Tuvo dos funciones principales el concierto ofrecido por el CNDM. En primer lugar, y como es una de las funciones de este ciclo Series 20/21, dar a conocer al público español las bondades del repertorio de un compositor que a sus ochenta y cinco años sigue siendo de rabiosa actualidad: Helmut Lachenmann.
Las lecciones de Lachenmann
Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid, 22-XI-2021, Auditorio 400 del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Centro Nacional de Difusión Musical [Series 20/21]. Guero; Pression; Dal niente (Intérieur III) y Allegro sostenuto, música para clarinete, violonchelo y piano, de Helmut Lachenmann; Trío en si bemol mayor «Gassenhauer», Op. 11, de Ludwig van Beethoven. Jean-Guihen Queyras [violonchelo], Mark Simpson [clarinete], Pierre-Laurent Aimard [piano].
Tuvo dos funciones principales el concierto ofrecido este lunes por el Centro Nacional de Difusión Musical. En primer lugar, y como es una de las funciones de este ciclo Series 20/21, dar a conocer al público español las bondades del repertorio de un compositor que a sus ochenta y cinco años sigue siendo de rabiosa actualidad: Helmut Lachenmann. Por sorprendente que parezca, la obra más reciente, el Allegro sostenuto cuenta ya treinta y tres primaveras y, sin embargo, encontramos en sus obras las mismas inquietudes que en muchas piezas contemporáneas mucho más recientes: la búsqueda de nuevos sonidos: nuevos timbres que expandan las fronteras de nuestro universo sonoro y, en el trío la exploración de los propios límites de las propiedades del sonido.
Guero es una travesura. Una obra que busca provocar al oyente al convertir al piano en un instrumento de percusión tocado no con la mano sino con tarjetas de crédito. Un absurdo que, aún hoy en día levanta disimuladas carcajadas entre el público. No se le puede pedir más. Pression y Dal niente tienen mayor complejidad. El oyente puede llegar a sentir empatía con el violonchelo en Pression al que se tortura y estruja para exprimir cada gota de sonido que, ya no solo sus cuerdas, sino también el cuerpo del instrumento puede llegar a sacar. Jean-Guihen Queyras supo interpretar con gran profesionalidad esta compleja obra llevándonos por un apasionante mundo de timbres. Algo similar ocurre en Dal niente. En este caso se añade la complejidad inherente de los aerófonos: que el material productor del sonido emana de los pulmones del intérprete. No se puede, en este aspecto, más que admirar el fiato de Mark Simpson y su capacidad para soplar, –¡e incluso aspirar!– por el clarinete explorando, hasta llegar a lo molesto, todas las posibilidades que ofrece su instrumento.
Resulta extraño después de esto escuchar a Beethoven, y sin embargo, nos sirvió para explorar el que sería el segundo de los temas de esta velada: la resonancia.
El Auditorio 400 del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía es un espacio ideal para la interpretación de música contemporánea, pues sus cualidades acústicas permiten escuchar las obras con una claridad absoluta. Todo sonido que se produzca en el escenario va a ser escuchado por el público. Este bonus se convierte, no obstante, en un malus a la hora de escuchar a Beethoven. El Trío del genio de Bonn busca a menudo fusionar los timbres de los instrumentos, algo que, si bien, es muy habitual en la composición de cuartetos de cuerda resulta extremadamente complicado a la hora de tratar de fusionar timbres tan diferentes como son los del piano, el violonchelo y el clarinete. La sonoridad, además, no ayuda a que, por ejemplo, los bajos del violonchelo puedan envolver el sonido, pues la resonancia en este auditorio es muy escasa y, en cuanto se separa el arco de la cuerda, el sonido se apaga. Jean-Guihen Queyras parece que enseguida se percató de este defecto del escenario sobre el que se encontraban y supo sobreponerse con un abundante vibrato y alargando las notas. No tan atento vi a Pierre-Laurent Aimard, quien incluso en el Adagio realizó una interpretación seca muy alejada del ideal. Con esta complicación el único movimiento que pudimos realmente disfrutar fue el tercero y último. Al ser este más movido, nos pudimos complacer con las conversaciones entre los tres instrumentos que resonaron con una imponente sonoridad en las diferentes variaciones del popular tema «Pria ch’io l’impegno».
Sobre la resonancia trata también la última obra de la velada: el Allegro sostenuto de Lachenmann explora las diferentes formas en las que el sonido de los tres instrumentos protagonistas se mantiene o se apaga. A veces la resonancia es la natural, causando efectos interesantes cuando, por ejemplo, el clarinete sopla dentro de la caja del piano. Otras veces, el eco es ficticio, aprovechando la amplia gama de armónicos que nuestro oído es capaz de captar. Es una obra larga y aparentemente caótico que, sin embargo, nos aporta una valiosa lección: que no nos fiemos de lo que escuchamos puesto que ni tal caos es real –pudimos apreciar miradas y silencios que indicaban que la obra requería una gran concentración para ser interpretada correctamente–, ni un instrumento suena dos veces de igual manera.
Fotografías: Rafa Martín/CNDM.
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