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Crítica: La Sinfonietta de la Escuela Superior de Música Reina Sofía visita las «Series 20/21» del CNDM

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Autor: Codalario
29 de abril de 2021

Los límites de lo agradable

Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid. 26-IV-2021. Auditorio 400 del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Centro Nacional de Difusión Musical [Series 20/21]. Quatre pantomimes pour six,  de Luis Fernando Rizo Salom; At First Light, de George Benjamin; Libres en el sonido, presos en el sonido, de Graciela Paraskevaídis; Sinfonía de cámara nº 1, Op. 9, de Arnold Schönberg.

   Corresponde a los filósofos y no a este simple escribano establecer los límites de la belleza y el arte. No me atrevería a aventurarme en unas pocas líneas en terreno tan farragoso. ¡En absoluto! Sin embargo, sí puedo hablar de lo que siento, de mi experiencia tanto mental como física. En este caso fue dolor. No, no hablo de forma figurativa. Fue dolor de oídos concretamente, causado por sonidos desagradables a un volumen excesivamente alto. Y no se piensen que servidor es un petimetre delicado como una flor, aquí uno tiene experiencia acreditada en bandas de música y charangas.

   La música jamás debe cruzar ese límite, el de provocar dolor físico a sus oyentes. Creo, sinceramente, que en el momento en el que causa más sufrimiento que placer debemos dejar de hablar de música y nombrarlo propiamente como «ruido»,

   Se podría haber ofrecido un espectáculo mucho mejor con el material que había, comenzando ya por las formas. En el programa indicaba como hora de inicio las 19:30 de la tarde del lunes 26 de abril. No obstante, cuando las luces del Auditorio 400 se apagaron, no empezó a sonar la música, sino que hubo una presentación en la que pudimos escuchar un sinfín de agradecimientos y un comentario de las obras que nada añadía al programa de mano. A menos cuarto terminó el presentador y salieron los técnicos a recolocar atriles. Hubo unos minutos de espera en los que se escucharon voces y risas provenientes seguramente de algún camerino o sala de espera adyacente al auditorio y, finalmente, aparecieron los músicos que comenzaron a tocar a menos diez. Estas esperas se convertirían en habituales entre obra y obra. Llegando a tener que esperar entre la tercera y la cuarta pieza algo más de diez minutos entre movimientos de sillas, instrumentos y afinación. Quizás piensen que fue algo anecdótico. No quiero ser un quejica. Pero es cierto que esta clase de cosas provocan un efecto de poca profesionalidad.

   Terminados los preámbulos vayamos a la parte auditiva. La obra de Luis Fernando Rizo Salom resultó sumamente desagradable, especialmente los dos primeros movimientos. Demanda una alta exigencia técnica a los músicos para atormentar al oyente con súbitos golpes de sonido de los instrumentos de viento –flauta, clarinete y trompa– que, en la versión de la Sinfonietta de la Escuela Superior de Música Reina Sofía, fueron tan fuertes que no solo causaron molestia en el oyente, sino que taparon las partes de la cuerda musicalmente más interesantes.

   George Benjamin es un compositor que está de moda. La temporada pasada pudimos escuchar su ópera Into the Little Hill en los Teatros del Canal y hace un mes su último estreno Lessons in love and violence se presentó en el Liceu de Barcelona. No creo que At First Light represente en absoluto la música de este compositor. Es una obra de juventud muy provocadora y que, al igual que las pantomimas de Salom, abusa de un forte con el que hay que tener mucho cuidado. Baldur Brönnimann no lo tuvo. Animó a su oboe y al percusionista a emitir unos sonidos por encima de los límites de lo agradable provocando, en consecuencia, que las voces de las cuerdas, el fagot o el piano pasasen desapercibidas. Solamente es rescatable el final, en el que sí se pudo apreciar una buena dirección.

   Libres en el sonido, presos en el sonido es una obra con un título demasiado pomposo para consistir en una alternancia entre sonidos que nos recuerdan a alarmas de tienda de ultramarinos y la banda sonora de Psicosis.

   Por fin, en Arnold Schönberg pudimos apreciar la calidad de estos jóvenes músicos cuyo talento había quedado opacado por una selección de repertorio completamente equivocada. Aunque se notaron ciertos vicios que ya me habían rechinado en obras anteriores, como el oboe, de nuevo, buscando un mayor protagonismo en lugar de imbricar su sonido con el del violonchelo en el dúo; en general pude apreciar una gran profesionalidad: la concertino trazó unas líneas muy bellas y muy melódicas; el violista emitió un sonido muy bello, grave, sonoro, repleto de armónicos...; los graves –violonchelo, contrabajo, clarinete bajo, fagot y contrafagot– supieron crear una excelente base sobre la que construir las complejas armonías y los metales esta vez supieron mantener un sonido bello y adecuado al volumen que se espera de una orquesta de cámara. Brönnimann también supo ejecutar la Sinfonía de cámara con excelente resultado, especialmente el último movimiento, en el que mostró seguridad, gran sentido del ritmo y fuerza, pero esta vez, eso sí, dentro de los límites de lo agradable.

   Sinceramente. Ojalá hubieran interpretado solamente a Schönberg. Creo que para los jóvenes debemos reservar las obras de mayor calidad, aquellas que les hagan crecer como músicos y no devanarse con unos sonidos que quizás no son lo suficientemente adecuados para las salas de concierto. Muy a mi pesar tengo que admitir que la Sinfonietta de la Escuela Superior de Música Reina Sofía ofreció en esta ocasión un espectáculo poco profesional. Quizás les sirva esta apreciación para valorar en adelante la atención y el mimo a un público al que, de seguir su carrera como músicos, se han de consagrar, teniendo en cuenta que de éste –el público– dependerá su destino.

Fotografías: Rafa Martín/CNDM.

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