La agrupación española regresó a la figura de este compositor sevillano activo en Italia, tras la grabación de su Op. I, para ofrecer esta opera quarta en la que la influencia de compositores como Torelli se aprecia de forma clara, conformando unas interpretaciones en las que Rodrigo Gutiérrez y Ricard Casañ brillaron junto a un sólido continuo.
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 15-IV-2021. Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Universo Barroco]. Bolonia, 1708: los conciertos op. 4 del Accademico Formato (Francisco José de Castro ‘Spagnuolo’) versus el nuevo lenguaje de Giuseppe Torelli. Obras de Francisco José de Castro y Giuseppe Torelli. La Real Cámara | Emilio Moreno [violín barroco y dirección artística].
Queremos recuperar con este programa la figura de ese Castro «académico» que, después de haberse formado a la sombra de la escuela de Corelli en Brescia, entró en contacto con el lenguaje profundamente innovador del formidable Torelli, tan diferente a la escuela romana del gran violinista de Fusignano.
Emilio Moreno.
Muy poco es lo que se conoce acerca del compositor español Francisco José de Castro (c. 1670-c. 1723), seminarista jesuita sevillano conocido en Italia como «Spagnuolo», donde desarrolló la gran parte de su carrera musical, al menos lo que se conoce de ella. A La Real Cámara de Emilio Moreno se debe gran parte de la recuperación de esta figura poco conocida hasta hace algunos años, pues hace pocos años llevaron a cabo en Glossa una grabación del Op. I de Castro, al que Moreno bautizó como el «Corelli español». Sin ser, personalmente, muy afín a ese tipo de comparativas, se puede entender con claridad lo que el violinista proponía, porque es cierto que la influencia de Corelli –como en otros muchos compositores, italianos o foráneos, en aquel momento– es fuerte en Castro. De él actualmente se conocen únicamente sendos opus: el Op. I y este Op.IV, ambos bajo el pseudónimo de «Accademico Formato», pero ya atribuidos con bastante seguridad por los especialistas. Dice Marco Bizzarini que «la Academia de los Formados, cuyo ‘príncipe’ era Gaetano Giovanelli, tenía por emblema una concha flotando en el mar y enseñaba tres materias: Letras, Especulación (es decir, Filosofía) y Armas. Sabemos que Francisco José de Castro era ‘académico en Letras y Armas’ al igual que Lorenzo de Castro, probablemente su hermano, él también alumno interno durante la misma época, del colegio de Brescia y notable violinista».
El propio Emilio Moreno, violinista, director artístico y fundador del conjunto protagonista de esta velada, habla así de esta serie de conciertos en la notas al programa de este concierto planteado en el Universo Barroco del Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM]: «Queremos recuperar con este programa la figura de ese Castro ‘académico’ que, después de haberse formado a la sombra de la escuela de Corelli en Brescia, entró en contacto con el lenguaje profundamente innovador del formidable Torelli, tan diferente a la escuela romana del gran violinista de Fusignano. Escucharemos los ocho conciertos que conforman el Op. 4 de nuestro Accademico Formato, en los que, igual que en el Op. 1 de Castro, los Trattenimenti armonici da camera que La Real Cámara grabó en 2016 en el sello Glossa, se pueden percibir constantemente aquellos ecos de la formación primera hispana de su autor, hermanados a la perfección con el novedoso y a la vez apreciadísimo lenguaje del entorno de la música boloñesa en la imponente basílica de San Petronio, verdadero templo de la música italiana de los primeros años del siglo xvi i i , en el que, a diferencia del estilo corelliano, donde el violín y los instrumentos de cuerda son el centro de toda actividad musical, el nuevo oboe y la brillante trompeta aportan un color especialmente atractivo al viejo entramado tradicional de la cuerda. Completan la audición de los Concerti accademici, Op. 4 de nuestro Accademico un par de preciosas obras de Giuseppe Torelli: el Concerto per la tromba ‘Estienne Roger 188’ en re mayor, así llamado por el nombre del famoso editor parisino que lo publicó por vez primera, y Sinfonia à tre: due violini, violoncello e basso en do mayor, Op. 5, nº 5. En ellos, podremos apreciar con claridad la influencia del maestro boloñés en el expresivo lenguaje de nuestro Accademico Formato, es decir, Francisco José de Castro, y sus extraordinarias dotes para imaginar las espléndidas texturas de sus breves conciertos».
Estos Concerti accademici à quattro, cioè un’oboè, due violini e violone con la parte per il cembalo, opera quarta, publicados en Bologna en 1708 presentan música de notable interés, que melódicamente plantea momentos muy bellos, con sus motivos y temas engarzados con notable brillantez, con la presencia además de un instrumento como el oboe, que le aporta el terciopelo y la fineza, mientras que la trompeta aporta la prestancia y solemnidad. Como el propio Accademico Formato explica en su Intenzione dell’autor: «alcuni di tali Concerti trompeta può sonare una tromba in mancanza dell’oboè», esto es, que el obeo podría sustituirse por la trompeta en caso de que fuera necesario. Castro propone cuatro de los conciertos para oboe solista, dos de ellos para oboe o trompeta, uno para oboe con violonchelo y, en el concierto de cierre, propone a ambos instrumentos de viento como protagonistas. Todo ello, acompañado siempre por una escritura orquestal para dos violines y bajo continuo, con partes independientes en la edición de 1708 para violonchelo y cembalo respectivamente. Lo que planteó Moreno al frente de La Real Cámara fue dar cabida a trompeta y oboe de la forma más equitativa posible, por lo que, si bien Rodrigo Gutiérrez tuvo algo más de presencia que Ricard Casañ, ambos tuvieron la oportunidad debida para mostrar sus credenciales. Y afortunadamente para el resultado global del concierto así fue, porque si bien los violines de Moreno y Enrico Gatti no estuvieron ni brillantes ni afortunados a lo largo de gran parte de la velada, hay que celebrar el concurso más que satisfactorio de ambos instrumentistas de viento.
Partes de la trompeta [tromba] y oboe en el concerto VIII de los Concerti accademici à quattro, cioè un’oboè, due violini e violone con la parte per il cembalo, opera quarta [Bologna, 1708]. Museo Internazionale e Biblioteca della Musica, Bologna.
Veamos los pormenores de la interpretación, analizando con cierto detenimiento los tres primeros conciertos, que fueron interpretados de forma correlativa en un primer bloque. El Concerto primo co’l violoncello obbligato e l’oboè [re mayor] es, al igual que el séptimo, el único que se desarrolla en cinco movimientos, invirtiendo el movimiento inicial del habitual lento a una indicación de tempo rápida, para mantener así el carácter contrastante lento-rápido-lento-rápido de los restantes conciertos. Lo más destacado ya desde el inicio fue la participación de Gutiérrez, que mostró aquí una pulquérrima afinación, además de una emisión muy cuidada, con una gestión del fraseo y el aire excepcionales. Se trata de uno de los oboístas barrocos españoles más importantes del panorama, y no es por casualidad. Si bien son obras –excepción hecha de algunos movimientos concretos– que no exigieron de él un virtuosismo desaforado o unos recursos técnicos descomunales, sin embargo requerían de una notable fineza y elegancia para que funcionasen, y así fue. Merecido aplauso aquí para Mercedes Ruiz, al violonchelo barroco, que exhibió unas articulaciones clarividentes, con una delicadeza en el fraseo y un sonido de notable expresividad. Bien construida la imitación entre el oboe y violín I, así como en el motivo principal del último movimiento lento en el violonchelo, con una sincronía general interesante entre ellos, perfilando los pasajes rítmicamente más escabrosos con bastante diafanidad. En general, como sucedió a lo largo de la velada, los problemas de afinación, con un sonido poco brillante y un trabajo en el unísono de poca solvencia en los violines resultaron los problemas más acuciantes en unas versiones que por lo demás contaron con un bajo continuo bien desarrollado Pablo Zapico a la tiorba y guitarra y Aarón Zapico al clave, como suele ser en su caso con notables dosis de imaginación –a veces excesiva–, pero en general muy sólido.
El Concerto secondo à quattro: oboè, violini, violoncello e cembalo [fa mayor] se inició de nuevo con desajustes en los violines, solventando la papeleta la aparición del oboe solista, que en no pocas ocasiones a lo largo de la noche tuvo que socorrer la participación de los violines. Interesante, sin embargo, las ornamentaciones presentadas por ellos –especialmente por Moreno– en el segundo movimiento del concierto, aunque de nuevo con la recurrente problemática de una afinación poco ajustada. Especialmente interesante en este concierto II resultó el movimiento conclusivo, de notable virtuosismo en el que el sonido de grupo llegó con una mayor solvencia y empaste. Brillante de nuevo Gutiérrez en las partes solísticas. Por su parte, el Concerto terzo. Può sonare una tromba in mancanza dell’oboè [re mayor] presentó por vez primera a Casañ, quien acometió unas lecturas de gran limpidez en el sonido y brillantez técnica en los movimientos rápidos –los lentos no están concebidos para que participe el instrumento–. Bien delineada la escritura contrapuntística en el primer Allegro, con una eficaz trompeta barroca –con agujeros–, que dio lugar a Adagio en el que el violonchelo de Ruiz tuvo la oportunidad de volver a epatar con su lirismo, acompañada de manera muy refinada por la tiorba. El Allegro conclusivo presentó un efectivo diálogo imitativo entre trompeta y violines, con un carácter y balance muy bien defendido, en el que fue uno de los momentos más interesantes de toda la velada.
Alternando con los tres bloques dedicados a los conciertos de Castro, e intentando aportar evidencias de la ya mencionada influencia sobre la música del sevillano de Giuseppe Torelli (1658-1709), se interpretaron dos obras del compositor veronés, comenzando por el Concerto per la tromba ‘Estienne Roger 188’ en re mayor, ITG 21, construido ya en los tres habituales movimientos del concierto italiano de la época difundido por Antonio Vivaldi y otros compositores. De nuevo hubo que celebrar un saber estar de empaque en la trompeta de Casañ, que incluso ofreció algunos momentos de sonido delicado en dinámicas más bajas, una faceta en la que no es siempre se puede ver a los trompetistas en estos repertorios. Interesante, a su vez, el movimiento central, solo con los violines presentando un sutil dúo, ahora sí con una afinación bastante ajustada y un sonido muy bien elaborado en ambos, aunque en la sección rápida del movimiento se echaron en falta unas articulaciones más claras que evidenciasen la línea con mayor diafanidad. El movimiento conclusivo presentó algunos leves problemas de emisión en la trompeta, de los pocos que hubo que lamentar en la velada, pero se saldó en general de forma positiva. La otra obra de Torelli fue su Sinfonia à tre: due violini, violoncello e basso en do mayor, Op. 5, n.º 5 [1692], desarrollada con inteligencia por Moreno y Gatti en el dúo inicial, sumando además las interpolacione –siempre acertadas– de Ruiz, además de un continuo de nuevo sólido y muy solvente. Las profusas ornamentaciones fueron dibujadas con fluidez, así como las progresiones melódicas en el violín I, elaboradas con corrección. Balance de sonido bastante ajustado en toda la obra, a excepción del acorde final de la Sinfonia, con demasiada presencia del clave, que no permitió escuchar el aporte del resto del bajo continuo y los violines.
Sin detenerse con mayor detenimiento en el resto de los conciertos de Castro, no sería de justicia omitir los problemas sufridos por el oboe de Gutiérrez en el sexto concierto, especialmente en el Allegro conclusivo, que llamaron más la atención quizá por el muy alto nivel presentado por él a lo largo del concierto, pero que sin duda sirvió para humanizar a este joven talento. Mejor en este concierto la afinación de los violines, con una emisión más brillante y de mayor pulcritud, aunque las articulaciones resultaron algo farragosas en momentos concretos, como el primer Allegro. Bello y delicado el dúo de los violines en el último movimiento lento, de nuevo con apariciones muy destacadas de violonchelo barroco y tiorba. Sí cabe detenerse, dado que por vez primera todos los intérpretes se situaron juntos sobre el escenario, en el Concerto ottavo à cinque: tromba, oboè, due violini e basso [re mayor], iniciado por un cálido Grave introductorio en violines y continuo, dando paso al primer Allegro que sirvió para plantear el diálogo entre trompeta y oboe, siempre muy delicado por la capacidad distinta de cada cual para articular, además de su timbre bastante alejado en sus características principales. Sin embargo, el planteamiento fue muy inteligente, balanceando con mucha claridad ambos instrumentos, de tal manera que ambas líneas resultaron muy inteligibles por medio de una articulaciones muy efectivas y bien elaboradas. Además, el sonido general del conjunto llegó con bastante empaque. Línea similar en el Allegro conclusivo, remarcando ambos solistas sus cualidades más destacadas, aportando un refinado fraseo y su calidez tímbrica el oboe, mientras la trompeta hizo lo propio con su carácter marcial y su timbre más argénteo.
Puede decirse que, al contrario de lo sucedido en el conocido mito de Apolo y Marsias, enfrentados en una competición musical por ver qué instrumentos eran los más capaces, si los de viento o los de cuerda –les adelantaré el final: ganaron Apolo y, por ende, los de cuerda–, en esta ocasión Marsias –encarnado en la juventud de Gutiérrez y la experiencia de Casañ, pero en general en la destreza de ambos– apareció para socorrer a unos violines muy alejados de lo cabría esperarse de intérpretes de su nivel y años de experiencia. Una lástima, porque un conjunto de la trayectoria de La Real Cámara no debería ofrecer una sección de la importancia de los violines bastante por debajo del nivel del resto del conjunto. De cualquier manera, mereció la pena escuchar esta muestra de la calidad expresa de ese Castro «spagnuolo», qué duda cabe, pero tan italiano como los Corelli o Torelli a los que tanta admiración les profesaba.
Fotografías: Elvira Megías/CNDM.
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