrumentos solistas, como la flauta, de modo que es únicamente la voz la que debe expresarlo todo.
En la obertura de La Favorite, Corrado Rovaris, como ya venía haciendo acompañando a Lisette Oropesa y estando muy pendiente en todo momento de la cantante, se mostró muy fiel al estilo donizettiano, y propuso una vibrante, recatada y transparente versión en la que controló absolutamente los tutti orquestales de modo que pudimos ver a las claras la orquestación, la ambientación y el tratamiento del discurso expositivo donizettiano que se daría por válido más tarde en la concepción de las oberturas verdianas.
Para finalizar, la conocida «C'en est donc fait...Par le rang...Salut à la France!», de La fille du régiment, un aria que comienza con un punto de tristeza en la protagonista que se torna después en alborozo -al ser ésta en realidad una ópera cómica y debe acabar bien- cuando se oye a lo lejos el rataplán del regimiento -con intervención del coro- que vuelve a recuperar a su «hija». Quizá es aquí donde vimos menos «sobrada de facultades» a nuestra cantante ya que -lo queramos o no- tenemos en mente interpretaciones tan señeras de esta parte como las de la australiana Joan Sutherland o la estadounidense June Anderson, con medios vocales más voluminosos, mayor capacidad para alargar y sostener mayores densidades tímbricas y poder rematar el sobreagudo final con una muchísima mayor y «ebria» -por lo alegre- pegada, cuyos efectos en el final de esta ópera son indudablemente más rotundos y brillantes.
Aún así, con el sobreagudo -casi de paso- emitido por Lisette Oropesa, fue suficiente para que el público se fuera poniendo de pie para aclamarla y solicitar las correspondientes propinas, que llegaron de la mano de Robert le diable, «Robert, toi que j’aime», aria del acto IV, de Giacomo Meyerbeer que terminó con un bonito agudo en mesa di voce. Después, fue el aria que Lisette Oropesa anunció como «bolero», «Mercè dilette amiche», también en su versión francesa con un agudo muy bien rematado. Finalmente, el público casi al completo, se puso en pie para continuar aplaudiendo a la gran artista, que cosechó un apreciable éxito, despidiéndose del Teatro Real que es uno de los lugares que -según la propia cantante ha dicho en repetidas ocasiones- tiene siempre en mente para regresar porque es muy querida.
Fotos: Javier del Real / Teatro Real
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