Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid. 18-II-2021. Basílica Pontifica de San Miguel. FIAS 2021 [XXXI Festival Internacional de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid]. Selección de música sacra de Carlos Patiño. La Grande Chapelle. Albert Recasens, director.
Un año más, con la llegada de la Cuaresma retorna el FIAS [Festival Internacional de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid]. Este año tiene, si cabe, una relevancia aún mayor por las circunstancias a pesar de las cuales Pepe Mompeán y su equipo han logrado programar una serie de grandes conciertos que devuelven la esperanza al panorama cultural de Madrid.
Y es que, ese es el mensaje que se ha de hacer llegar en la Cuaresma: la esperanza. Da igual que se sea creyente o ateo, la primavera siempre trae el renacer de la vida natural y, ¿por qué no? También de uno mismo. Así, tras ser cercenado por el inicio de la pandemia el pasado FIAS en su 30ª edición, el número 31 llega para demostrar que siempre volverá a florecer la primavera.
El pistoletazo de salida lo dio un grupo con bastante trayectoria dentro del FIAS: La Grande Chapelle. El repertorio fue también muy interesante: una reconstrucción de varias obras religiosas del compositor español Carlos Patiño, quien fuera maestro de la Capilla Real durante el reinado de Felipe IV. El interés aumenta aún más si somos conscientes del hecho de que Patiño compartió espacio en la corte con nada menos que con Velázquez. Quizás los oyentes de este repertorio se acerquen la próxima vez a Las Meninas con un espíritu diferente, ahora que conocen la música que escuchaban las retratadas.
Los cantos, provenientes de distintas fechas del calendario litúrgico y con plantillas muy variadas, permitieron a La Grande Chapelle mostrar sus múltiples facetas. En este aspecto, merece la pena comentar el resultado que dieron las diferentes agrupaciones.
Comenzamos por una serie de antífonas –entendidas como himnos litúrgicos cantados por dos partes del coro alternativamente– a ocho voces. En este tipo de obras la multitud de líneas melódicas produce un efecto de pirotecnia, de grandeza. Sin embargo, para conseguir un efecto de majestuosidad total, a La Grande Chapelle le faltó estar mejor arropada por los graves, conformados por el violón [Marta Vicente], el bajón [Marta Calvo], el órgano positivo [Alfonso Sebastián] y la voz del bajo Javier Cuevas. Este último sí destacó, por ejemplo, en la antífona «Ave Regina Celorum» con un timbre profundo, oscuro y, en definitiva muy característico, haciéndose notar en cada una de sus entradas, lo que fue especialmente gratificante en las abundantes entradas fugadas o en canon que escribe Carlos Patiño.
Muy interesante también en esta parte de antífonas «a dos coros» la parte de los sacabuches en obras como «Maria Mater Dei» con líneas abundantemente ornamentadas.
Sobre todas las voces destacó la de la soprano principal Alena Dantcheva potente, bien colocada y con un timbre claramente diferenciador que sobresalía con fuerza entre la amalgama armónica. No destacó tanto la voz de Lucía Caihuela que tuvo una preciosa parte solista en el «Magnificat» a 8 voces. Sin embargo usó una técnica que no sé si trataba de imitar el timbre del contratenor, pero que quedó falta de proyección. Lorena García sonó más similar a Dantcheva y destacó especialmente en la Letanía de Nuestra Señora y en los elegantes ornamentos del «Veni, Sancte Spiritus» final.
Pero creo que, para ser justos, más que como solistas debemos evaluar las voces en conjunto. Por ejemplo, Lucía Caihuela encajó a la perfección con los timbres de Gabriel Diaz Cuesta, Ferran Mitjans y Javier Cuevas en el «Libera me, Domine», en el que también pudimos escuchar un juego de «ecos» en el «Dies Irae» realmente emocionante. También supo Díaz Cuesta encajar muy bien con el tenor Gerardo López Gámez en el «Ave Regina Celorum», lo que achaco, sin duda, a la flexibilidad vocal del primero para el cambio de registros.
Fue curiosa la mezcla de voces graves con el bajón de Marta Calvo en el «Domine quando veneris». Siempre es interesante cuando se juntan los timbres de las voces con el de los instrumentos, muchos más potentes, sin embargo, Calvo fue capaz de tocar con la delicadeza suficiente como para lograr una cohesión adecuada.
Excelente la dirección del maestro Albert Recasens, que tuvo que lidiar con una agrupación dividida hasta en tres partes, como fue el caso para el «Laudate Dominum» y el «Beatus Vir». Encajó mejor la disposición que se realizó para la segunda obra que la de la primera, la cual quedó un tanto desnivelada.
La Grande Chapelle logró con este concierto dos objetivos que me parecen muy loables de cara a un festival dedicado a la difusión cultural como es el FIAS: enseñar la gran variedad musical de la corte española de mediados del XVII y demostrar la espectacular inventiva de un compositor nacional como Carlos Patiño, a quién se agradece vuelvan a colocar en el lugar que le corresponde.
Fotografía: Tempo Musicae.
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