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Crítica: Grigory Sokolov vuelve a poner boca abajo la Konzerthaus de Viena

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
28 de mayo de 2024

El célebre pianista ruso ofreció un vibrante programa con obras de Bach, Chopin y Schumann que enfervoreció al público que acudió a la legendaria sala de conciertos vienesa

Grigory Sokolov, Wiener Konzerthaus

Otra velada mágica

Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena, 22-V-2024, Konzerhaus. Obras de Johann Sebastian Bach, Frederic Chopin y Robert Schumann. Grigory Sokolov, piano.

   La visita anual de Grigory Sokolov al Konzerthaus de Viena, del que es miembro honorario –Ehrenmitglieder de la Konzerthausgesellschaft– desde 2015, se saldó con un nuevo lleno hasta la bandera, incluida la zona del coro situada junto al imponente órgano central –solo se abre en ocasiones excepcionales– y con sillas adicionales en toda la parte izquierda del escenario. A situación, no por repetida, deja de ser excepcional, y es que, a pesar de la gran tradición pianística que tiene la capital austriaca, se pueden contar con los dedos de una mano los pianistas que son capaces de llenar esta sala. La expectación, una vez más, se vio confirmada por un público que casi siempre está rendido de antemano, y que sigue a pie juntillas la liturgia del petersburgués. El escenario prácticamente en penumbra, el público en silencio desde más de un minuto antes de su salida a escena –algo que incluso aquí es muy difícil de ver–, y en el momento en que las primeras notas surgen de sus dedos, comienza un ejercicio conjunto de concentración que rara vez se interrumpe hasta cerca de dos horas después, en lo que en términos de rugby, se denomina el «tercer tiempo», o el momento de las seis propinas con que concluye cada recital.

   En el programa, dedicado a tres de sus compositores fetiche –Bach, Chopin y Schumann– teníamos obras habituales en él –que ya nos había ofrecido en el pasado– como las siete mazurkas de los Op. 30 y Op. 50 del polaco o la segunda de las partitas para piano del de Eisenach, con otras que no lo son tanto como los cuatro duettos BWV 802-805 o las Escenas del bosque, Op. 82 de Robert Schumann.

   La primera parte, dedicada a Bach en su integridad empezó con los duettos, para a continuación, y sin dar tiempo al más mínimo aplauso, encadenar la partita como si de un único todo se tratara. En parte tiene razón, ya que ambas obras se encuadran en el Clavier Übungen, a la que a veces también se hace referencia como Orgelmesse - Misa para órgano y que se publicó en Leipzig en 1739. Originalmente se trataba de música para órgano, compuesta por arreglos corales de distintos tipos sobre el Kyrie, el Gloria y los seis corales del catecismo de Martín Lutero, y para evitar la controversia de si se debe tocar en órgano, clavecín, o piano, Gerhard Kramer, en sus detalladas notas al programa de mano, nos recuerda que durante el barroco, la palabra klavier era el término genérico para todos los instrumentos de teclado. En cualquier caso, Sokolov no entra en ese tipo de controversias y utiliza todos los medios que le da el piano moderno para entregarnos un Bach colosal, de articulación excepcional, mágico aunque equilibrado, austero pero a la vez bellísimo. En sus manos los cuatro breves duettos parecen obras de arte, y por poner dos breves ejemplos, fue ejemplar el contraste entre la fuga y el da capo del segundo, en fa mayor, o la progresión con la que nos deleitó en el tercero, en sol mayor. Por su parte, en la Partita siguió las mismas pautas que hace catorce años, cuando en la gira de 2010, también la interpretó en el Auditorio Nacional de Madrid, y es que normalmente, cuando Sokolov se enfrenta a una obra, tiene muy claro la visión que quiere de ella y no la suele cambiar. Tuvimos solemnidad en el arranque de la sinfonía y una claridad extrema tanto en el aria y como en la fuga. La allemande y la courante fueron ejemplos de sensatez liviano, equilibrio y gusto, mientras que en la sarabande, Sokolov hizo magia y consiguió que se detuviera el tiempo. Con un rondeau vehemente dentro del respeto a la forma y un deslumbrante capriccio nos fuimos al descanso con el patio puesto en pie y multitud de bravos.

Grigory Sokolov, Konzerthaus de Viena

   Tras el descanso, Sokolov volvió a Chopin y a sus mazurkas, quizás las obras con las que tiene mas afinidad y a las que vuelve una y otra vez. Tanto las cuatro de la Op. 30 como las tres de la Op. 50, nos las ha ofrecido en distintas ocasiones, bien como «pequeño ciclo» –incluso ya hizo las siete juntas en 2014– o bien como propinas, y personalmente, veo su acercamiento a ellas más como si fueran obras de concierto que lo que son, pequeñas danzas que reflejan el alma polaca. En cualquier caso, Sokolov nos ganó una vez mas con un sonido pulcro y bellísimo, una forma de decir intensa dentro de la mesura, y una elegancia y delicadeza fuera de toda duda. Y también, ¿cómo no?, su forma de cantar, a su manera, eso sí, tal y como hizo en la popular tercera de la Op. 30, en re bemol mayor, o también en la cuarta de la misma serie.

   El binomio Schumann-Sokolov es ya legendario. En la retina han quedado para siempre su Concierto sin orquesta o su Kreisleriana de recitales anteriores. Ahora fueron las Escenas del bosque, Op.82, el ciclo de nueve piezas breves para piano solo que compone entre su ópera Genoveva y la música para Manfred. Sokolov se movió a las mil maravillas en estas pequeñas fantasías de aspecto sencillo pero con bastante enjundia musical, que son puro canto. Livianas, perfectamente delineadas la entrada y las dos primeras piezas que nos hablan de flores y cazadores, y misterio y casi magia en las tres siguientes, hechas con alquimia de orfebre. El pájaro profeta, la mas famosa –propina habitual de los mas grandes pianistas–, fue exquisita en sus manos, y de nuevo pareció detener el tiempo. La posterior Canción de la caza fue de los pocos momentos que el programa nos permitió ver al Sokolov dominador y virtuoso, para volver en el Abschied-Adiós final, esa especie de abandono de todo, a alcanzar cotas increíbles de magia y emoción.

   En el «tercer tiempo», toda una suerte de éxtasis colectivo, Sokolov siguió tocándonos las fibras con dos mazurkas más, aunque ahora de las últimas: delicadísima la tercera de las Op. 63, en do sostenido menor, y cantábile la tercera de la Op. 68 en fa mayor. Centelleante el Estudio n.º  2 en fa menor, «las abejas» y algo que nunca falta en las propinas del ruso, alguna obra barroca –esta noche la Chacona en sol menor de Henry Purcell–, donde la articulación se nos hace imposible de creer, con una claridad impecable, y unos trinos de quitar el hipo. Y para empezar y terminar, las dos obras con las que concluyó su recital de hace un par de años en esta misma sala: el Preludio, Op.11, n.º 4 de Alexander Scriabin, acariciado como si fuera terciopelo, y el arreglo para piano que Ferrucio Busoni hizo del coral «Ich ruf' zu dir, Herr Jesu Christ», BWV 639 de Bach, interpretado con una calma pasmosa y un fraseo sublime. Siguieron los aplausos, pero el recital ya era historia. Sokolov saludó otro par de veces mas, e impasible pero con un semblante sonriente, nos emplazó para la temporada próxima, donde la liturgia y la magia volverán por sus fueros.

Fotografías: Antonio Wechner/Wiener Konzerthaus.

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