Las dos agrupaciones se unieron en la segunda obra del programa, un arreglo para violín, violonchelo, piano y percusión, firmado por Viktor Derevianko, de la Sinfonía n.º 15 en la mayor del ruso Dmitri Shostakóvich
Más despedidas
Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid, 18-V-2023, Auditorio Nacional de Música. Liceo de Cámara XXI, CNDM. Trío con piano en mi bemol mayor «Notturno», D. 897 de F. Schubert; Sinfonía n.º 15 en la mayor, Op. 141bis de Dimitri Shostakóvich (arreglo para violín, violonchelo, piano y percusión de Viktor Derevianko). Trío VibrArt: Miguel Colom [violín], Fernando Arias [violonchelo], Juan Pérez Floristán [piano]; Neopercusión: Juanjo Guillem, Rafa Gálvez, Nerea Vera, Enrique Peña.
Hace una semana, las notas al programa del concierto del Cuarteto Takács nos hablaban de despedidas y, en su penúltimo concierto de la temporada 2022/2023, el Liceo de Cámara XXI, continuó con esta misma temática. Anuncian, quizás, la cada vez más próxima llegada del verano y, con éste, la interrupción de los principales ciclos del CNDM durante los meses de estío.
Nos hablan de despedidas una de las últimas obras de Schubert: el único movimiento de su Trío con piano en mi bemol mayor «Notturno» y la decimoquinta y última de las sinfonías de Shostakovich.
Las despedidas son algo curioso, muchas veces tristes: cuando nos despedimos de un ser querido o de un lugar en el que hemos vivido buenos momentos; hay otras que son más alegres: al dejar un trabajo que nos hacía infelices, o saber que no vamos a volver al tío ese que no soportamos. Pero siempre tienen en común algunas cuestiones: suponen un cambio, nos obligan a dejar algo atrás y nos hacen recapitular. En este último se aprecia con gran nitidez el espíritu flagelante del ser humano, al querer recordar los buenos momentos que le ha dado aquello de lo que se despide.
La melancolía es el humor que reina en las despedidas y sobre éste construye Franz Schubert la melodía de su Notturno. Es una cancioncilla gentil, pues anticipa con las semicorcheas las modulaciones. Contiene una melancolía resignada. Resignada en el buen sentido de la palabra, como el héroe que acepta el destino que las nornas han hilado en su tapiz y se lanza a la batalla esperando que Odín no se olvide de enviar a sus valquirias. Schubert escribe en un mi bemol mayor satisfecho y orgulloso que Pérez Flortistán supo transmitir con un carácter solemne que logró llenar la sala. Las cuerdas, por el contrario, sonaron «ariosas», encarnando el cantábile que nos retorna a la melancolía, logrando así un equilibrio entre la tristeza y la alegría que transmitió a la perfección lo que el ser humano siente en la despedida.
Dmitri Shostakóvich ni siquiera en su despedida del repertorio sinfónico logra evitar ser irónico. Su Sinfonía n.º 15 está repleta de bromas —¿cuántas veces no hemos usado la risa para espantar la pena en una despedida?—, de recuerdos propios y ajenos, de momentos irrelevantes y otros más intensos. Tanto el Trío Vibrart como los integrantes de Neopercusión supieron moverse con precisión por este maremágnum que es la decimoquinta de Shostakovich. La versión reducida de la sinfonía permitió a los intérpretes resaltar mucho más los contrastes entre lo intenso y lo relevante, las bromas y lo sentimental. Por ejemplo, el crescendo del segundo movimiento acompañado por el redoble de timbal fue absolutamente impactante, Juanjo Guillem supo aprovechar la oportunidad para lucir todo el registro sonoro del timbal en cuanto a matices se refiere. La articulación de los tres integrantes del Trío Vibrart fue impecable en el Allegretto: Miguel Colom supo replicar en el violín el mismo carácter que Pérez Floristán había iniciado con el piano en lo que supone una excelente simbiosis entre los dos instrumentistas. Por otra parte, el solo de Fernando Arias al comienzo del primer Adagio transmitió de manera excelente el fraseo irónico que Shostakovich deja patente en toda su escritura para chelo, desde sus conciertos hasta los cuartetos.
Tras lograr llenar la sala con un sonido prácticamente sinfónico capitaneado por unas cuerdas que fueron frotadas con gran intensidad, el sonido se fue replegando hasta llegar a la sonoridad de una cajita de música que se cierra con un simple e irónico «cling».
Se concedieron unos instantes de silencio antes de que unos aplausos tímidos lo rompieran. Enseguida llegaron los vítores y se ofreció como propina la Musica ricercata n.º 8 de György Ligeti sobre la que los músicos improvisaron a solo, emulando las despedidas que realizan las bandas de jazz. ¿Veis cómo todo el concierto iba de despedidas?
Fotografías: Elvira Megías/CNDM.
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