
La legendaria agrupación historicista francesa celebra, sin la presencia del homenajeado, los ochenta años de vida de su fundador, en un concierto con obras de Rameau y Handel que sirvió para demostrar su excelente estado de forma de forma y el de su director asociado
Mostrar músculo... y de paso celebrar
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid, 5-II-2025, Auditorio Nacional de Madrid. Ciclo de conciertos IMPACTA. Feliz cumpleaños, Bill. Les Indes galantes [selección], de Jean-Philippe Rameau; Ariodante [selección] y L’Allegro, il Penseroso ed il Moderato [selección], de Georg Frideric Handel. Ana Maria Labin [soprano], Emmanuelle de Negri [soprano], Rachel Redmond [soprano], Juliette Mey [mezzosoprano], Bastien Rimondi [tenor], James Way [tenor], Renato Dolcini [barítono] • Les Arts Florissants | Paul Agnew [dirección].
Estos placeres, Melancolía, dame,
y con vosotros elegiremos vivir.
Tus placeres, Moderación, danos,
en ellos solo verdaderamente vivimos.
Charles Jennens y James Harris: final del libreto para L’Allegro, il Penseroso ed il Moderato.
No son muchos los que ostentan actualmente, en el mundo de la música clásica, el estatus que el estadounidense de nacimiento y francés de adopción William Christie –Bill para los amigos– ha logrado recién cumplidas las ocho décadas de vida. De hecho, esta gira Feliz cumpleaños, Bill, que recalaba a principios de febrero en España, no es otra cosa que una especie de regalo que el bueno de Christie le ha hecho a su agrupación, Les Arts Florissants, al público que les sigue y a sí mismo para conmemorar que nació un 19 de diciembre de 1944, en la localidad neoyorquina de Buffalo. Para tal ocasión, la agencia de comunicación y representación IMPACTA –que además celebra por vez primera una temporada estable de conciertos autoproducidos en el Auditorio Nacional de Música– programó esta cita, con el aliciente de volver a ver a la agrupación en pleno, esto es, con coro y orquesta de notables dimensiones, a las órdenes de su fundador. No obstante, a causa de una enfermedad debidamente justificada, la presencia de Christie se vio impedida, decidiendo los promotores y la agrupación misma continuar con la cita prevista, contando en la dirección con quien es desde algunos años el director asociado de LAF, el cantante escocés Paul Agnew, y al contrario de lo que sucedió en otras ciudades españolas y europeas en las que se decidió cancelar los conciertos. Un acierto, a mi parecer, no cancelar esta cita, pues sirvió para comprobar el excelente estado de forma de quien en un futuro tomará las riendas de una forma todavía más notoria de esta agrupación, pues la retirada de Christie al frente del conjunto francés tendrá que llegar, me temo, más pronto que tarde. Pero también sirvió para demostrar algo que ya se sospechaba, que Les Arts Florissants tiene mucho músculo para mostrar.
Clavecinista y director de orquesta estadounidense de nacimiento, William Christie estudio piano y órgano, recibiendo asimismo clases de clave de Igor Kipnis en el Berkshire Music Center mientras estudiaba Historia e Historia del Arte en la Universidad de Harvard (BA 1966). En la Universidad de Yale estudió clave con el legendario Ralph Kirkpatrick –a algunos les sonará este nombre, pues fue quien catalogó y ordenó las quinientas cincuenta y cinco sonatas para clave de Domenico Scarlatti–, órgano con Charles Russell Krigbaum y Musicología con Claude V. Palisca –otro nombre no menos legendario– y Nicholas Temperley. Fue profesor en el Dartmouth College (1970-71), antes de trasladarse de manera definitiva a Francia en 1971. Mientras formaba parte del Five Centuries Ensemble (1971-75), un cuarteto especializado en obras de músicas históricas a la par que del siglo XX, siguió actuando como clavecinista solista y, a partir de 1972, como miembro del Concerto Vocale, conjunto especializado en repertorio renacentista y barroco. En 1978 decidió formar su propia agrupación, bajo el nombre de Les Arts Florissants –que tomó del título de una obra vocal de Marc-Antoine Charpentier–, un grupo vocal e instrumental centrado en la interpretación con criterios históricos del repertorio barroco inglés, francés e italiano, fundamentalmente, aunque sus horizontes su fueron ampliando con el paso de los años, tanto hacia la música anterior como posterior. Fue profesor en la Sommerakademie für alte Musik de Innsbruck (1977-83), y en 1982 se convirtió en el primer estadounidense en ser nombrado profesor del Conservatorio Superior de Música y Danza de París, institución en la que permaneció hasta 1995. En 2002 fundó Le Jardin de Voix, una academia bianual para jóvenes cantantes especializados en repertorio barroco, que tiene su sede en Caen (Francia). En 2007 comenzó una residencia anual de enseñanza e interpretación en Juilliard, y dirige habitualmente clases magistrales en Europa y América. Tanto como clavecinista como director, Christie es un músico reconocido a nivel internacional, siendo además director invitado de otras múltiples formaciones en todo el mundo, incluyendo orquestas modernas con las que suele trabajar repertorio barroco y clasicista. Su repertorio abarca desde Monteverdi hasta Mozart, y su discografía supera la centena de grabaciones en sellos numerosos sellos, destacando Harmonia Mundi y Erato. Nacionalizado francés en 1995, ha sido nombrado Commandeur dans l'Ordre de la Légion d'Honneur, Officier dans l'ordre des Arts et des Lettres y miembro de la Académie des Beaux-Arts, tres de los más altos reconocimiento que la república francesa concede a los artistas.
El programa presentado en Madrid corresponde a la propuesta con gran orquesta, solistas y coro –tiene también un programa con voces y orquesta de cámara–, protagonizada por dos de los nombres a los que LAF y Christie han dedicado más esfuerzo en sus más de cuarenta años de carrera: Rameau y Handel. Del primero, una breve selección de su brillante opéra-ballet titulada Les Indes galantes, de 1735, segunda obra que creó para la escena –tras Hyppolyte et Aricie, una tragédie-lyrique compuesta dos años antes–. Paul Agnew tuvo el honor en 2007, tras muchos años de colaboraciones con la agrupación, de ser la primera persona, amén del propio Christie, en ponerse al frente de la misma. Ya desde 2013 es el único director asociado de LAF, y si las cosas no se tuercen, parece que será el encargado de regir sus designios en un futuro a medio plazo. Músico de ejemplar formación al abrigo de la educación coral británica –fue cantor en el Coro de la Catedral de Birmingham y después se formó en el Magdalen College, Oxford–, llegó a LAF tras audicionar en 1992, convirtiéndose en un referente absoluto para los roles de haute-contre en el repertorio de Barroco francés –en mi opinión, junto al estadounidense Howard Crooke y el francés Jean-Paul Fouchécourt, el mejor representante de esta vocalidad y, seguramente, el más exquisito solista para la música de Jean-Philippe Rameau–.
Fronstispicio de la primera edición [1735] de Les Indes galantes, de Jean-Philippe Rameau [Gallica, Bibliothèque nationale de France].
No puedo menos que añadir aquí las notas al programa redactadas para esta gira del 80.º aniversario por uno de los musicólogos franceses más reconocidos, Denis Morrier: ‘Cuando las luces presidían un aniversario…’. Intérpretes especialistas de la música barroca francesa, Les Arts Florissants han situado desde el principio en el centro de su repertorio la obra teatral del compositor más emblemático del Siglo de las Luces: Jean Philippe Rameau. Tras las producciones de Anacréon e Hippolyte et Aricie, llegó en julio de 1990, al Festival de Aix-en-Provence, la de Les Indes galantes, la obra maestra de Rameau que más veces ha dirigido William Christie: en 1993 (de París a Montpellier), 1999 (París), 2003-2005 (Ópera de Zúrich), 2003 (París) y 2008 (en gira europea).
El Ballet de las Luces. Este ‘ballet en un prólogo y tres entradas’ pertenece al género hoy denominado ópera-ballet, que Marmontel definía (en la Encyclopédie) como ‘un espectáculo compuesto por actos diferentes en cuanto a la acción, pero unidos bajo una idea colectiva, como los sentidos, los elementos, el amor…’. En Les Indes galantes, el libreto de Fuzelier narra cómo, hasta en las regiones más exóticas, el amor siempre resulta más poderoso que la violencia y la guerra. Cuando la obra se realizó por primera vez en 1735, la segunda entrada, Les Incas du Pérou, impresionó por la fuerza de sus evocaciones visuales y sonoras. En este acto ‘de gran espectáculo’, Rameau multiplica los prodigios musicales y confiere a la orquesta una importancia inédita, llegando incluso a representar una erupción volcánica y un terremoto. Pero sobre todo, esta entrada encierra, en su trasfondo, una verdadera sátira política y religiosa, denunciando, a través de la invasión española y las resistencias indígenas, la rapacidad europea y el fanatismo religioso. Voltaire, quien quedó particularmente impresionado por esta obra, dijo de Rameau: ‘Está loco; pero sigo creyendo que hay que tener piedad de los talentos. Está permitido estar loco para quien ha compuesto el acto de Les Incas’. En 1736, la reposición de Les Indes galantes cosechó un nuevo éxito triunfal. Fue aumentada con una ‘cuarta entrada’: un acto adicional titulado Les Sauvages, que presentó, por primera vez en un teatro parisino, personajes de indios de América del Norte. Su punto culminante, la famosa escena de la Danse du Calumet de la Paix (con su introducción orquestal, sus dúos y su estribillo coral ‘Forêts paisibles’), es en realidad una adaptación de una pieza de clavecín ‘en rondeau’ que Rameau había publicado en 1729-1730, ya titulada Les Sauvages».
Hacer siempre una selección de una obra escénica resulta complicado, porque pueden perderse en ella aspectos dramatúrgicos y musicales relevantes en el devenir del drama, por eso resultó tan interesante la propuesta hecha aquí, con la segunda entrée completa, lo que aportó todo el sentido a la interpretación desde el punto de vista teatral. A ella se sumaron la obertura orquestal, que inaugura el drama, y la célebre Chaconne de la cuarta entrée, Les Sauvages, además de la insustituibel Danse du Calumet de la Paix, con el dúo y coro «Forêts paisibles». Prácticamente todo el peso recayó aquí en las voces de la soprano francesa Emmanuelle de Negri y el barítono italiano Renato Dolcini, con breves intervenciones del joven tenor francés Bastien Rimondi. Pero empecemos por el principio, con una Ouverture de poderoso y enfocado sonido orquestal, encabezado por una sección de cuerda nutrida, aunque sin un número exagerado de miembros [5/4/3/2/1], en una combinación de jóvenes intérpretes –salidos de antiguas becas tanto de la Juilliard School como del programa Arts Flo Junior– al lado de algunos de los históricos de LAF, toda una declaración de intenciones acerca del pasado, presente y futuro de la orquesta francesa. Una cuerda tersa, de limpio sonido, exquisitamente afinada y con un empaste muy cuidado, con una marcada personalidad, que está en muy buenas manos, las de un Emmanuel Resche-Caserta, que es además asistente musical de Christie y la orquesta. Gran trabajo de las violas barrocas –haute-contres y tailles de violon en la primera parte, para la música de Rameau–, con Lucia Peralta, Simon Heyerick y Samantha Montgomery. La siempre trascendente base armónica en la música del francés, sostenida tanto por el continuo como por la cuerda grave, llegó aquí en excelente profundidad sonora en los violonchelos barrocos de Felix Knecht –que lideró la sección con excelencia–, Cyril Poulet, Magdalena Probe y Alix Verzier. Dirección certera y gestualmente muy clara de un Agnew que conoce el estilo de Rameau a la perfección. Impecable el aporte de las maderas, con mucha personalidad de sonido y sin esconderse en el entramado orquestal, sino marcando la presencia de oboes barrocos [Pier Luigi Fabretti y Yanina Yacubsohn] y, sobre todo, los fagotes barrocos [Niels Coppalle y Evolène Kiener] con imponente nitidez y vigor.
Delicadísimo inicio de la escena 1 en la cuerda, elaborando la escritura imitativa en la cuerda con exquisitez, de nuevo marcando los fagotes su territorio, aunque aquí levemente fuera del cuidado balance orquestal general. Bien planteado a nivel dramático el dúo de inicio entre Negri y Raimondi, con voces muy bien adaptadas al estilo, de cuidada dicción y pulcra afinación. La soprano encaró el hermoso solo «Viens, hymen» con exquisita finura, acompañada con la consecuente delicadeza por el traverso barroco del legendario Serge Saitta. Quizá no fluyó tanto el agudo en la voz de Negri como en la zona central, pero posee un hermoso timbre, muy sugerente, con una dicción muy bien trabajada y una afinación sostenida a la perfección sobre un acicalado fraseo. Es expresiva, pero mantuvo un punto de contención muy adecuado –recordemos que se trata de una propuesta sin escena, así que los excesos quizá puedan percibirse ajenos a un planteamiento, al fin y al cabo, de puro concierto–. Más extremo en este sentido el barítono Dolcini, que saltó al escenario en la escena 3, mostrando un excelente trabajo prosódico, por más que la voz no resultó excesivamente atractiva: emisión no siempre limpia en el agudo, aunque con un firme grave y una zona central vigorosa, bien timbrada. El impecable trabajo de exigencia sonora y de profundidad armónica a cargo de la orquesta en el inicio de la escena 5 [Fête du Soleil] resonó con enorme impacto, dando paso a un barítono muy implicado dramáticamente, pero que en cuya emisión en la zona alta se mantuvieron los problemas precedentes. Vibrante planteamiento en las articulaciones de la orquesta en el Prélude pour l’adoration du Soleil, con una cuerda de tan poderosa como distinguida presencia, dando paso a la primera aparición del coro [8/4/6/7], que se convirtió, sin duda, en uno de los grandes triunfadores de la noche, por muchos y diversos motivos: excelente sonido, balance muy cuidado, poderosa emisión, pero con la ductilidad adecuada para convertirse en una herramienta de filigrana cuando procede. Y eso que, por las circunstancias del programa, no tenía la sonoridad habitual para la música francesa, con hautes-contres y no contraltos ni contratenores en la línea de altos, un detalle en absoluto menor, pero que podemos pasar por alto en esta ocasión. Modélico una vez más el coro en el diálogo [«Clair flambeau du monde»] con un Dolcini que no estuvo especialmente solvente aquí, al que le faltaron todo el mimo y la sutileza ofrecidos por el coro. Qué impecable el trabajo del coro en el pasaje sin acompañamiento orquestal alguno, uno de los momentos más memorables de la velada. Le siguió un momento absolutamente destacado en la orquesta, el Tremblement de terre, tan descriptivo como imponente en sonido, al que siguió un coro en plenitud. Solvente desenvoltura en el diálogo de la sexta escena, destacando en general la implicación de los protagonistas sobre la vocalidad, aunque de nuevo fue la orquesta quien llevó la voz cantante. En la escena 7 se pudo ver al tenor Raimondi con algo más de protagonismo, que sirvió para comprobar que posee un atractivo timbre, de agudo sólido y brillante, buena gestión de los recursos canoros, con una dicción solvente y una proyección adecuada. El trío se desenvolvió con corrección, en un balance general coherente y una afinación bien tratada. Fue, gracias en buena medida al abrumador aporte de la orquesta, en ritmo y armonía, otro exquisito momento de la velada. La orquesta continuó apabullando con su ductilidad, ora enérgica y contundente, ora sutil y aterciopelada, especialmente en el contraste entre Les mêmes y Le volcan se rallume, te le tremblement de terre recommence, al inicio de la octava y última escena. Más pundonor que excelencia vocal de nuevo en el barítono, dando paso a una Chaconne de impecable factura, con un planteamiento muy destacado en el fraseo entre las partes más solísticas frente al tutti orquestal, en el que hicieron presencia las trompetas de Rupprecht Drees y Jean-Daniel Souchon, con corrección, pero sin impactar. Muy destacado aquí, con en otros momentos de la velada, la presencia del archilaúd de Thomas Dunford, ese prodigio de la cuerda pulsada que siempre aporta tanto en toda agrupación en la que se encuentra –y novedoso, pues es muy extraño encontrar cuerda pulsada en el continuo para la música de Rameau, una decisión un tanto arbitraria, pero que a nivel musical resultó notable–. Gran trabajo de dinámicas, por lo demás, el elaborado por Agnew, muy bien respondido por una orquesta en la que destacó una vez más la presencia, siempre cálida y brillante, de los fagotes.
Antes de concluir la primera parte, se ofreció la célebre «danza de los salvajes», que cierra esta opèra-ballet de Rameau. No es, con total seguridad, el momento más sublime de esta obra, pero sí el que logra encandilar al público de manera más evidente. De estos se aprovecharon LAF y Agnew, quienes firmaron una versión sin excesos, de planteamiento bastante solemne, contrastando con inteligencia los temas del rondeau en color y carácter. Excelentemente elaborado el continuo en el clave de una Béatrice Martin que estuvo estelar a lo largo de toda la velada, siempre en su sitio, siendo protagonista sin pretender serlo, como sólo los grandes son capaces de hacer. El coro y los solistas cerraron una primera parte magnífica, un bello homenaje a uno de los más grandes compositores en la historia de la música y un compañero de aventuras inseparable de Christie y LAF durante toda su carrera.
Sobre la segunda parte, protagonizada por George Frideric Handel (1685-1759), dice Morrier lo siguiente: «En el corazón de la ópera seria… Las raíces de William Christie probablemente expliquen otra afinidad electiva del músico: la que lo vincula con el repertorio barroco inglés. Purcell entró en el repertorio de Les Arts Florissants en 1983 (Dido and Aeneas en la Ópera del Rin), y Händel en 1991 (con El Mesías). El director abordó luego, en concierto y en teatro, las grandes obras del compositor sajón, abarcando tanto sus composiciones litúrgicas (antífonas anglicanas), espirituales (cantatas y oratorios) como teatrales (óperas). Fue en 2018 cuando abordó por primera vez Ariodante, con la dirección escénica de David McVicar, antes de retomarla en 2023. Este dramma per musica fue creado en 1735, el mismo año que Alcina, en la primera temporada del compositor en Covent Garden. Un hecho notable es que ambas óperas están inspiradas en el Orlando furioso de Ariosto y ambas gozaron de un gran éxito. El mérito de este éxito, además de la música llena de ideas del ‘Caro Sassone’, recae también en sus excepcionales elencos. En Ariodante y Alcina, los dos primeros papeles fueron interpretados por Carestini, un castrato tan célebre como caprichoso, y por Anna Maria Strada del Pò, una prima donna de físico poco agraciado, pero con unas coloraturas excepcionales. En la obra de Händel, Ariodante tiene un carácter singular: es una ópera heroica donde se percibe la influencia de la tragedia en música francesa (como lo demuestra la introducción de divertimentos y ballets), pero cuyas veintiocho arias, con invenciones constantemente renovadas, recuerdan el legado italiano del compositor.
…y los oratorios haendelianos. En julio de 2001, en el Festival de Beaune, William Christie abordó por primera vez L’Allegro, il Penseroso ed il Moderato: una oda pastoral que retomaría en 2004 en una gira europea, en 2007 en la Ópera de París (en un espectáculo de ballet coreografiado por Robyn Orlin), y nuevamente en 2021-2022. Esta composición lírica enigmática, una especie de oratorio alegórico, fue creada en Londres el 27 de febrero de 1740, en el Lincoln’s Inn Fields Theatre. Su singular libreto fue elaborado por Charles Jennens (uno de los colaboradores habituales de Händel) a partir de dos poemas moralizantes de John Milton. Primero, pone a dialogar dos caracteres que se oponen en todo en el espíritu humano: la alegría despreocupada (L’Allegro) y la meditación inquieta (il Penseroso). Para escapar de los males del vanal jolgorio y la melancolía asoladora, se impone un tercer camino: el de la sabia moderación (il Moderato), que concluye la obra invitando al equilibrio y la ponderación».
Seis momentos de Ariodante, HWV 33 sirvieron para comprobar que el Handel de Christie –Agnew, en este caso, pero el trabajo ya estaba hecho– es infinitamente mejor que el de hace algunos años, muchos menos afrancesado, más coherente a nivel orquestal y dramáticamente más vehemente. Otro color y carácter mostrado ya de la Obertura, mostrando una ductilidad por parte de LAF muy interesante. Líneas muy diáfanas, clarificando las texturas con exquisita solvencia, especialmente en la abrumadora fuga central, con un liderazgo del concertino muy notable, tanto aquí como en otros muchos momentos de la velada. Destacó, por lo demás, la última sección de la obertura tripartita, asumiendo el carácter de danza con soltura y solemnidad, en un leve toque afrancesado que –ahora sí– le sienta muy bien a la escritura. Después, una sucesión de arias para mostrar las c[u]alidades de los tres protagonistas de esta parte, comenzando por la soprano rumana Ana Maria Labin, de registro muy ligero, nítida y luminosa en la zona alta, de recorrido, cumpliendo con solvencia en las agilidades, aunque le falta algo de cuerpo y una mayor libertad de emisión. Si bien su timbre no logró encandilar, firmó un «Volate Amori» notable, aunque de dicción algo farragosa, acompañada por una vibrante orquesta. Más cómodo en estilo que en el Rameau previo, Dolcini planteó un aria «Voli colla sua tromba» de escaso recorrido en el grave, defendiendo la coloratura con precisión y con un agudo más nítido y limpio, acompañado apropiadamente por una cuerda de ligero sonido y una pareja de oboes de notable labor. Sin duda, la voz más destacada de los tres solistas fue la de la joven mezzosoprano francesa Juliette Mey, que ofreció una versión muy substancial de «Dopo notte atra e funesta», una de esas grandes arias «handelianas» que hacen disfrutar al solista y al escuchante casi por igual. De proyección quizá no tan sobrada para las dimensiones de la sala, Mey firmó unas agilidades con brillo y ligereza, articuladas con apabullante naturalidad, en un agudo sin excesiva personalidad y excesivo en el vibrato, aunque sí mostró un timbre de agradables coloraciones y, sobre todo, una zona central más corpórea, sólida y de matices mucho más personales e interesantes. Excelente, por lo demás, la elaboración del da capo, sin excesos, pero muy efectiva y en una extraordinaria labor de concertación junto a la orquesta. Acompañada de Labin ofrecieron el dúo «Bramo aver mille vite», con problemas claros de balance al inicio, muchos más presente la soprano, por momentos escasamente audible la mezzo, aunque fueron solventándolos a medida que avanzó el dúo. Ambas mostraron una interacción dramática de cierta intensidad, lo que ayudó al resultado final, destacando sobremanera el trabajo de sonido y fraseo en la sección de cuerda. Con el coro «Ognuno acclami» se llegó al final de esta selección, en una oportunidad tan rara como apasionante de escuchar un coro operístico de Handel en una versión para coro grande, con todos los matices que ello aporta. Excelente labor coral, acompañada de una dirección clara, certera y que supo extraer momentos muy destacados, como las nitidez en las distintas entradas de las voces, además del inteligente tratamiento dramático, que amplificó las bondades del instrumento.
Con L’Allegro, il Penseroso ed il Moderato, HWV 55, que posee un excelente libreto de Charles Jennens y James Harris sobre poemas de John Milton, llegaría la velada a su final. Se ofrecieron algunos de sus momentos más destacados, en las voces del tenor James Way y la soprano Rachel Redmond, ambos británicos –inglés el primero, escocesa la segunda–. Como los demás solistas, ambos pertenecieron, en distintas ediciones, a la academia Le Jardin des Voix, de la cual han salido muchos de los grandes solistas vocales especializados en canto histórico de las últimas dos décadas. Comenzó Way con el recitativo «Hence, loathed Melancoly» y el aria con coro «Haste thee, nymph, and bring with thee». Es un tenor al más puro estilo británico, de agudo sólido, timbrado, limpio y atractivo, reconocible, a lo que suma una dicción muy clara, una zona media contundente y con peso, muy capaz para afianzar los momentos más refinados de la escritura, pero sin perder personalidad tímbrica; incluso presenta un grave con cierta prestancia. Muy cómodo en este estilo, trabajó con inteligencia las articulaciones rítmicamente enfáticas en unos staccati muy expresivos y descriptivos hacia el texto, apoyado en la labor extremadamente teatral del coro.
Por su parte, Redmond planteó el recitativo accompagnato «First and chief, on golden wing» y el aria subsiguiente «Sweet bird» de impecable factura, tan luminosa como amable, elegante como expresiva, merced a un registro agudo cálido y con cuerpo, que se mueve con ligereza en las dinámicas bajas, a la que acompaño Saita con su acostumbrada y satisfactoria forma de entender los dúos con las voces traverso en mano, en un virtuosismo de ambos muy destacado, así como un manejo modélico del trino y el trémolo –en la voz de Redmond resultó natural y ligero–. Muy destacado, por lo demás, el aporte tímbrico del órgano positivo en el continuo. La soprano Maud Gnidzaz, dejó sus labores corales para ofrecer el aria y coro «Or let the merry bells ring round», con una vocalidad menos apabullante frente a la de su colega, pero cumplidora, aunque algo opacada en sonido por la orquesta. Destacó aquí la presencia de la celesta –que cumple las funciones prescritas por Handel para el carillón–, tan refinado y bien labrado por Béatrice Martin como era esperable. El coro, en su segunda sección, impactó por su profundidad sonora, un momento expresivo y de honda belleza, que redondeó un tratamiento de las disonancias en la cuerda de absoluta fineza. El recitativo y coro «There let the pealing organ blow», seguido de la fuga para órgano –de nuevo magistral Martin–, destacó por la alternancia entre los pasajes homofónicos corales frente a las intervenciones de Redmond, enlazando con el majestuoso y muy emotivo coro «These pleasures, Melancholy, give», perfecto en emisión, balance y dramatismo. Qué bello sonido el de la línea de sopranos, muy cuidada en equilibrio la presencia de las altos, con unos bajos sólidos y dúctiles, junto a una línea de tenores de brillante presencia tímbrica. Impresionante trabajo en la textura homofónica, además de la orquesta doblando las voces. Le siguió el maravilloso dúo «As steals the morn upon the night», uno de los hermosos escritos jamás por Handel o por cualquier otro compositor–, con Way y Redmond muy bien imbricados, exhibiendo sus voces de extraordinaria calidad en un entramado tan bien construido como emocionantemente expresivo. Impecable balance y afinación entre ambos, muy eficaz concertación y una labor excelsa de los oboes, junto a una gran presencia tímbrica de los fagotes en el bajo, redondearon una versión memorable. Regresó el coro para interpretar el final de la obra [«Thy pleasures, Moderation, give»], con gran hondura, firmando otro momento memorable de la velada, casi encogiendo el alma de los asistentes, que se retuvieron mínimamente antes de explotar en un aluvión de vítores y aplausos para agradecer lo allí presenciado.
Supongo que, aún en la distancia, Christie podrá sentirse orgulloso de esta celebración a cargo de su mano derecha y del conjunto de su vida, un festejo de toda una carrera dedicada a brindar las mejores músicas del Barroco a varias generaciones de oyentes por todo el mundo. Y les queda todavía mucho que ofrecer, de eso no me cabe ninguna duda.
Fotografías: ante la falta de fotografías oficiales del concierto en Madrid, e excepción de la primera, que sí se corresponde, se proporcionan instantáneas de la cita en París el pasado diciembre, autoría de Vincent Pontet.
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