El programa suponía una propuesta bastante arriesgada, Dutilleux y Kodály, con dos de las obras más difíciles del repertorio para violonchelo, antecedido todo ello por la primera suite de Bach. Y lo que vimos fue soberbia maestría y dominio del instrumento intercalada con alguna que otra sorpresa fuera de programa
Sorpresas, sonoridades y artificios
Por Ana M. del Valle Collado | @ana.budulinek
Madrid, 21-IV-2022, Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Liceo de Cámara XXI]. Suite para violonchelo n.º 1 en sol mayor, BWV 1007 de Johann Sebastian Bach; Trois strophes sur le nom de Sacher, de Henri Dutilleux; y Sonata para violonchelo en si menor, Op. 8, de Zoltán Kodály. Gautier Capuçon [violonchelo].
En homenaje a Pau Casals, Gautier Capuçon quiso comenzar su recital dejando escapar de las cuerdas de su violonchelo las delicadas notas y fraseos de El Cant dels ocells. Con ello no solo pretendía hacer homenaje al eterno maestro, quién desde el simbólico año de 1939 incluía siempre la interpretación de esta pieza en sus recitales, sino también una demanda de paz por el conflicto ruso-ucraniano.
El programa suponía una propuesta bastante arriesgada, Dutilleux y Kodály, con dos de las obras más difíciles del repertorio para violonchelo, antecedido todo ello por la primera suite de Bach. Y lo que vimos fue soberbia maestría y dominio del instrumento intercalada con alguna que otra sorpresa fuera de programa.
Con J.S. Bach seguíamos con la estela de Casals ûconocida es su rutina de suites a modo de «calentamiento» en su ejercicio diario–. Por momentos el compositor alemán convierte al violonchelo en un instrumento de ilusión plenamente polifónica... y Capuçon lo sabe. Su ejecución fue sobria, elegante, con un buen dominio del arco y limpieza de sonido.
Tanto las Trois strophes de Dutilleux como la Sonata de Kodály son ambas piezas extremadamente exigentes para el intérprete. Partiendo de la complejidad añadida de scordaturas que bajan la afinación de algunas cuerdas, éste se enfrenta además a una cascada de armónicos, col legno, pizzicati de ambas manos, dobles cuerdas inverosímiles, ricochet y otras lindezas técnicas por el estilo. Todo un compendio de dificultades en loor del director de orquesta suizo Paul Sacher en primer caso y de las sonoridades populares húngaras en el segundo. Obras de escucha compleja, que conllevan una dedicación que muchas veces no aparece patente a un público que no conozca la obra y sea plenamente consciente de su magnitud. Pero Capuçon lidió bien con ellas, luchó con toda dificultad que se le ponía por delante saliendo no solo ileso, sino consiguiendo además una musicalidad de la que a veces adolecen ciertas obras contemporáneas.
Digna de admiración fue tanto su interpretación como también las dos sorpresas que nos esperaban. Al abrigo de la fundación que lleva su nombre y que ayuda a jóvenes talentos a despegar en su carrera como concertistas, apareció en escena el joven pianista Kim Bernard para desplegar un virtuosismo fresco y delicado interpretando a Bach y a Debussy. Un sonido limpio, transparente y sutil, de los que hacen parecer fácil lo difícil.
Pero eso no era todo, para cerrar Capuçon quiso interpretar una obra del joven compositor Javier Martínez Campos, así mismo violonchelista de la OCNE y alumno suyo en la Classe d´Excellence de la Fundación Louis Vuitton. Una obra de aires arabizantes, bien resuelta y de sonoridades a ratos sorprendentes.
Intensidad, riesgo y facilidad de ejecución para una noche memorable . Un «hacer fácil lo difícil».
Fotografías: Rafa Martín/CNDM.
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