«Donde hay flores y sonrisas está la gracia española» cantaba Juanita Reina. Pues eso, menos metrónomo y más flores y sonrisas.
La gracia española
Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid, 26-XI-2021, Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Liceo de Cámara XXI]. Selección de obras de Joaquín Turina, Enrique Granados, Fritz Kreisler, Eduard Toldrà, Manuel de Falla y Murice Ravel. Lina Tur Bonet [violín], Alba Ventura [piano].
Programar es todo un arte. El éxito o fracaso de un concierto no siempre lo determina la calidad del artista, a veces simplemente el programa no resultaba atractivo o el intérprete no dominaba un repertorio alejado de sus «habituales». En este segundo caso estamos hablando de un término muy popular en los últimos años que es la «especialización». Por todas partes surgen grupos especialistas en música del Barroco o del Renacimiento, el director del que todo el mundo quiere escuchar un Mahler o la orquesta especialista en los oratorios de Bach, el tenor rossiniano por excelencia o la mezzo que mejor encara las óperas de Vivaldi. Cada vez el grado de especialización de los músicos es mayor, y esto entra en claro contraste con la mentalidad del virtuoso del XIX, quien dominaba absolutamente su instrumento.
El repertorio escogido por Lina Tur Bonet y Alba Ventura para el concierto del Liceo de Cámara XXI fue toda una sorpresa, pues la violinista se aleja del repertorio de los siglos XVII y XVIII que tantos éxitos le ha brindado y hace una propuesta muy diferente... y arriesgada.
El concierto resultante se encuadra dentro de este espíritu decimonónico del que hablábamos al principio –si bien ya nos adentramos en el siglo XX– y por ello encontramos las afrancesadas y más serias sonatas de Turina y Ravel entremezcladas con algunas de las obras de raigambre más popular de Manuel de Falla. Con un programa así, se debe marcar la diferencia, una persona completamente desconocedora del repertorio debería saber sólo por la actitud del intérprete cuándo se está interpretando a Falla y cuando a Ravel.
No fue el caso de Lina Tur Bonet. La precisión con la que esgrimió las notas de la Sonata para violín y piano n.º 1, Op. 51, de Turina auguraban un excelente concierto. El cambio a un timbre algo más oscuro en el segundo movimiento, los delicados agudos... fueron detalles que solo un gran profesional sabe dar a estas obras. Sin embargo, al arrancar con la Sonata para violín y piano, H 127 de Granados, que sucedía a la de Turina, solo pudimos apreciar el «con molta fantasia» del primer movimiento en las manos de Alba Ventura que sí crearon una atmósfera ensoñadora o mística que también fue muy apreciada en la Sonata «Póstuma» de Ravel.
En el Sonetí de la rosada de Toldrà aún pudimos rescatar un sonido dulce y melodioso del violín, pero en cuanto sonó Falla el concierto se vino abajo. Don Manuel, en paralelo a la figura de Beethoven, desarrolla una escritura musical que se centra en la fuerza de lo natural que para el maestro gaditano emana de lo popular, de la tradición. Esto supone una complicación añadida para aquellos que se atreven con sus obras, pues leer sus partituras debe ser sólo el comienzo. Posteriormente se deben comprender, interiorizar y se les debe dar una emoción personal. Lina Tur Bonet no lo hizo y optó por una precisión mecánica que se alejó mucho de lo deseable en estas obras. En la Nana de Falla, por ejemplo, escuchamos un timbre exquisito, sí, pero también unos adornos tal y como están escritos en la partitura, ejecutados con la precisión de un reloj. Lo que normalmente sería algo elogiable, con Falla se transforma en un gran error.
Faltaron más dinámicas, rubatos y flexiones, faltó complicidad –Ventura, de hecho, propuso bastantes más ideas musicales en las Siete canciones populares españolas que Tur Bonet ignoró–, pero sobre todo faltó gracia.
«Donde hay flores y sonrisas está la gracia española» cantaba Juanita Reina. Pues eso, menos metrónomo y más flores y sonrisas.
Fotografías: Elvira Megías/CNDM.
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