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Crítica: El último «Anillo» de Thielemann en Dresde: «el Oro»

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
9 de febrero de 2023

«En fin, veníamos a ver a Thielemann y a la orquesta, y los vimos. Quizás no al Thielemann que esperábamos, vimos otro diferente, pero que nos cautivó igualmente. Esa es la gracia de los grandes. Te convencen con una interpretación y con la contraria»

Quien tiene una orquesta tiene un tesoro

Por Pedro J. Lapeña Rey
Dresde, 5-II-23, Dresden Semperoper. El oro del Rhin, de Richard Wagner. Thomas J. Mayer (Wotan), Lawson Anderson (Donner), Tansel Akzeybek (Froh), Daniel Behle  (Loge), Markus Marquardt (Alberich), Jürgen Sacher (Mime), Georg Zeppenfeld (Fasolt), Stephen Milling (Fafner), Christa Mayer (Fricka), Jennifer Davis (Freia), Michal Doron (Erda), Lea-ann Dunbar (Woglinde), Štěpánka Pučálková (Wellgunde), Anna Lapkovskaja (Floßhilde). Sächsische Staatskapelle Dresden. Dirección Musical: Christian Thielemann. Dirección de escena: Willy Decker

   Al final de la próxima temporada, el controvertido director berlinés Christian Thielemann abandonará el podio de Dresde tras doce años como director titular. Su contrato no ha sido renovado por los políticos del estado sajón, que querían alguien más «moderno», preferentemente mujer, y más activo a la hora de rejuvenecer al público. La elegida, digo perdón, el elegido ha sido Daniele Gatti. En fin, sin mas comentarios.  Es verdad que el berlinés no ha sido un titular al uso -solo un par de óperas al año, tres o cuatro conciertos, y las giras de la orquesta- pero es evidente que su titularidad ha sido un éxito rotundo, resituando a la Semperoper en el panorama de los primeros teatros europeos, y mejorando si cabe el nivel, ya de por sí sobresaliente, de la excelente Staatskapelle, la orquesta sajona que en su día dirigieron Carl Maria con Weber o el mismísimo Richard Wagner, y mas recientemente los Keilberth, Kempe, Sanderling o Sinopoli. Wagner es sin duda el compositor con el que ha escrito algunas de sus mejores páginas por lo que no es extraño que se haya embarcado en un momento así en sus dos últimos ciclos completos del Anillo del Nibelungo.

   En el ideario wagneriano, Dresde no es Bayreuth, pero puestos a elegir y dados los cantantes y directores que vemos en las últimas temporadas por la verde colina, se hace mucho más atractivo venir ahora aquí que ir este verano allí. Y eso que a priori, el cartellone no parecía de lo mas atractivo. Pocas voces con tirón. Además, la producción de Dresde es la de Willy Decker, el primer Anillo completo que vimos en Madrid –si es que realmente se puede llamar Anillo cuando lo ves en temporadas sucesivas– entre 2002 y 2004. Un breve inciso: No es de recibo que a estas alturas de la vida, ni en Madrid ni en Barcelona se haya dado el ciclo completo en una semana. Solo lo ha hecho Valencia, en la recordada puesta en escena de La Fura dels Baus en el Palau Les Arts.

   Recordaba la producción de Decker sin el mas mínimo cariño. Era el primer Anillo en casa, y en vez de Wagner, vimos sillas. Sillas en el Oro, sillas en Walquiria. En fin. Pero desde entonces, con varios Anillos ya a mis espaldas, he visto tanto horror escénico que tenía un cierto interés en ver si con los años aquello funcionaba mejor.

   Como me temía, no fue el caso. Volvimos a ver muchas sillas, quizás mas que en Madrid ya que la caja de Dresde es bastante mas amplia y caben mas. Conté hasta 16 filas, todas en forma de ondas en lo que pretende ser el Rin. El resto fue más de lo mismo. La idea –ya cansina de tanto uso– del teatro dentro del teatro –las sillas también sirven para que personajes que no actúan se sienten y vean a sus compañeros–; una caja/escenario blanco rectangular donde se suceden las escenas; la pequeña maqueta del Partenón –perdón, del Walhalla– que Wotan exhibe orgulloso en la segunda escena, los gigantes con parecido evidente a Laurel y Hardy, o la pasarela «Cibeles» por la que los dioses entran al Walhalla. En fin, lo que recordaba y que espero olvidar pronto.

   El reparto vocal no prometía mucho, pero fue incluso peor de lo esperado. Si Mime tiene mas voz que Alberich, y este mas que Wotan, ya nos da una idea de lo que nos encontramos. Como Wotan estaba anunciado el barítono sueco John Lundgren, pero canceló tras el primer ciclo de la semana pasada, al menos para Oro y Walquiria. El sustituto fue Thomas J. Mayer que al llegar a última hora cantó –con atril– desde el lateral derecho del escenario mientras que un miembro del equipo escénico actuaba sobre el escenario. Hay que agradecerle que salvara la función, pero poco mas. La lectura de la partitura ante el atril dejó fuera de juego la componente escénica, y en lo vocal, el timbre estuvo muy desgastado, con un centro leñoso, sin el mas mínimo color y con una proyección tan pequeña, que una voz muy limitada como la de Markus Marquardt le superaba una y otra vez.

   Marquardt bordó escénicamente el papel de Alberich, con unos acentos muy precisos y una dicción de primera, pero al cantar su nivel baja enteros con una voz paupérrima –su centro muy pobre y sus graves casi inexistentes–. De Daniel Behle, que asumió el papel de Loge, hemos destacado en ocasiones anteriores su genuino timbre de tenor, su buen gusto cantando, y sus modos bastante expresivos, cualidades que en varias ocasiones superaban su limitado volumen, su floja capacidad de proyección y su limitada presencia. Esta tarde tuvimos mas de lo segundo y su Loge no fue ese personaje astuto e irónico que desprecia a sus colegas y que en realidad, es el único apoyo de Wotan. Desperdició su monólogo donde trató de sacar carácter, pero la voz no le dio.

   El barítono Lawson Anderson y el tenor Tansel Akzeybek fueron respectivamente Donner y Froh. Cantantes de poco vuelo, con voz mas interesante y de mas registros el primero, pasaron ambos sin pena ni gloria, y Anderson ni siquiera aprovechó los  «He da! He da! He do!» finales.

   La mezzo Christa Mayer era a priori uno de los atractivos del cartel, en el papel de Fricka. En el pasado hemos alabado sus grandes interpretaciones de Brangane o Waltraute, pero los años están haciendo mella y su actuación fue un tanto decepcionante. Cierto que ahí sigue su capacidad de expresar y su porte imponente, pero la voz oscura de origen palidece frente a lo que fue, el tremolo es mas irritante y su volumen ha perdido fuste. Ni en su intervención inicial recriminando a Wotan su pacto con los gigantes, ni en el tema del dolor, pudimos reconocerla. El breve papel de su hermana Freia estuvo a cargo de la soprano Jennifer Davis, voz de lírica justa, con discreta emisión, pero buenas condiciones escénicas.

   Parte de lo mas interesante de la noche nos vino de los gigantes. Georg Zeppenfeld como Fasolt y Stephen Milling como Fafner –este último sustituyó a Karl-Heinz Lehner que lo hizo la semana pasada– tuvieron una noche mas que aceptable, dadas las circunstancias, y a pesar de que su caracterización a lo Laurel y Hardy no ayudara a tomarles en serio. De Zeppenfeld, que había cantado la noche anterior el Attila de Verdi con lo que ello conlleva, volvimos a admirar su canto noble, su voz suficientemente potente y su fraseo natural, aunque quizás le faltó algo más de carácter, de «ser más malo». También le van pasando factura los años a Stephen Milling, que solventó su papeleta con nota, a pesar de que la emisión cada día es mas dura y el timbre mas gutural. Sin embargo, la experiencia en el papel, y el haber hecho en su día en Madrid el rol de su «hermano Fasolt» le hicieron el candidato ideal tras la cancelación de Lehner. Lo de saltar sillas no tuvo secretos para él.

   Destacada también la labor de Jürgen Sacher como Mime. Sus medios no son grandes –aunque por momentos excedían los del Alberich de Marquardt– pero hizo suyo el papel, con un fraseo variado y con matices. Efectiva la Erda de Michal Doron, aunque su timbre carece del registro bajo de una contralto por lo que su advertencia fatídica a Wotan resultó poco mas que una regañina. Interesantes también las tres hijas del Rin. Lea-ann Dunbar y Štěpánka Pučálková fueron unas brillantes Woglinde y Wellgunde, mientras que Anna Lapkovskaja con su voz oscura y un timbre atractivo fue una perfecta Floßhilde. Cantaron con claridad, brillantez, armonía y en perfecta conjunción.

   Todo lo anterior obviamente palidece ante la maravillosa Staatskapelle de Dresde y ante la dirección musical de Christian Thielemann. La orquesta, protagonista principal de cualquier ópera wagneriana estuvo soberbia –un par de entradas falsas de una trompa y una trompeta fueron los únicos fallos apreciables de la noche– y el gran foso de Dresde permite que el sonido llegue arriba empastado. Además el Sr. Thielemann lo conoce de sobra por lo que no solo jugó continuamente con los tempi sino también con el sonido. Y es que Thielemann siempre es él, para lo bueno y para lo no tan bueno. Esta noche, su versión fue muy ligera. Le duró 2 horas y 22 minutos. Recientemente, en los dos Anillos que dio en otoño en la Staatsoper de Berlín cuando sustituyo a Daniel Barenboim, le duraron 2 h 45’ y 2 h 30’ respectivamente, y en el Anillo de Bayreuth en 2010 –único Oro del Rin que le había visto en vivo– también se fue a cerca de 2h 40’ en una lectura muy lenta y pesada. En cualquier caso, Thielemann siempre te sorprende y esta vez no iba a ser una excepción. Quizás consciente de que con estos cantantes no podía cargar demasiado las tintas, el berlinés nos dio dos lecturas distintas en función de si estábamos en pasajes exclusivamente orquestales –donde dio rienda suelta a la orquesta– o con cantantes de por medio –donde redujo considerablemente el volumen cuidando que siempre se oyeran las voces–. Aunque es verdad que vimos el mejor Thielemann en los primeros, nos descubrió en los segundos detalles de la partitura que pocas veces habíamos oído en una labor de auténtica filigrana orquestal que difícilmente puedes ver cuando no tienes una orquesta de este nivel.

   El preludio fue portentoso. Los casi 5 minutos de suave crescendo orquestal que parten del acorde inicial, suman el tema de Rin, llegando al primer clímax y dan entrada a las hijas del Rin, fueron todo un ejemplo de transparencia y control. Algo mas de tensión exhibió en el interludio de la primera escena, pero fue poco comparado con la entrada de los gigantes, o con el descenso al Nibelheim, de un refinamiento tímbrico exquisito donde los trinos de violas y chelos, y la posterior entrada de contrabajos, fagots y los segundos violines con el leitmotiv de Loge, fueron de no creer. La paulatina entrada del resto de la orquesta, los yunques, y la transición final a la tercera escena fueron de quitar el hipo. Como también lo fueron el tratamiento orquestal enérgico y un tanto contundente en la maldición de Alberich, la creación del tono misterioso en la escena de Erda, o el despliegue del puente al Walhala.

   En fin, veníamos a ver a Thielemann y a la orquesta, y los vimos. Quizás no al Thielemann que esperábamos, vimos otro diferente, pero que nos cautivó igualmente. Esa es la gracia de los grandes. Te convencen con una interpretación y con la contraria. Lo que no fue diferente fue la orquesta, a un nivel tan alto que la creo capaz de hacer cualquier tipo de versión. Y es que, quien tiene una orquesta así, tiene un tesoro. Esperemos que los cambios del año próximo no la afecten.

Fotografías: Ludwig Olah/Semperoper Dresden.

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