Juan Jesús Rodríguez y Leonardo Sánchez en La traviata del Teatro Campoamor de Oviedo
Crítica de Nuria Blanco Álvarez de la ópera La traviata de Verdi en el Teatro Campoamor de Oviedo, bajo la dirección musical de Óliver Díaz y escénica de Paco Azorín
Juan Jesús Rodríguez y Leonardo Sánchez en La traviata del Teatro Campoamor de Oviedo
Juan Jesús Rodríguez conquista a una Traviata extraviada en lo escénico
Por Nuria Blanco Álvarez | @miladomusical
Oviedo. Teatro Campoamor. 12-XII-2023. La Traviata (Giuseppe Verdi). Ekaterina Bakanova (Violetta Valéry), Leonardo Sánchez (Alfredo Germont), Juan Jesús Rodríguez (Giorgio Germont), Anna Gomà (Flora), Jorge Rodríguez-Norton (Gaston), José Manuel Díaz (Barón Douphol), Stefano Palatchi (Doctor Grenvil), Andrea Jiménez (Annina), David Oller (Marqués d´Obigny). Coro Titular de la Ópera de Oviedo (Coro Intermezzo). Orquesta Oviedo Filarmonía. Dirección musical: Óliver Díaz. Dirección de escena: Paco Azorín.
Tras el fiasco del díptico La Edad de Plata con la representación de Goyescas y El retablo de Maese Pedro ideado por Paco López para la Temporada de Ópera de Oviedo, una de las más desenfocadas propuestas escénicas que hemos visto, nos encontramos con una Traviata que nos ha reconfortado en el apartado musical por el trabajo de Óliver Díaz, uno de los más importantes directores de orquesta españoles del presente y un maestro de unas condiciones artísticas muy especiales y difíciles de encontrar, además de un reparto vocal en el que brilló el que a nuestro juicio, es el mejor barítono y no sólo verdiano, de la actualidad, el español Juan Jesús Rodríguez, un auténtico titán del arte del canto lírico que, paradójicamente, no está encontrando entre los gestores de nuestro país el respaldo que por justicia artística le corresponde. Pero vayamos por partes.
Ekaterina Bakanova en La traviata del Teatro Campoamor de Oviedo
No se comprende cómo, para disgusto de muchos socios y público general, la entidad continúa produciendo (en este caso junto al Festival Castillo de Peralada) en una línea que, lejos de ser transgresora o moderna, parece centrada en propuestas que carecen de sentido poniendo por delante las ideas de unos visionarios que pretenden a toda costa alzarse con un protagonismo que lamentablemente no va unido a una genialidad. En el caso que ahora nos ocupa, toda la acción de La traviata transcurre entre cuatro mesas de billar, a modo de camas orgiásticas que, si bien puede ser una idea original para el primer acto, carece de sentido en los siguientes, tanto, que Paco Azorín, responsable de su diseño y de la dirección de escena, y que parece obsesionado por sexualizarlo todo, añade además varios elementos para que su propuesta no pase desapercibida importándole bien poco el devenir de la historia, ni la comodidad del coro para sus intervenciones, por no hablar de los continuos parones para mover su obra de ingeniería con los que se rompía el ritmo de la ópera en cada cambio de cuadro.
El plano de las mesas se levanta en la vertical en los demás actos en los que un grupo de acróbatas se cuelgan de sendas cuerdas «caminando» perpendicularmente por su nuevo suelo para reproducir escenas eróticas bastante explícitas y de mal gusto en las mesas que ahora cuelgan sobre el escenario, ¡si el maestro Franco Zeffirelli levantara la cabeza! También hubo tiempo incluso para unos saltimbanquis, que nos recordaron a los monos alados de Wicked. Gran parte de este oscuro circo transcurre durante la escena del dúo entre Violetta y el viejo Germont, pueden imaginarse dónde estaba puesta la atención del público en uno de los momentos más dramáticos de la ópera. También Azorín se toma la libertad de añadir un personaje, una niña pequeña que aparece en no pocas ocasiones en la obra a la que además adjudica un par de frases, y traslada la acción del segundo acto a tres años más tarde, en lugar de tres meses, para «dar sentido» a la nueva incorporación, modificando por tanto el texto del fragmento correspondiente. También nos muestra a una Traviata demasiado «violeta», no solo por su nombre y vestuario, pues con el lema «Sempre libera» proyectado una y otra vez a lo largo de la representación, pretende hacernos comulgar con la idea de ser ella el modelo al que toda mujer debe aspirar para sentirse libre, ¿de verdad que una cortesana, una especie de prostituta de lujo de la época, puede entenderse como el epítome del feminismo? Da igual la obra que se le ponga por delante al Sr. Azorín, siempre que haya una mujer protagonista en escena, lo único que parece preocuparle es adoctrinar con sus ideas de empoderamiento y feminismo, metidas a calzador allá donde sus proyectos le lleven. Yo sí que puedo decir que me siento «Sempre libera» al poder expresarme con total libertad en un medio como CODALARIO.
Juan Jesús Rodríguez y Ekaterina Bakanova en La traviata del Teatro Campoamor de Oviedo
El Coro Intermezzo se mostró arrollador en escena doblegándose a las exigencias de Azorín incluso cuando los extenuantes movimientos pélvicos de ellos y de pecho de ellas a lo largo de su intervención en el coro de toreros y gitanas les dejara exhaustos físicamente y afectados en lo vocal. Tampoco lo tuvieron fácil en la famosa escena del brindis al no dejar de agitar sus brazos ni un solo momento mientras los acróbatas yacían en parejas en movimientos sexuales como los de la cantante Aitana en su última gira que tanto dieron que hablar por la audiencia a la que se dirige.
Ekaterina Bakanova, como Violetta, estuvo destemplada en el primer acto, emitiendo sus frases con una especie de pie métrico griego, alternando sílabas fuertes y suaves, como si de un troqueo se tratara, así interpretó «Sempre libera», con evidentes signos de fatiga, haciendo un sobreesfuerzo con notorios golpes de diafragma que delataban sus dificultades para afrontar esta complicada aria, en la que no mostró ni elegancia, ni fraseo, ni fiato, al tener que respirar incluso en momentos comprometidos. Tampoco estuvo afortunada en el primer cuadro del acto segundo, evidenciando una falta de linealidad en su canto y haciendo irreconocible a la Traviata. A pesar de la belleza de su voz en ciertos momentos y de las agilidades que puede llegar a afrontar, incluso su buen hacer en «Addio, del passato», Bakanova no está en disposición de ofrecer una Violetta en todo su esplendor. Sobreactuó al recibir los aplausos finales, permaneciendo mucho más de lo debido en el proscenio, cuando no cabía duda de que la estrella de la velada no había sido ella.
Leonardo Sánchez, que debutaba en la Ópera de Oviedo, ofreció un Alfredo correcto que con el tiempo logrará pulir. Posee una bonita voz, muy natural, a la que le faltan efectos en los agudos y volumen en los finales de frase. La imponente presencia escénica y vocal de Juan Jesús Rodríguez como Giorgio Germont arrebató a la audiencia en todas y cada una de sus intervenciones, con un carisma y un instrumento privilegiado que maneja con total naturalidad. Qué mal gusto escénico ante la belleza de la voz del barítono mientras cantaba «Pura siccome un angelo», teniendo que lidiar con la aparición en cadena de diferentes parejas realizando todo tipo de juegos sexuales sobre su cabeza. La ingenua explicación de un supuesto plano onírico sobre el real es un vano intento de Azorín de justificar su afán de notoriedad. Rodríguez fue muy aplaudido y braveado en su magnífica interpretación del aria «De Provenza il mar». El resto del reparto actuó adecuadamente.
Ekaterina Bakanova y Leonardo Sánchez en La traviata del Teatro Campoamor
Un aliciente de la velada fue la versión musical del maestro Óliver Díaz quien hizo que la Oviedo Filarmonía se plegara a su visión de la partitura. Precioso el Preludio, mostrándonos los diferentes temas de la ópera con detalle y personalidad, ¡qué evocadora la pausa previa al motivo del «Ámame Alfredo»! Y cómo cuida a los cantantes el maestro Díaz, dejando de lado la batuta en los momentos vocales exigentes para ayudarlos con la expresividad, asunto que mimó también con la orquesta dejando un delicadísimo Interludio en el cuadro final.
Fotos: Iván Martínez / Ópera de Oviedo
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