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Crítica: Jupiter honra a los dos «Orfeos» del Barroco inglés, en el «Universo Barroco» del CNDM

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Autor: Mario Guada
4 de junio de 2022

El joven y talentoso conjunto, que plantea su visión musical desde la libertad, la imaginación y el disfrute, se estrenó en Madrid, comandado por el laudista Thomas Dunford y la voz de Lea Desandre, para ofrecer un hermoso recorrido por la música de los dos grandes compositores ingleses del Barroco: John Dowland y Henry Purcell

La heterodoxia como marca de éxito

Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid, 28-IV-2022, Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Universo Barroco]. Obras de John Dowland y Henry Purcell. Lea Desandre [soprano] • Jupiter: Louise Ayrton, Ruiqi Ren [violines barrocos], Jérôme van Waerbeke [viola barroca], Myriam Rignol [viola da gamba], Douglas Balliett [contrabajo barroco], Arnaud de Pasquale [clave y órgano], Thomas Dunford [archilaúd y dirección].

Oh, Dowland, de improviso robas mi pobre mente, las cuerdas que tañes abruman mi pecho. El dios, con su poder divino, dirige tus temblorosos dedos, entre todos los grandes dioses debería ser el primero… Pero tú, bendito, detén tus divinas manos; ahora, por un momento detén tus divinas manos. Mi alma se diluye, no me la arrebates.

Thomas Campion: Poemata [1595].

En la persona del señor Purcell finalmente encontramos a un inglés capaz de igualar lo mejor que hay en el extranjero.

John Dryden: dedicatoria a Amphitryon [1690].

   Fueron, sin lugar a dudas, las dos luminarias de la música inglesa hasta le llegada de Benjamin Britten –exceptuamos la figura de Handel, ciudadano inglés de pleno derecho desde la década de 1720, pero que apenas practicó género del país a parte del anthem, la ode y el oratorio inglés, género de su propia creación–. Hablamos de John Dowland (1563-1626) y Henry Purcell (1659-1695), cada uno de ellos representantes de una manera de entender la música, pero también conectados por algunos géneros y por un acercamiento a la música vocal, si bien distante, a la vez delicado y repleto de sutilezas. A sendos autores se dedicó en exclusiva este programa del joven conjunto Jupiter, formado en 2018 y que tiene en el intérprete francés de cuerda pulsada Thomas Dunford a su líder natural, aunque contando con el apoyo de otros jovencísimos talentos como la soprano franco-italiana Lea Desandre –ambos muy cercanos al círculo de William Christie–, en su primera visita al Universo Barroco del Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM] y a la capital madrileña. Una parte para cada uno de ellos, planteada desde la heterodoxia apabullante que caracteriza a este ensemble, que domina desde la técnica, pero sobre todo la libertad interpretativa y una concepción casi a la manera de una jam session. Interesante, por lo demás comparar a ambos autores sin entremezclaros en ambas partes, pues así ambas sonoridades –con puntos en común, pero bastante diferentes una de otra– pudieron apreciarse con una gran diafanidad, con el añadido de ser todo un compendio de algunos de los «grandes éxitos» de cada uno de ellos, piezas de una calidad inmensa y muy representativas de su manera de concebir la música para voz e instrumentos.

   La primera parte estuvo dedicada al gran autor del Renacimiento tardío en las islas británicas, a través de una serie de obra vocales alternadas con otras puramente instrumentales, que sirvieron como una exquisita muestra de su arte creador. Abrió la velada la exquisita «Come again!» [The first book of songes, 1597], que en la voz de Desandre resonó con firmeza, libre, prístina en ocasiones, a pesar de que no es la suya una vez especialmente apropiada para este repertorio, sino para que se maneja con mayor soltura y adecuación en repertorios de una vocalidad más expandida, menos íntima –el acomodamiento en la música de Purcell fue mucho mayor–. Impecable sonoridad en el tutti, destacando sobremanera un Dunford al que es difícil ponerle un pero a nivel creativo –más allá del gusto personal– y técnico. Es un alma musicalmente libre, no hay duda, su acercamiento histórico puede poner en duda –en esto tampoco hay debate–, el instrumento que toca es de una tipología que en realidad nunca existió –un archilaúd de cuerdas simples con el que acomete un repertorio muy extenso que requiere, en realidad, de varios instrumentos–. Tal es la libertad, que incluso los restantes miembros del conjunto pudieron introducir algunas interpolaciones vocales a 4 partes, defendidas con cierta gracia, aunque sin pasar de lo anecdótico. Lo que sí lo hizo fue el vibrante entendimiento entre todos ellos, una frescura y un naturalidad que no se ven a menudo en muchos conjunto –sí con mayor frecuencia entre los grupo emergentes–.

   Semper Dowland, semper dolens [Lachrimae, or Seven tears, 1604] es una de las grandes obras instrumentales del genial compositor británico, toda una declaración de intención y un hermoso juego de palabras en el título. Música de norme hondura, llegó aquí en una traslación del original a un broken consort conformado por dos violines, viola, viola da gamba, contrabajo y el archilaúd, destacando tanto la firmeza del sonido en la cuerda como el siempre imaginativo, colorista y refinado aporte de Dunford a su instrumento, pero especialmente la espectacularidad de sus ornamentaciones. Afinación exquisita, manejando la escritura contrapuntística con gran soltura. El sonido del tutti aquí resultó de una calidez apabullante, acogiendo en su seno al escuchante. «Go crystal tears» [The first book of songes] fue un ejemplo de que, a pesar de la belleza tímbrica y la ya notable madurez vocal de Desandre, falta quizá emblanquecer una emisión de excesivo lirismo, en la que incluso se aprecian momentos de un vibrato notable. Dicción muy cuidada la suya, sus compañeros la abrazaron con un acompañamiento rebosante de sutilezas. Le siguió la célebre Frog galliard (c. 1590), pieza originalmente para laúd que fue interpretada aquí en una versión para consort muy libre, que comenzó con el propio Dunford acometiendo la pieza a solo, casi improvisando. Después, la melodía pasó a los violines, mientras el pulsista contrapunteó la parte con una visión extraordinariamente ornamental, resulta de forma brillante. Sin solución de continuidad se interpretó «Now, o now, I needs must part» [The first book of songes], de nuevo con el tutti acompañando a una voz en la que faltó quizá cierta dulzura. Muy interesante cómo se expandieron y aligeraron las texturas para aportar una enorme expresividad y variedad con gran efectividad. Destacable, además, el contraste entre los colores y las ornamentaciones en los violines en las partes puramente instrumentales.

   Refinadísimo trabajo de consort en Lachrimae antiquae [Lachrimae, or Seven tears], tanto en su profundidad como en la filigrana en la que se fueron perfilando las diversas líneas. Los violines barrocos de Louise Ayrton y Ruiqi Ren volvieron a ornamentar con profusión, en fantástico contraste con la densidad aportada por Dunford y el contrabajo barroco de Douglas Balliett y la viola da gamba de Myriam Rignol, contando con el aporte exquisito de la viola barroca de Jérôme van Waerbeke. Precedida de un preludio bellamente arpegiado al archilaúd, «Sorrow, stay» [The second book of songes, 1600] presentó una versión camerística de gran intimismo y gravedad en sus colores, con viola da gamba, contrabajo y archilaúd. Firmaron una versión de enorme dramatismo, tanto en la voz protagonista como en el acompañamiento, que realizó, además, un trabajo rítmico muy reseñable. The Earl of Essex galliard [Lachrimae, or Seven tears] –contraste siempre efectivo entre pavanas (o movimientos similares, de escritura melancólica) y gallardas, que ya en la época eran presentadas por parejas– fue un dechado de energía y luminosidad, presentando cambios de proporciones vibrantes y muy efectistas. Magnífica improvisación al archilaúd para dar paso a la afamada «Flow, my tears» (Lachrimae antiquae) [1600], de nuevo en un acompañamiento solo de la cuerda grave, que se caracterizó por la enorme divergencia perseguida entre la sobriedad de voz y la cuerda frente a la libertad del archilaúd.

   Cerraron la primera parte dos piezas más: The King of Denmark’s galliard [Lachrimae, or Seven tears] y «Can she excuse my wrongs?» [The first book of songes]. La primera, sostenida por un bordón en la cuerda grave desde el inicio, presentando la cuerda pulsada la melodía, de nuevo una visión tan libre e imaginativa como disfrutable de este Dowland pasado por el tamiz de unos jóvenes tan creativos como comprometidos. La voz encajó excepcionalmente bien en la última pieza, más aposentada, con importante peso en el sonido y muy cómoda en registro. Especialmente interesantes los pasajes más rápidos, casi recitados, sostenidos por un tutti de gran firmeza.

   La segunda parte, dedicada por completo a Purcell, planteó un cambio sonoro importante, en el lógico devenir de un autor al que separan tres décadas de Dowland, pero que tiene una concepción ya plenamente barroca de la música. Comenzaron enlazando varias piezas de facture vocal: «If love’s a sweet passion», de The fairy queen, Z 629 [1692], «Strike the viol», de Come, ye sons of art away, Z 323 [1694] y An evening hymn, Z 193 [Harmonia sacra, 1688]. Una de las grandes diferencias de esta parte es que la música de Purcell plantea al intérprete menor campo a la especulación y el arreglo, dado que todo está ya bastante prescrito en las partituras. Aún así, el poder a este respecto de Jupiter no debe ser cuestionado, pues existen momentos –y si no, los crean– para la libertad, imaginación y heterodoxia. La voz de Desandre encajó, por lo general, bastante mejor aquí, en una escritura que permite ciertas coloraciones menos blancuzcas, un acercamiento algo más lírico al repertorio, y en ese terreno la franco-italiana se mueve con mayor comodidad. Fantástica, al igual que en la primera, la labor sobre el texto, tanto en la parte de la dicción como en la plasmación expresiva del mismo. En «Strike the viol», de nuevo la imaginación ornamental de Dunford salió a relucir, con un catálogo apabullante de recursos técnicos e ideas musicales desplegados aquí por el laudista. Muy efectivo en el plano del color y la expresión el clave a cargo de Arnaud de Pasquale –músico de enorme talento, que desde el clave y órgano positivo sostuvo buena parte del peso del conjunto a lo largo de la velada, aunque sin querer acaparar ningún protagonismo–. Magníficamente elaboradas las agilidades vocales que exige esta pieza, con fluidez y organicidad. Si hay algo que parece vislumbrase en una actuación de este tipo, es que detrás de esa aparente despreocupación y el toque de cierta improvisación que sobrevuela sus actuaciones, lo cierto es que hay un enorme trabajo detrás para dejar todo tan imbricado que la naturalidad pueda sacarse a primer plano. Para concluir la sección, una de las obras más emocionantes y evocadoras de todo su catálogo vocal, An evening hymn [«Now, now the the sun hath veil’d his light»], una de esas piezas que requieren de la voz un carácter mucho más sutil e íntimo, se echó en falta precisamente eso, despejando de peso una voz excesivamente nutrida que pareció buscar más el brillo vocal que la expresión. Sin embargo, la subyugante sobriedad conseguida por el la cuerda grave y el órgano logró equilibrar la visión general de la obra. No obstante, hay que reconocerle a Desandre su exquisito trabajo sobre las dinámicas bajas, con un final casi de sonido apagado que resultó sobrecogedor. Como siempre, el punto exuberante lo puso el archilaúd, con una línea tan recargada como solvente en su resolución.

   Una de las características principales en la música de Purcell es el uso del ground –un ostinato elaborado por el bajo continuo–, donde la chacona toma gran protagonismo. Ejemplo fastuoso de ellos es la Chaconne de The fairy queen, Z 629 [1692], en la que el motivo constructor de la pieza, que no es otro que ese ostinato, fue remarcado con brillantez en el bajo, sobre el que se elevaron impecables las líneas de sendos violines, incluso en algunos momentos en trío a solo con una viola de preciosas coloraciones. Una versión con interesantes ideas, muy personales, que aportaron mucho a la plasmación de la obra.

   Dos obras vocales más siguieron a continuación: «O let me weep» [Orpheus britannicus] y «Now the Night is chas’d away», extraída de nuevo de su semiópera The fairy queen. En la primera, con violín I, viola da gamba, contrabajo, archilaúd y órgano, las notas iniciales se fueron desarrollando con inteligencia. Enorme profundidad par este lamento de impecable factura, construido aquí con unos diálogos intensos entre voz y violín I. Imponente, por su parte, la sobriedad y el aporte cálido de la cuerda grave, escondiendo todos ellos una visión muy inteligente tras una concepción de apariencia sencilla, que no es tal, ni por el planteamiento de su interpretación, ni por el carácter en la escritura de la obra. La segunda se construye sobre otro ostinato, ahora mucho más brillante y desenfadado, una obra que desprende alegría y luminosidad, y como tal fue interpretada, contando incluso con la participación vocal de todos los integrantes de nuevo, en una visión más divertida que destinada a convencer desde lo técnico.

   Para concluir el concierto, un bloque destinado íntegramente a su obra más conocida y única ópera de su catálogo, Dido and Aeneas, Z 626 [1677-1688], comenzando por su obertura, que, a pesar de contar con un conjunto instrumental de reducidas proporciones, resonó con notable solidez y densidad. Especialmente imponente resultó la plasmación de la siempre complejo sección central fugada. Tras la obertura, una suerte de alternacia entre arias y secciones puramente instrumentales, como si se tratase de una reducción en quince minutos de toda la ópera. «Ah! Belinda», sostenido su ostinato únicamente sobre viola da gamba, archilaúd y órgano, llegó con gran hondura, especialmente porque Desandre se mueve con comodidad en la intensidad de los lamentos, por más que su timbre a veces resulta excesivamente brillante –quizá obscurecer algo más la línea le aportaría mayor poder de evocación–. En la danza Echo dance of the furies, ese efecto de los ecos llegó bien conseguido, y su impacto se produjo quizá más en contraposición a la pieza que le precedió, así como la que le siguió, el aria «Thanks to these lonesome vales», en la que la voz estuvo sostenida por la sección de continuo al completo. Pudo apreciarse algo de tensión vocal y un brillo algo descontrolado, lo que minimizó el impacto de este fragmento, especialmente por un contraste casi antagónico –pero no tan orgánico como hasta ahora– con el desarrollo del continuo. The witches’ dance llegó plasmada con enorme dramatismo, en una visión muy inteligente de mostrar el poder que los instrumentos pueden tener para expresar y emocionar sin necesidad de un texto. Si hay un aria conocida de Purcell, esa es sin duda «When I am laid in earth», el célebre lamento de Dido que cierra la ópera, un lamento sostenido, una vez más, sobre un ostinato, de un impacto emocional apabullante. Versión muy redonda, no cabe duda, aunque la voz de Desandre no es quizá la que más sobrecoge en un aria de este tipo, sin embargo, se volcó en aportar profundidad, a pesar de que resultó mucho más subyugante el apartado instrumental, en una mixtura perfecta entre cierta libertad melódica y una densidad notable, que terminó por arropar a los presentes para dejarles casi extasiados.

   Una velada de esas que se disfrutan, por más que uno pueda compartir o no sus planteamientos, decisiones y su forma de abordar la música. Tras todo ello hay un enorme talento y un gran dominio de sus respectivos instrumentos, lo que no siempre se aprecia en los jóvenes que hoy plantean visiones similares de estos repertorios de siglos atrás. Tras Jupiter hay un gran valor artístico en lo que se hace y, lo mejor de todo, es que aquí no hay ínfulas de grandeza ni un tufo a intentar ser tan posmoderno como el que más. La heterodoxia desde la franqueza, ese es su mayor logro. Como regalo, presentaron una serie de canciones de arregladas por su conjunto y con sonoridades arcaizantes, en la que incluso el bueno de Dunford se lanzó a cantar, algo que, por cierto, se le da nada mal al «chaval». Hermosa velada la que nos ofrecieron, sin duda…

Fotografías: Rafa Martín/CNDM.

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